lunes, 22 de diciembre de 2008

Charlie se casa

Anoche quedé con el Charlie para cenar. Me contó que se va a casar, que ya toca, y que lo va a hacer con Leidi, una dominicana que conoció en el Mogambo. Dice que no es especialmente guapa ni lista, pero que ella le necesita y eso es suficiente. Me explica que sus amigos le advierten que no se case con una puta sin papeles, que va a por lo que va, que se va a poner como una vaca en cuanto se case, que se va a traer a toda su familia desde el Caribe, que tendrá que cargar con ellos y que luego si quiere divorciarse le dejará sin dinero. Él dice que entiende todos esos argumentos, y que probablemente sean ciertos, pero que el matrimonio es siempre una mierda y casándose ahora por lo menos será una mierda diferente a la convencional y burguesa que tuvieron sus padres.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Huellas



Son las cuatro. Oigo las campanas de la iglesia. El sol de noviembre todavía calienta una parte del balcón. La plaza esta vacía. Sólo árboles y bancos

Te estoy esperando sentada en el suelo sabiendo que me sentaré de nuevo en el mismo lugar cuando te hayas ido, dentro de una hora, quizá hora y media. Nunca más de dos.

Un chico con una bolsa de plástico atraviesa el parque levantando hojas con los pies. Le miro con la nariz entre los barrotes y pienso que me gustaría ser bolsa para que me lleven y me dejen y me recojan. Me envuelve un sopor casi feliz.
Por un momento quiero que no vengas. Me quedaría aquí quieta sólo respirando dejando que el sol me derrita.

El chico ha tirado la bolsa en el suelo que blanca e inflada flota mezclándose entre las hojas dirigiendo el remolino hacia mi portal.

Desaparecen mis pies y comienza a gotear agua a la calle. Me invade la pereza. Quiero seguir en el balcón.

Las piernas ya han comenzado a disolverse y se ha formado un pequeño charco en la calle. Son ya las cuatro y veinte. Hoy no estarás ni hora y media. En un minuto pasa por mi mente lo que haremos, lo que haré… seducirte desnudarme, complacerte… y yo?

Ya floto en el balcón. Voy cayendo sobre la cabeza de mi vecina, sobre el suelo. La bolsa está junto a mí, junto a las hojas mojadas.

Las cinco menos cuarto. Soy cabeza dentro de los barrotes y líquido por fin. El sol sigue adormeciéndome.

Te veo llegar. Puedo saltar, puedo no abrir la puerta. Solo estarás una hora .Al llegar a portal te empapas los zapatos y haces un gesto de contrariedad. Oigo el timbre y sigo en el balcón. Seducirte, desnudarme y complacerle... y yo?

jueves, 11 de diciembre de 2008

NO HAY PALMERAS EN LA VENTILLA



A mí sólo me interesan dos cosas: la literatura y los coños. Y debo admitir que mi obsesión por la primera reside únicamente en su capacidad para hacerme llegar a los segundos. Porque una mujer puede honrarte con una felación si eres un bailarín inagotable o un domador de leones; pero nada te alimenta más el ego que conseguirla exclusivamente por lo que has leído y eres capaz de recordar. 

Hubo un tiempo en que me llamé Mircea, pero lo cambié por Miguel ante las ingeniosísimas burlas de mis compañeros de instituto. Soy rumano. Hijo de médicos afines a Caucescu, nos vinimos a Madrid cuando se acabó la fiesta. Contrariamente a lo que pueda parecer, aun con la pérdida de privilegios, no añoro el comunismo. Soy consciente de que tengo poco que hacer con un régimen que prohíbe la pornografía.

Cuando arrestaron al Conducâtor yo tenía diez años. Mi padre vino a casa corriendo y nos dijo que era mejor que saliéramos un tiempo al extranjero. Nos habló de España. Un país soleado, dijo, con palmeras y gente amable. Convenció a mi madre y a mi hermana de que todo lo que haríamos en nuestra nueva vida sería estar tumbados en la playa comiendo marisco.
Y llegamos a la Ventilla. 
A mi madre le dio un ataque de ansiedad.
Mi hermana tomó píldoras azules.
Pero se repusieron, nos quedamos y construimos una vida aquí.

Aprendí el idioma e hice amigos. Crecí con una típica adolescencia española de barrio: botellones, pañuelos palestinos y masturbaciones compulsivas. Chicas de caras tuneadas desfilaban ante mí, pero ninguna se paró nunca el tiempo suficiente como para que entre un arisco “Hola” y un tajante “Adiós” hubiera palabras con un mínimo contenido. Así llegué a los dieciocho. Cuando echaron a las putas de Capitán Haya me quedé sin vida sexual.

Un verano fui a Londres con una beca para aprender inglés. Por primera vez sentí que una ciudad estaba por fin, a mi nivel. Fui feliz. Cuando se acabó el dinero tuve que volver. Pero ya nada fue igual. Nunca pude quitarme la sensación de que Londres sigue rezumando vida mientras yo existo lejos. Hasta entonces había sentido cólera, pero sin saber muy bien contra quién o qué dirigirla. A mi regreso entendí que hay algo que odiaría el resto de mis días: a España.

Y de este odio surge, creo, mi fascinación por los centros comerciales, estaciones, museos y demás no-lugares. Cuando estoy en ellos me olvido de quién soy y dónde vivo. Me olvido de tal manera de mi destierro hispánico que me siento desorientado al salir a la calle y toparme con Madrid.

Por eso me alegré al enterarme de que abrían una pista de ski artificial. Fui a la inauguración de lo que prometía ser un no-lugar magnífico. Allí estábamos, anhelantes, formando un todo, miles de desamparados queriendo entrar. Como un gran pulpo que rodea e introduce sus tentáculos en una mole. Intenté separarme de la masa para colarme por la puerta de emergencia sin pagar. Fui descubierto y tuve que salir corriendo.

Decepcionado caminé de regreso. Vi a un grupo de sarnosos que se manifestaban contra un aparcamiento público. Que si desastre ecológico, que si especulación, que si pamplinas. Claro que entre ellos distinguí a Jara. Me aproximé fingiendo interés. Recuerdo que cuando levantó los brazos para exhibir una pancarta dejó al descubierto sus sobacos velludos. Estaban húmedos, relucían. Un olor a gloria me embriagó. 

-¡No participes de este negocio!-me dijo.
-No, claro que no.
Es muy difícil contradecir a una chica a la que, por encima de todo en la vida, quieres meterle el nabo. 

El caso es que me fui con ellos. 
Jara me contó que era troskista, vegetariana y bisexual. 
No había chicas así en mi instituto. 
Jara era distinta. Me habló de un tal Cortázar, de “Los condenados de la tierra” y Sai Baba ¡Yo tenía tanto trabajo por hacer! Hablé poco y sonreí mucho. 

Su casa de la Latina olía a salitre e incienso. Sus compañeras de piso deambulaban en braguitas. Yo no quería estar en ningún otro sitio. Ni siquiera en Londres. Me enseñó sus libros, su música e incluso me leyó sus artículos. Llegó la noche y me llevó a su cama. Decidí que quería conocer a todas las Jaras del mundo. 

Al amanecer caminé por Madrid durante horas. Era la primera vez que lo hacía realmente. 
Llegué a la Ventilla y entré en la biblioteca municipal.
-Quiero sacarme el carné.
-¿Nombre?
-Mircea -respondí- Soy Mircea

jueves, 4 de diciembre de 2008

VIVIENDO EN EL PROHIBIDO CC


Tras trabajar un año una fábrica dublinesa, Fabio y yo hicimos el macuto y nos largamos a Iberoamérica en busca de Cesárea Tinajero.
Sería largo de explicar cómo de camino hacia el desierto de Sonora acabamos en Cuenca, Ecuador. Me limitaré a decir que fue producto del azar, como todo en nuestro semestre americano. Ni siquiera sabíamos que había una Cuenca ecuatoriana. Y mucho menos sabíamos que nuestra mera parada de una noche en el camino hacia el Perú iba a transformarse en una estadía de tres meses.
Aunque mejor que decir que pasamos tres meses en Cuenca, Ecuador, sería mejor decir que pasamos tres meses en el Prohibido Centro Cultural de Cuenca, Ecuador.

El 12 de abril de 1557 el Virrey de Lima Andrés Hurtado de Mendoza mandó fundar una villa española sobre las ruinas de la recién conquista Tumipamba, demasiado Inca para los gustos de la época. Decidieron llamarla Cuenca y construirla imitando a la ciudad peninsular.
Desde entonces se ha hecho un buen trabajo.
La ciudad, conocida como la Atenas de Ecuador, es la tercera en población y la capital cultural del país. Su casco antiguo es patrimonio de la Humanidad, tiene muchos museos, grandes avenidas, y sucedáneos de servicios públicos bastante dignos.
Cuenca está dividida por el río Tomebanda. Siguiéndolo, en el lado norte y colgando del barranco, podemos ver todas esas interminables casas colgantes, más que en la Cuenca española.
Y allí mismo, al pie de una de ellas, en la calle La Condamina, en Cruz del Vado, está el sitio más psicotrónico de la parte sur de los Andes ecuatorianos.

El Prohibido Centro Cultural pertenece al artista Eduardo Moscoso. Allí vive con su mujer e hijo, atiende a los clientes y crea su obra. Es un local de dos plantas, con sala para conciertos y repleto de esculturas y dibujos, influidos por HG Giger.
Como ya he dicho en alguna ocasión -y también Nietzsche y mejor que yo- a menudo los artistas de segunda o los imitadores, son mucho más interesantes y útiles que los grandes autores consagrados. Mientras HG Giger tiene medios y trabaja en Hollywood, Moscoso hace lo que puede creando arte pagano en el catoliquísimo Ecuador.
No hay lugar como este en el país, es el fortín de una insurgencia cultural.
Su fachada ya de por sí es estrambótica. Parece que la hubiera pintado Diego Rivera puesto de ácido. Mezcla colores vivos y retratos de animales indescifrables. A nosotros nos pareció que sería un prostíbulo o un fumadero de opio, cualquier cosa nos hubiera apetecido, así que entramos.
Todo el local es arte. Cada centímetro de pared está pintado, las columnas tienen relieves de criaturas demoníacas, el servicio es una cámara de los horrores, y te puedes echar una siesta en un ataúd si quieres.
Pero lo mejor son los seres que habitan este universo paralelo. Toda la comunidad underground cuencana se cita en el Prohibido. Nómadas, rockeros góticos y morticias existencialistas, algún turista despistado, cooperantes en busca del lado oscuro y disidentes de todas las causas.
Allí conocimos a Johnny memónico, que se tragaba clavos y era muy gracioso; a Laura, que componía unas baladas desgarradoras; y a Belén, la única ecuatoriana a la que conseguí ver desnuda. Todas las semanas tocaba alguna banda local. La música no era gran cosa, pero las letras –en contraste con las cursis canciones andinas- eran bastante inteligentes.
Bebimos y charlamos en abundancia en aquellas semanas. Muchas noches dormimos allí también, en esos altares a diosas gigerianas que hacen las veces de banco para sentarse.

Nos fuimos de allí cuando había que irse, una vez le sacamos todo el jugo y Moscoso parecía un poco harto de nosotros.
Ahora, cuando me acuerdo y veo las fotos, siento toda esa extrañeza que se siente el pensar que el Prohibido sigue existiendo mientras estoy lejos.
Pero no me detendré en ello, hay que pasar a otros temas.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Donde conocemos a Críspulo



¿Qué pasaría si Críspulo dejara de cortarse las uñas de los pies en la cocina?
Tal vez, Jim Rust dejaría de sentir la más visceral repugnancia por su compañero de piso.

¿Y qué pasaría si Críspulo no utilizara tantas madrugadas la casa en la que ambos viven como estruendoso afterhours privado?
Igual, no serían tan impopulares entre los vecinos de Adelaida Street, cuyos comentarios insultantes Jim sí entiende.

¿Qué pasaría si Críspulo no tuviera la onerosa afición de coleccionar despidos?
Sin duda, podrían pagar a tiempo al casero, y Jim dejaría de maldecir el día en que cedió la habitación disponible al homo hispánicus que eructa bajo su mismo techo.

¿Cuándo empezó esta historia de desencuentro?
El primer día juntos.

¿Qué pasó?
Jim decidió llevar al recién llegado a Kioto Park, su parque preferido de Londres, y éste se presentó con una jauría de compatriotas; que sin más interés que el de encontrar sitio para el botellón, se congregaron en la esmerada recreación de jardín zen que tanta paz le inspira a Jim. Unas horas más tarde, durante las cuales nadie tuvo el detalle de utilizar el único idioma que Jim comprende, la serenidad del lugar se vio perturbada por el olor a orín y vómitos; así como las imprescindibles botellas de coca cola y cartones de vino barato. Señales inequívocas de que gentes de un gran pueblo habían pasado por ahí.

¿Cambiaría algo si Jim hubiera estudiado antropología y no odontología?
Sí. Estaría más interesado entonces en la exótica cultura de Críspulo, que proviene de un país donde es habitual que el destete del bebé se retrase unos veinticinco años. Así es como el bueno de Críspulo ha llegado a una teórica edad adulta, siendo en la práctica incapaz de desenvolverse en un plano en el que se requiera madurez y autosuficiencia. Estos es: sin su madre.

¿En algún momento Jim le ha dejado claro a Críspulo su insatisfacción por la convivencia?
Jim en más bien de indirectas. Por ejemplo, sobre la hidrofobia eventual o desidia de Críspulo por lavar los platos, Jim deja caer, de vez en cuando, que es importante dejar la vajilla limpia.

¿Capta Críspulo las indirectas?
Críspulo es más bien de no captar indirectas.

¿Cómo ha acabado Jim en esa casa?
Como es habitual entre los individuos del Norte, nada más cumplir la mayoría de edad se fue de casa. Siempre ha estudiado y trabajado a la vez. No tiene mucho dinero, así que se ve obligado a compartir piso. El no poder permitirse una casa propia le preocupa.

¿Críspulo se identifica con Jim en este caso?
No. Él vive la mar de contento con sus padres. Piensa que Jim es un bárbaro descastado por haberse ido de casa.

¿Lo es?
En absoluto, tiene muy buena relación con sus progenitores. Ellos también ven como algo natural que los hijos quieran buscar su propio camino.

¿Es la primera vez que Críspulo sale de casa?
Sí. El padre le obligó a irse porque estaba cansado de verle perdiendo el tiempo en el sofá.

¿Y la madre?
Está preocupada. Los extranjeros son gente rara. Espera que no le hagan daño al niño.

¿Y la señora Gil le explicó a su hijo que los bienes de consumo que se exponen en las tiendas no son gratuitos, si no que lo propietarios esperan un remuneración si se adquieren?
Sí, pero puede que Críspulo lo haya olvidado.

¿Existe posibilidad de fuga para Críspulo?
No lo va a intentar. Cuando los bobbis se presenten en el 34 de Adeleide Street, les ofrecerá una cerveza. Acusado por los comerciantes de la zona de pequeños pero continuos hurtos, nuestro siempre jovial amigo deberá presentarse en los juzgados.

¿Cómo reaccionará Jim ante la detención de Críspulo?
Francamente, le importará un comino.

¿Conocerá el castigo impuesto por la autoridades de su graciosa majestad?
No tendrá el más mínimo interés en ello. Pero eso sí, antes de que caiga la noche, habrá encontrado un nuevo compañero. Noruego, para más señas.

¿Y cual será el castigo?
Críspulo será expulsado del país sin mayores consecuencias, pero tendrá que dejar jurado en video y ante la Union Jack que no volverá a pisar suelo británico.

¿Tendrá esta sentencia consecuencias en el estado anímico de Críspulo?
Sí. No parará de reírse en todo el viaje de vuelta a casa.

¿Qué conclusiones sacará Críspulo de su estancia en Inglaterra?
Que los ingleses son tontos y no saben divertirse, y que como en casa en ningún sitio. Además, la comida española es mucho mejor, sobre todo la que hace su madre.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Eurídice en Sonora

Me despierto y tengo frío. No reconozco el lugar, pero sí el olor: humo, tierra seca y cucarachas. La lengua me duele dentro de la boca. No recuerdo nada y me parece que eso es bueno. Tengo miedo de moverme porque sé que con el movimiento regresaran los recuerdos, regresará el dolor. Muy despacio abro los ojos y con la luz vuelve la nausea.
Estoy sola en el cuarto desnudo. El suelo de barro apisonado cubierto apenas por una estera raída. Abro los ojos y una luz gris rata enmarca el dintel de madera. Esta amaneciendo. En mi boca, un sabor amargo a tierra y a vómito.
Me incorporo y con el movimiento vuelven los recuerdos, el dolor.
La cara de Adrián vuelta hacia mí, los ojos entornados, la boca abierta y las aletas de la nariz dilatadas, bebiéndome, emborrachándose con mi voz. Y fue así desde el primer día, en el que empezamos a actuar en ese club de jazz de Méjico DF. y él se sentaba en la primera mesa de la izquierda y no apartaba ni un instante sus ojos de los míos. Después, me esperó a la salida, me enseñó esa ciudad atroz y única, me llevó a su casa y durante los quince días que duró la gira me entregó todo lo que era.
Se han ido todos, también el chamán y siento su ausencia como un abandono. A mi lado, una vasija de barro llena de agua, un trozo de pan y una manzana. Me enjuago la boca. La foto de Adrián aún esta sobre el pequeño altar de piedra. Las piernas y los párpados me pesan y vuelvo a perderme en una bruma espesa.
De nuevo la cara de Adrián, ahora pálida de muerte. Desierto de Sonora, cinco de la tarde. Cuando oyó el cascabel ya estaba todo hecho y el aire luchaba por abrirse paso en sus pulmones ya paralizados por el veneno. Ni siquiera gimió. En su cara, solo un gesto de estupor. Pero yo si, yo me hice añicos en un único grito definitivo. Después perdí la voz. Ya nunca volvería a cantar.
Cuando el grupo volvió a España no quise seguirles. Me sentía atada a ese país donde la vida y la muerte estaban acechando a cada paso. Además, estaba obsesionada con Adrián, no aceptaba su pérdida. Necesitaba ir a buscarle. Verle y hablar con él al menos una última vez.
Empecé a consultar con videntes, mediums, echadores de cartas y adivinadoras. Todos prometían ponerme en contacto con Adrián, pero ninguno lo hizo. Después, comencé a experimentar con sustancias alucinógenas, con la esperanza de que en alguna visión él apareciera. Solo conseguí terror y soledad.
Alguien me habló de un brujo indio que vivía cerca del desierto. Fui a verle. En su mirada adiviné compasión. El viejo me dijo que él me ayudaría, pero yo tendría que cantar. Solo mi voz podía conjurar las sombras, abrirme paso en el reino oscuro. Él me facilitaría el tránsito, treinta botones de peyote y un ritual propiciatorio. Pero yo debía cantar.
Pensé que no podría, que la voz se me había ido con aquel grito, pero cuando mi estómago se dio la vuelta por tercera vez y en mi cuerpo no quedaba una gota de sudor, rompí a cantar. Mi voz se elevó en la oscuridad, se abrió paso entre el miedo y el dolor, se hizo quejido y aullido y llanto y después... se hizo música. Y de nuevo Adrián, esta vez tras de mí diciéndome: “Camina, no te pares. Yo te sigo pero no mires hacia atrás. Camina o me perderás para siempre”.

Vuelvo a recobrar la conciencia. Me levanto. Me duelen los riñones y las costillas como si hubiera estado peleando con un toro. Me acerco al brochazo de luz amarilla que es la puerta. Fuera, el desierto se ha convertido en una campana de vida mineral desperezándose en silencio. Respiro hondo. Me aplasta la tristeza. Ahora sé que nunca volveré a ver a Adrián. Se ha ido para siempre. Pero estoy tranquila. He podido volver a escuchar mi voz.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Ida vuelta

Ella salio corriendo del metro. Se acordó que no había ni ascensor ni escaleras mecánicas y maldiciendo al alcalde por su desidia para invertir en la líneas antiguas, cogio la maleta y la cargó en sus brazos. Jadeando llego al vestíbulo y se dirigió deprisa hasta la zona de salida de pasajeros de las grandes líneas de Atocha. La puntualidad del Ave era germánica.. 2 minutos antes de partir se cerraban las puertas, ya lo sabía bien, no era la primera vez que hacia este recorrido con la misma sensación de rabia por no haber ido con tiempo. Por fin llegó al control. Había una cola considerable. La cinta de rayos X del equipaje estaba atascada sin moverse .Prefirió no mirar el reloj


Jaime entro en la estación con su parsimonia habitual. Compró el periódico y fue a tomar un café .Todavía tenia quince minutos. Leyó que en Madrid estaba lloviendo y se había inundado de nuevo la M30.Vaya… De repente le asalto una duda... no estaba muy seguro si al final había metido los zapatos. Recordó que los sacó para ordenar mejor la maleta y de esta forma evitar que se arrugara demasiado la camisa Se puso nervioso..No podía ser que los hubiera dejado en casa. Con solo abrir la cremallera se dio cuenta que la bolsa no estaba. Fijamente comenzó a mirar a su alrededor pero en Sans no había ninguna zapatería y el tren iba a llegar con la hora justa para ir a casa de Pablo y cambiarse. Tenía que estar a las ocho en la iglesia, Era el padrino. Se miro los pies, llevaba unas pelotas rojas de Camper.


Desde luego no era el día adecuado para pedirle a Pablo que le comprara unos zapatos faltando tres horas y media para casarse. Por un momento se le paso por la cabeza avisar a Marta… no era una buena idea No iba a ir a la boda y le había pedido que no la llamara. Resignado se dirigió hacia el anden, bajo las escaleras mecánicas y esperó en la vía.


Por fin le toco a ella poner la maleta en la cinta y pasar por el detector de metales.. Pito, el policía impasible le señalo el cinturón. Controlando sus nervios se lo quitó y volvió a pasar. Sonó de nuevo. Se acordó que tenía unas monedas en los bolsillos. Vía 11, dirección, Santa Justa, Sevilla. Tenia que salir de Madrid. Era la boda de Pablo y Jaime probablemente ya estaría en la ciudad desde por la mañana. Llego al mostrador exhausta. Una azafata le dijo muy amablemente que las puertas del tren acababan de cerrarse en ese momento. Con cara de pez se quedo de pie sin poder articular palabra. Puede dirigirse a las oficinas de atención al cliente para ver si hay sitio en el próximo AVE.


Jaime puso la maleta encima del asiento y cerró los ojos. Si hubiera salido por la mañana como tenia previsto.. pero hacia tan buen tiempo que había preferido dar un paseo por el mar aprovechando el dia libre que había pedido en el trabajo. Llegaron a su mente imágenes del ultimo viaje que hicieron juntos a Nicaragua.., Marta desesperada buscando por lo bares de Little Corn Island a alguien que les llevara en barca a Corn island para poder coger el avión a tiempo ... el mensaje entrecortado del suicidio de su hermana .. Al cabo de un rato llego con un hombre tambaleándose que se había levantado de una mesa llena de botellas. A él le entró pánico. Se acordaba del trayecto de ida, las olas, la lluvia Todos agarrados a los bancos con fuerza para no saltar del asiento de la barca colectiva.


Ahora ella había rehecho su vida mientras que él había seguido con la suya en la librería con los amigos de siempre .No hizo nada para retenerla.


-No hay plaza en el próximo tren a Sevilla. Quedan en el mañana a las nueve.

-Ya y ¿cuando es el siguiente tren con asiento libre?

-Mañana sábado, ya se lo he dicho, le dijo amablemente Iyomara , que era el nombre de la guapa chica de sonrisa inmutable ya fuera para decirte que si querías un café o también para mandarte a la mierda.

-Si, lo sé.. Me refiero al próximo tren que sale de la estación con plazas libre me da igual el destino.

Se puso a teclear muy deprisa durante minutos interminables. El tren que sale hacia Barcelona a las seis y media y media le parece bien?

-Barcelona????


Próxima Parada Puerta de Atocha. Jaime se levanto y cogio la maleta.


Marta fue hasta el andén. El AVE estaba entrando en la estación Se sentó en un banco y cerro los ojos. Todo el cansancio se le vino encima..Barcelona.. No había vuelto desde hacía un año, al regresar de ese viaje. .Recordó la cara de Jaime allí junto al bar, paralizado, mirándola mientras ella hacia beber al hombre un termo de café Era el único que había encontrado dispuesto a llevarles. Eso o esperar cuatro días a la colectiva. No sabia si su hermana estaba viva ,solo había podido entender que se había tirado desde la azotea del edificio Luego había perdido la conexión .Ya estaba anocheciendo cuando se metieron en la barca ..Se despidieron en la orilla.


Los pasajeros iban llenando la vía. …Marta¡¡¡¡¡¡¡¡¡ miro hacia atrás y le vio… con la misma sonrisa con la que apareció en el funeral diez días después como si no hubiera sido consciente de su cobardía . Indecisa, se levanto del banco y entro en el vagón que tenía justo delante. Sólo hizo un gesto con la mano.


Distrito F

El sudor flota en el aire, las manos se agrietan. Ella le toca el brazo, él siente la caricia de cactus, pero sonríe, le calienta por dentro. En el Distrito F, nadie tiene nombre o al menos nadie lo recuerda, la arena borra los caminos entre bloques de hormigón, las ventanas se cierran y sólo se oye el viento. La cara de ella se acerca, él puede oler su aliento al abrirse la boca y pegarse a la suya. El sabor se vuelve salado, la humedad le alcanza la barbilla y cae sobre la arena antes de desaparecer.
Las manos se juntan y juegan durante un minuto apenas. Ella interroga con los ojos al sentir la caja cuadrada en su palma. Si no vuelve podrá abrirla. Ella se aparta, fija la vista en el horizonte, blanco sobre blanco. Las dunas cercan la isla de cemento, pero nunca es la misma la que te vigila, se mueven sin cesar, aunque no te des cuenta, y esconden miles de insectos y lagartos.
El avión espera en la pista de tierra con el morro hacia arriba, oteando el aire, el único pájaro que ha sobrevivido. La tormenta se acerca. Los remolinos envuelven las dos figuras inmóviles, los granos pican en la nariz, en la garganta, asfixiando, casi no pueden verse el uno al otro. Una ventana se abre, alguien observa la salida pero no habrá ceremonias, no es el primero que se aventura más allá buscando una salida, un cambio, da igual, el que sea. Es inútil, no hay nada fuera del Distrito F.
El óxido le araña la mano al abrir la puerta y se acomoda como puede dentro. El olor a gasolina y polvo marea. Se incrusta en el asiento de cuero rojo y enciende los motores que renquean en toses secas. Las hélices mueven el polvo y se paran. Él vuelve a intentarlo y esta vez cogen impuso y el ritmo se acelera apartando el silencio. El rayo de plata recorre la pista, apenas visible, en pocos segundos y empieza a elevarse, escorado a la derecha. Por un momento parece que va a caer, y ella no puede reprimir un grito ronco que nadie puede oír entre los átomos de cuarzo y humo.
Él ríe ligero al sobrevolarla, gira dos veces a su alrededor, la corriente se vuelve tornado y levanta su vestido rojo, las piernas le tiemblan, no sabe si de miedo o excitación. Sigue subiendo, ella se ha convertido en un punto lejano, un hito topográfico que le ayudará a volver.
El horizonte se ha alejado pero sigue igual, la nada vacía le rodea en cualquiera de los puntos cardinales, sólo la brújula le indica que sigue un camino, escogido al azar. Los minutos pasan, se transforman en horas, si no para la búsqueda ya no habrá vuelta atrás. Y se da por vencido.
El Distrito F vuelve a emerger de nuevo. Como último coletazo decide subir un poco más. El cielo cambia, el gris pálido se ha transformado en azul, que se oscurece más y más al ascender. El sol ya no es un globo triste, sino un foco amarillo reluciente en un viscoso cuadro de óleo ultramar. Y sigue subiendo. No sabe donde puede llegar, pero quiere estar allí. El tablero de mandos vibra bajo su mano, le hace cosquillas, casi no puede leer los números, pero tiene que saber lo que hay más allá, dónde está la frontera. El vello se le eriza, y empieza a tiritar, los dedos se entumecen mientras empieza la inmersión. Siente una mordaza en la cara, un ataque de asma mientras hiperventila.
El sol se fija en su retina, cada vez más grande, cada vez más frío, no puede cerrar los ojos tiene que seguir mirando….
Ella se levanta de la arena, el hueco de su cuerpo se desvanece como si nunca hubiera estado allí, esperando durante horas. El rugido se hace más fuerte pero no desciende, la diagonal apunta a las estrellas, y de repente el silencio, todo está inmóvil. Una serpentina de humo crece desde el cenit, el fin de fiesta. El avión grita al estrellarse, y la onda expansiva curva el tiempo y el espacio, tumbándola en la arena, es la última caricia.
La caja se le clava en el estómago al caer, la sangre se confunde en el vestido y mancha la tapa abierta. Una pluma blanca sale volando y se pierde en el viento.

“CAÍDA DE ÍCARO” Jacob Peter Gowy

miércoles, 19 de noviembre de 2008

A LOS EXASPERADOS ANONIMOS

En vista de que a muchos de nosotros nos incomoda ver entradas sin firma, rogamos que todo aquel que quiera colgar un texto suyo en "exasperados" lo firme.
Quizá al escritor/a anónimo le parezca una chorrada, pero sería un hermoso detalle de cortesía.

Muchs gracias.

viernes, 14 de noviembre de 2008

noche en madrid


Ayer, paseando por el centro, ví que el Penta estaba abierto.
Entré pero ya no había nadie de ese tiempo en que quise ser Antonio Vega. Eso fue hace mucho.
A quién buscaba sobre todo era a Lourdes, que servía copas y me ponía los faros. Un día me atreví a intentarlo. Me acerqué, le solté el rollo, y ante mi incredulidad, funcionó. De madrugada me llevó a su ático del Dos de Mayo. No salimos de allí hasta la siguiente noche. Fue glorioso.
Volví a mi casa sintiéndome la hostia en vinagre, bendecido por ser joven y vivir tiempos de promisión.
Un par de días más tarde volví al Penta. Había pensado en decirle a Lourdes que se viniera al Pantano de San Juan.
Cuando llegué Lourdes me sonrió, pero siguió hablando con el batería de una banda jamaicana. Hablaron y hablaron, cada vez más cerca, y se acabaron liando.
Pensé que no era el momento de sugerir ninguna excursión y volví a casa.
Recuerdo que esta vez lo que pensé es que los profetas de la liberación sexual se guardan bien de advertirnos de todas estas jodiendas.

Una despedida.

Mamá me ve coger un trozo de pan antes de sentarme a la mesa, sin embargo, hoy, en lugar de regañarme me pasa la mano por la cabeza y me revuelve los pelos mientras sonríe. Papá entra en el comedor atándose la corbata y le da a mamá uno de esos besos que sólo se dan los domingos. Luego, como siempre, se acerca al armario secreto, que es como yo lo llamo porque lo cierra con una llave pequeña y dorada que guarda en el bolsillo del pantalón. Dentro hay muchas botellas, muy bonitas, todas de cristal y de diferentes colores. Coge una de ellas y se llena un vaso hasta la mitad. Yo ayudo con los cubiertos, que pongo sobre la mesa. Me gusta colocarlos todos seguidos, a la derecha del plato: el tenedor, la cuchara grande y el cuchillo. Papá se ha sentado y esperamos a que mamá llegue con la sopera. Coge el periódico y se termina su bebida. Mientras lee dice cosas, como si se enfadara con el periódico. A veces lo hace cuando no le gustan mucho las noticias. Yo le pregunto, pero él siempre me responde lo mismo. Dice: “Son cosas de mayores. Eres aún muy pequeño para entenderlas” Mamá entra y dice: “No es tan pequeño” Y me mira cerrando un ojo. “Nuestro hombretón ya tiene 10 años” Mientras comemos, hablan de lo que papá ha leído, y mamá le dice que la gente habla mucho y no hay que creerse todas las cosas que escriben en las noticias. Dice también que todo lo que publica el periódico, la radio lo contradice al día siguiente. No sé que significa “contradice”. Alguien llama a la puerta. Papá le hace un gesto a mamá mientras se levanta y se limpia la boca con la servilleta. Desde la puerta de entrada me llega una conversación que no logro entender. Y cuando papá regresa al comedor, lo hace con un hombre grande vestido de uniforme. Mamá deja su cuchara sobre la mesa y levanta la cabeza y papá la mira con esa cara que me puso un día que entré en casa con un bote lleno de lagartijas y el hijo del zapatero de la esquina. “María, ya conoces al coronel Anton. Sírvele una copa.” Papá entra en su habitación andando muy deprisa. Nos dice: “Enseguida vuelvo” Al regresar, papá se ha cambiado de ropa. Ahora viste con su uniforme y se pone muy cerca de mi cara y me agarra por los hombros: “Papá tiene que irse a un desfile, hijo. Sigue comiendo y quédate aquí con tu madre, ¿entendido?” Me da un beso en la frente y luego coge su chaqueta y su gorra y le dice algo a mamá en voz muy baja para que yo no pueda oírlo. A ella le tiembla la mano como si tuviera frío. Y mientras se marcha hacia la puerta junto al coronel, mamá lo sigue con la mirada y dice una palabra que yo no debo decir aunque la oigo siempre que voy con ella al mercado.

En la calle unos niños gritan: “¡ya vienen! ¡ya vienen!” Y oigo las voces de más gente que se va juntando allí abajo, en las aceras. Luego un coche acercándose. El motor está cada vez más cerca y, en el hueco lejano que éste ha dejado, empiezo a oír otro coche siguiéndole, y luego otro. Mamá se acerca a la ventana. Tiene su cintura abrazada y la cara seria. Me ha dicho que me quede sentado a la mesa, pero no puedo dejar de moverme, como cuando veo la Luguer metálica de papá y él no me deja cogerla. Le pregunto a mi madre: “¿Mamá, puedo mirar?”. Mama estira su mano y deja que me coloque junto a ella. Me aprieta fuerte mientras miramos por la ventana. La calle está llena de gente que levanta los brazos al ver pasar a los soldados, que siguen a dos coches como los que a veces vienen a buscar a mi padre. Detrás de ellos, veo a unos cuantos hombres de paisano. Entre ellos reconozco al zapatero. Le digo adiós con la mano. Luego le diré a Isaac que he visto a su padre en el desfile. Si estuviera aquí se pondría bien contento. Le han subido a una furgoneta oficial para que toda la ciudad pueda saludarle.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Los viernes...


Géminis

Lo que hay fuera es la noche.
Un jardín que huele como huelen los jardines cuando no es verano ni es invierno.
Dentro, estamos sentadas en la mesa de la cocina, con luz de cocina, una lámpara baja sobre la mesa. Y los pies que no tocan el suelo.

Estamos aquí escuchando a papá.
Que nos cuenta que a veces las cosas pasan y eso no significa qué.
Pero a veces es qué.

Pero tranquila.
TÚ, TRANQUILA -nos dice-
Y no le digas nada a tu madre.

Nos dice.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Los miércoles...


sábado, 8 de noviembre de 2008


viernes, 7 de noviembre de 2008

BRINDIS

BRINDIS


Alguien dio la noticia: “se llevan a Don Julián” y de pronto corrían todos calle abajo camino de la Estación. El gordo Chávez, Jesusín el Arriero, la Trini, Ernesto, la pequeña de los Jiménez, doña Luisa, El Loco, Rafael. Todos. El pueblo entero corría.
Se tropezaban con las piedras, resoplaban, se animaban unos a otros. Decían a los más jóvenes: “¡Adelántate tú y di que esperen!”
Al pasar por las casas de puertas abiertas Nicolás cogió el trombón, otros dos agarraron casi al vuelo sus guitarras, Emilio salió cojeando con el acordeón y el chico pequeño de la Engracia apareció con unos platillos.
Llegaron al andén y el tren estaba entrando por la Vía. Diez minutos y volvería a arrancar llevándoselo lejos. Al norte, a un lugar frío donde para él ya no habría música.
Llegaron al andén y pararon en seco. La mujer joven de negro los vio, los miró, se levantó del banco. Se pasó una mano por el pelo y apretó aún más contra su pecho la urna que sujetaba.
Ellos se miraron sorprendidos. Enojados. No se esperaban eso.
El Gordo Chávez quería romper algo, Jesusín el Arriero buscó con la mirada al alcalde, él lo arreglaría. Rafael se rascaba la cicatriz del brazo. Fue la Trini, como siempre, la que lo entendió todo. “Aquí no hubo nadie que lo curara a él y la familia querrá tenerlo cerca. También tienen derecho”
Y sin hablar supieron que hacer: no le llorarían, no le ofrecerían de beber, no le harían más bromas, no le explicarían cuánto le habían querido ni cuanto le iban a echar de menos. Ya nunca más: “¡Hay don Julián véngase usted conmigo que se me ha puesto la mujer de parto!” Ó “Sí señor, con el ungüento que me dio, ya estoy mucho mejor de mis reumas”
Los músicos comenzaron a tocar. Desafinando con ímpetu al principio, ajustándose al ritmo poco a poco, para acabar sonando como una banda de ángeles juerguistas.
La mujer joven de negro los miró, los escuchó, relajó el rictus de la cara, se secó los ojos, aflojó los brazos y en un gesto de brindis, levantó la urna con las cenizas y llorando a carcajadas subió al tren.

EL CERCO

EL CERCO




Ella ya no puede estar muy lejos. Con esta lluvia no es fácil caminar. Los pies se quedan soldados al barro y la tierra tira de ti como si quisiera engullirte. El fusil es un peso insoportable.
No puede estar muy lejos, tiene hambre. Sé que cuando huyó no pudo coger ningún alimento. No tuvo tiempo. Solo el cuchillo que le quitó a Juárez. El mismo con el que le abrió la garganta, antes de lanzarse a esa carrera loca que despertó a los perros del campamento y nos hizo salir a buscarla en plena noche, en plena pesadilla.
Ya no puede estar lejos. Está cansada, tiene hambre y está enferma. El mosquito ha bebido su sangre y la fiebre le araña la frente con patas y aguijones cuando cae la noche.
También yo estoy cansada, también yo tengo hambre, también yo estoy enferma. Llevo más de diez días escrutando cada rama, cada nido de insecto, cada centímetro de barro no lavado por la lluvia. Llevo más de diez dias siguiendo su huella. Hace tres que perdí a mi patrulla. Desperté de madrugada y no había nadie. Agucé el oído y solo me llegó el estruendo de la selva despertando, el tumulto de la lluvia sobre las copas de los árboles. Ni rastro de una voz humana. Solo unos cuerpos mudos, semejantes a árboles resecos, con la corteza agrietada por el barro y la sangre. Mejor así. Cuando la encuentre, solo seremos ella y yo.
El cansancio y el hambre la han vuelto descuidada. Deja jirones de su blusa y restos de su carne entre los espinos. Ayer perdió el cordel que llevaba en el pelo. He atado con él la cintura de mis pantalones. Yo también hace días que no como. Mi pelo cuelga ahora lacio y estropajoso sobre mi espalda.
Ya no puede estar lejos. Esta mañana he tenido la certeza de que estamos andando en círculos concéntricos. Sé que no está perdida. Ella conoce esta parte de selva tan bien como yo y aunque quisiera no podría extraviarse. Me lleva a las ruinas de piedra donde estuvimos encerradas los primeros meses del secuestro. Está jugando a dejarse encontrar o me tiende una trampa. La herida del brazo se me ha infectado, el espino con el que me desgarré debía de ser venenoso. Ya no tengo armas, solo el cuchillo que era de Juárez. He abandonado mi fusil en el hueco de un árbol, pesaba demasiado y ya no creo que me sirva para nada. Cuando la encuentre estaremos las dos tan extenuadas que solo tendremos fuerzas para morir.
Estoy contenta de que se haya escapado. Contenta de haber podido correr en su busca, de haber acallado por ella las voces soeces de los hombres de la patrulla, de haber vuelto a sentir su latido en el palpitar de esta lluvia incesante. Después de tantos años escondida, por fin me siento libre. Ni siquiera recuerdo por qué aún sigo aquí, por qué después de la mordaza y la venda en los ojos me quedé en esta selva, por qué cuando me dijeron que habían pagado mi rescate y que un día podría irme, no pregunté siquiera. Seguro que fue el miedo. La certeza que en ninguna parte había ya un sitio para mí.
Vuelve la fiebre, empiezo a tiritar. Veo las ruinas de piedra. Hay una cueva escondida entre las ramas. Allí podré dormir. Ella ya no puede estar muy lejos.

jueves, 6 de noviembre de 2008

EN LA PANTALLA


En la pantalla está ÉL, está ELLA, las vías oxidadas.
Todos quietos.

Hace 1 minuto se separaban en la bifurcación de los pasillos del metro. Hace un minuto cada uno subía por unas escaleras hacia un lado del andén. El tren de ÉL aparecerá por la derecha. Faltan dos minutos para eso, lo pone en la pantalla.

El tren de ELLA aparecerá por el otro lado, y faltan para eso ocho minutos. Lo pone en la pantalla, también.

Hace 1 minuto se separan. ÉL intenta tocar su mano. ELLA aprieta los dientes y mira hacia otro lado, concretamente mira hacia abajo a su derecha, en diagonal. Aparta la mano moviendo todo su cuerpo y comienza a subir las escaleras. ÉL la mira alejarse y sube sus propias escaleras para volver a encontrarse frente a ELLA, arriba, en el andén.

Ahora los dos se miran pero los separa el hueco de las vías. Los separan seis minutos de diferencia, los separa el pasillo y las escaleras.

Y otras cosas.

Desde su lado del andén, ÉL dice: "ven". No se oye pero mueve los labios y lo dice.
Así: "VEN"

ELLA está llorando. Desde el otro lado del andén no se puede ver pero está llorando. Hace exactamente tres segundos que llora. Desde que ÉL dijo eso.

Luego, ELLA dice "no". Dice "NO" con la cabeza, y nadie sabe lo que pasa, lo que NO se dice, al otro lado del andén.

En la pantalla 5 minutos significa que el tren de ÉL ya se ha ido y que el tren de ELLA aún tiene que venir.

Hubo un momento en que se miraron a través del cristal.

Del cristal del vagón.

En la pantalla ya no hay minutos solo una estación vacía y deshidratada. Personas diferentes. Vías.

En la pantalla el metro llega, se va, llega y se va. ELLA cierra los ojos, dice NO. ÉL mueve los labios. Y el metro se va, y queda una estación, y todas esas cosas a través del cristal.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Bar adentro.

Necesita volverse para ella sola y esconderse detrás de ese pelo negro, que le cae en cascada, entre el desmayo y la confusión, por delante de una cara que parece cansada, más por esperar que por ir corriendo a todas partes. Y eso me lo dicen sus ojos, también negros, en los que me ha parecido ver esa cosa discreta y triste que a veces deja el desengaño. No, definitivamente, no quiere que la miren. A estribor, yo desvío la mirada, mientras espero mi café, y no puedo evitar mirarle el culo, encajado a la perfección a un exceso de minutos encima de un asiento de bar, que comienza a moverse buscando una nueva postura. El gesto le hace resbalar una pierna, apoyada sobre el reposapiés de su banqueta, y no es su vaso de boca ancha, con más hielos que güisqui, sino ese impreciso intento de agarrarse a la barra, el que me cuenta que aquella no es la única copa que ha provocado semejante marejada. Y desde el suelo, esa falsa dignidad que precede a la vergüenza, se cruza con mi mirada, poniéndole un “¿qué miras tú?”, en su boca y, en mi cabeza, estos pensamientos: “Estoy harta. No, no y no. No quiero tu ayuda. Odio este bar. Odio las carreras de coches. Odio esta ciudad. Y el fútbol. Me odio. Te odio. ¿Qué miras tú? Vuelve a tu sitio de mierda. Odio tu pose de café y librito. Eres igual que todos. Mierda, mierda, mierda. Métete tu testosterona machista por el culo”. Definitivamente, hay mujeres que piensan que todos los hombres tenemos la polla en los ojos y la lengua en las manos. Hay que tener un mejor juego de piernas, nena, para cambiar de rumbo. Un golpe de voz me desvía hacia otra ruta.

Sin dejar de mirar su copa de ginebra teñida con nördic blue, él habla, habla mucho. Sus palabras pegan con convicción a su joven compañera de mesa, como el que sabe que el combate está amañado. Y ella observa aquel monólogo que tiene el efecto hipnótico de un recital de poesía en la voz de Fidel Castro. Su voz se adueña incluso de su propia conversación y, más allá, inunda el bar y salpica a los clientes cercanos al estrellarse contra las paredes. De vez en cuando ríe y cada risotada suena con el prudente entusiasmo de quien ha encontrado un campo sucio y grande donde hacer pis. Me asombra esa gente que tiene los ojos en un sitio y la voz en otro. La mesa de al lado está libre y, aunque hay otras más tranquilas, yo me decido por esa. Desde allí, observo mejor su atuendo: abrigo negro, bufanda roja y sombrero tipo gangster. El conjunto tiene el mismo aire de pose maldita, histriónica y exagerada, de todo lo que estoy oyendo. De pronto, de una forma tan breve y rotunda como el portazo de una bronca, aquella marea descontrolada se apacigua. Mi presencia se ha mezclado con un leve giro de cuello al compás de la palabra himen. Y el bar se pone de acuerdo para crear uno de esos contundentes silencios. Después, con ese ritmo pausado con el que arrancan los trenes, se va recolocando el ruido. Primero se arrastra una silla, luego una tos hacia el fondo, alguien llama a la camarera y, poco a poco, la chica se sacude los últimos granos de rojo que quedan en sus mejillas y en el bar se vuelve a hablar de la vida. Yo aprovecho para escaparme tras el humo de un cigarro. Uno sabe que hay cierta clase de peces a los que es mejor no molestar. Y, mientras doy vueltas a mi café, mi atención recala en otro lugar, justo enfrente.

Tiene a su derecha un espejo adelantado 40 años al que llama mamá, junto a un adorno a juego que reacciona al nombre de papá. Ha pedido una tarta de chocolate para ella y otra de limón y queso para su padre. La madre prefiere ir cogiendo de las dos, primero con la mirada, más tarde con la pequeña cuchara con la que termina de dar vueltas a su té con naranja. Aunque la chica parece tranquila, transmite algo muy diferente con sus piernas, que puedo ver bajo la mesa, incapaces de pararse, como dos pequeños remos luchando por escapar de un remolino. Nadie habla, como si hubiera entre ellos más distancia que el tiempo que llevan sin verse o, quizás, porque ella aún no sabe a quién se parecerá el bulto con antojo a tarta de chocolate que le está creciendo en su tripa. Sus ojos comienzan de pronto a moverse de un lado a otro, como un faro enloquecido en plena tormenta, y su mirada perdida encalla contra la mía. Ella aprovecha ese instante para echar una balsa y lanzarse rumbo al baño. Atrás quedan, como restos de un naufragio, una madre, un padre, un trozo de tarta de chocolate y un trozo de tarta de limón y queso. Y en esa pequeña calma, me dejo llevar bar adentro, hasta el canastillo vacío de revistas y periódicos del día, en cuyas aguas alguien parece haberse adentrado ya.

Metido en su periódico está claramente más fuera que dentro. Se sienta, se levanta, pasa a la sección de deportes, a la de cine, se vuelve a sentar, da un sorbo a su cerveza, se levanta, se sienta y mira, sobre todo, mira, a la gente del bar, al trajín de la calle. Cada vez que recalcula coordenadas y fija algún que otro indeterminado punto, su mirada muestra ese discreto brillo que deja el fracaso en el ojo cuando se instala allí el desaliento. Mira sin pedir permiso, con el nervio del olfato en la mirada y el ansia de la avaricia en el cuello. Es sólo al sentirse observado que trata de disimular el gesto y parece que mire de usted. “Eres un flojo, muchacho. A una primera cita no se debe llegar con esos nervios. Es más, a cualquier cita no se puede llegar con una chaqueta recién planchada por tu madre. La próxima vez, muchacho, asegúrate de dejar tu número de teléfono escrito en un billete de 50 euros”. El chaval da por concluida, primero la cerveza y, a continuación, la espera. Y con una ventolera, se marcha del bar dejando tras de sí un sonido intermitente y metálico inundando la escena.

La campanilla colgada del techo tintinea al chocar contra la puerta de salida que, al abrirse, deja entrar al bar, primero una pausa y después un perro, en cuyo lomo lleva una aparatosa estructura de hierro que le rebota con cada paso, aunque esa carga no parece importarle a juzgar por el ritmo con el que agita la cola. El animal se mueve con destreza sorteando las mesas, como sabiendo hacia donde se dirige y no duda en pararse en algunas de ellas para dejarse acariciar o llevarse a la boca algún que otro pedazo de pan, tarta o trozo de galleta que una marea de manos le va ofreciendo. Toda la atención del local está puesta en el perro por eso, nadie parece darse cuenta del hombre que ha entrado en el bar que, entre la niebla de humo, intenta abrirse paso tropezando con todas las mesas y sillas que le van saliendo al encuentro y pregunta por Canelo sin recibir respuesta. Y mientras el hombre permanece quieto como flotando en la superficie del bar, Canelo bucea a través de una barrera de piernas hasta sentarse frente a la puerta de entrada donde un par de ladridos reorientan a su dueño naúfrago que, aferrándose al fin a ese tronco peludo, se deja arrastrar calle abajo hacia alguna otra isla perdida. Yo decido regresar a la barra a repasar la lista de pasajeros que he apuntado en mi pequeña bitácora.

La conturbada mujer de la barra se llama Marta, tiene 35 años, los ojos negros y una larga lista de desengaños a cuestas. Viene todas las tardes con su melancólica, infeliz y desventurada mala pata en la vida y, se muestra enfadada e irritable a partir de la tercera copa. Hoy, al parecer, tenía una cita. También averiguo que Íñigo, el locuaz playboy de la mesa, se sienta en el mismo sitio todos los jueves y siempre frente a una chica distinta. Desde allí, las hipnotiza con su verborrea de taimado cuarentón y el efecto sedante de sus ojos azules. Esos mismos que engatusaron hace algún tiempo a Sonia, el día en que celebraba en este mismo bar su 20 cumpleaños, y que hoy ha venido acompañada de sus padres. Quizá por eso ni se han saludado al verse. El que ha dejado finalmente sus nervios pegados al periódico es Fede, un tío raro que se organiza sus citas a ciegas desde Internet y que queda siempre en la misma esquina con un clavel amarillo en la solapa que hoy, o bien ha decidido no llevar puesto o simplemente ha olvidado ponerse. Quien me cuenta todo esto es Ana, la camarera de ojos verdes que ha sonreído al ver entrar a Canelo, con el que vivió un año antes de que se lo llevara un antiguo novio suyo adiestrador de perros guía. Me ha pedido que le deje ver que es lo que había estado escribiendo. Me comenta que este bar es efectivamente un mar lleno de vidas intensas al que ella suele llamar, me confiesa, un bar de emociones. Me dice también que eche el ancla, que no le gusta regresar a casa sin haber pescado algo antes.

martes, 21 de octubre de 2008

Domingo 12 de octubre de 2008, 19 horas.

Domingo 12 de octubre de 2008, 19 horas.

Escritura automática para una sincronía provocada:
Me preparo: “si no vivo, no tengo nada que contar”. Voy a apuntarlo en el móvil pero encuentro un sms que no sale con nombre de remitente. “¿iremos al Bukowski?”. Llamo, es Ana. No puedo ir. Me recuerda esta sincronía. Lo sé, estoy pensando en ella desde hace tiempo. No sé qué tengo que escribir. Me da igual lo que se espere de mí. Escribo. Llevo enfadada desde el viernes, no podré ir hoy al Buko. Blanca celebra su cumpleaños hoy por nosotros, porque ayer tuvimos una boda, el miércoles taller de escritura creativa, etc. Y el domingo, que es mi día sagrado, lo sacrificaré.
Me río, porque enfadarme, si, me enfadé como lo hago yo, por unos instantes, pero luego soy incapaz de pasarme tanto tiempo enfadada. A veces se me va la mano con el énfasis al contar las cosas. Suena la alarma de las siete de la tarde: “Recordatorio para la sincronía”, y un beso en la oreja:
-“¿qué es eso?”
- ”nada, aún no se que es”.
Entra poca luz, el cielo está de un color gris rata aunque hay nubes marrones, como un nesquick diluido en demasiada leche.
Cuando quiero escribir, cuando de verdad quiero escribir, tengo que hacerlo a mano. No sé por qué. A veces la mano se pone sola a juntar letras en el papel, sin presión, y da igual lo que ponga. Ya se le encontrará sentido. Me fijo en la caligrafía que tengo en cada momento. No la cuido. Creo que es así, complicada porque soy coqueta y pretenciosa. Lo asumo.
El tic tac del reloj de la cocina me acompaña, así como el sonido de los coches. No me imagino viviendo en una calle pequeña y estrecha del centro, no porque no quiera, es que no me veo. Necesito altura. Como los buitres. Tras este pensamiento, me tengo que levantar, dar un beso a Santi y dejarme abrazar.
ZFL

miércoles, 15 de octubre de 2008

Domingo, 7 de la tarde.

AQUÍ.
Zomas

Vivimos en este cubo de paredes rojas y deshechos acumulados. Es un lugar muy antiguo, tanto como el tiempo que llevamos aquí dentro. Cada uno reside en su parte y, a través de una pequeña ventana en el muro central que nos separa, podemos vernos. Desde mi lado, y esto sucede cada día, tengo que soportar impotente la arrogancia tangible de su eterna mirada que, yo devuelvo en forma de desprecio e indiferencia hacia ese otro lado. Sé que no podré salir de aquí hasta que él no se haya ido.
.

ESPERAS.
Christine

El teléfono enfría mi mano, y espero. El mundo es silencio en el portal.
Salgo a la calle y despierta. Al principio son rumores indecisos que enseguida se aclaran
Ritmos de percusión guían a una voz que canta ópera.
Los pájaros encerrados en el semáforo pían, los coches, las motos, los dos niños que gritan, todos esperan, la señal, como yo.
Me doy cuenta de que todos van en sentido contrario al mío, y no hay jóvenes.
La tienda nueva está abierta, moda y complementos al estilo chino. En el escaparate brilla un traje de novia, en la estrecha franja entre el palabra de honor y la minifalda, brillantes falsos deslumbran sobre encajes y volantes. Dentro huele a moqueta sintética y pican los ojos. Los hijos del dueño corren entre la ropa y una señora se queja de que le han dado el bolso equivocado.
Vuelvo a la calle, el cielo está cubierto de champiñones grises. Ojalá llueva…
Llego a la plaza, los ruidos aturden pero el teléfono sigue sin sonar.

EL DESFILADERO

Paloma

Un camino de piedra. Un camino empinado de piedra que trepa ladera arriba y los pies no quieren ver como a su paso la tierra se va desmoronando. A mi derecha el precipicio se hace cada vez más alto, cada vez más doloroso. El valle, allá en lo hondo, es de una belleza insufrible. El sol acaricia mis hombros. Sin consuelo, sin honor. El corazón se encoge y el aire, tan puro, se niega a entrar en mis pulmones. La sangre me golpea las sienes y un mar lejano brama detrás de mis párpados. Obligo a mis piernas a seguir caminando pero el miedo las ha vuelto pesadas, desobedientes. En cada curva el camino se estrecha y me lleva al terror de la infancia, a la soledad de la caída, al sueño del vuelo roto contra el suelo. En el centro, toda la belleza del otoño. El valle, allá en lo hondo se eleva hasta mi frente y tengo que apoyar mi espalda contra la roca y soportar con vergüenza el lamento de mis alas rotas.


El Desfiladero de las Xanas. 12 de Octubre de 2008


En el Cabo
Son la siete ….y me siento…. y observo…. y escribo….. la gente se va yendo.. despacio …. arrastrando los pies como si quisieran que se alargara el día … mirando
con tristeza hacia atrás para recordar estos últimos momentos . Aparece la arena mojada a medida que se vacía la playa.

Los últimos coches se abandonan en el camino entre las montañas ocres y reverdecidas por la ultimas lluvias Palmitos, pitas, acebuches y adelfas sacan sus brotes en pleno otoño .El castillo corona las dunas fosilizadas …crestas y rocas… piedras y cortados

Tras la tormenta, la bahía descansa ..las solas suavemente se van acercando hacia la orilla levantando espuma de forma sincronizada como búfalos corriendo.

Poco a poco las rocas se van llenando de cañas de pescar que como alfileres dibujan lineas y van cubriendo los recovecos y grietas. Los hombres se sientan al lado o se tumban y miran ..y no hablan y callan …rindiendo homenaje al final de la tarde.
Unos cobertizos de madera descuidados y descoloridos guardan los hilos, los anzuelos y cebos en donde antes había barcas y redes. Se mantienen en pie, firmes para mostrarnos que una vez existieron,

Ya no hace frío, ha pasado el temporal pero me estremezco y respiro. Miro hacia abajo … el agua hace remolinos en mi honor, sin dirección ..ni rumbo fijo vagando perdida buscando dónde estrellarse

Atardece.. el sol ya esta en mi espalda….quiero tirarme, y volar, y correr por la espuma.

Bajo la manta

Graciela

.
19hs.- Sangro. La gata ha estado durmiendo sobre mi vientre en una simbiosis perfecta. Yo acaricié su lomo esperando la lluvia. Ahora vigilo el movimiento de los olmos tras la ventana. Ayer el viento los cimbreaba hasta el cansancio. Hoy están quietos sobre un plano gris. Sangro y un pequeño dolor acompaña la tarde. He estado leyendo el final de Tokio Blues, mirando el afuera, comiendo uvas y reconociendo los sonidos que agitan el silencio de la casa.
19:08hs.- Enciendo un cigarrillo y pienso en todos los que escriben a estas horas, en sus direcciones personales, en este compromiso. Pienso e imagino. Imagino, fumo y pienso. Mi mente voladora sobre vuestras casas, entrando en los bares, subiendo a autobuses, llegando tarde…Mi mente viajera en un cuerpo que sangra. Mi cuerpo tranquilo, herido de salud.

Y Madrid
A. Mañas


Si por lo menos hubiera una gaviota en este mar
podría tratar de alimentarla
con cosas partidas en trozos pequeños y muertas.
Y con ese olor.
Pondría mis ojos a la altura de sus ojos oscuros, y vacíos y tan negros y le diría: quédate conmigo, aprende a no volar.


Si hubiera semáforos, si hubiera tráfico, si hubiera música dentro de un solo coche de esta ciudad,
Lo buscaría con mi olfato.
Lo rastrearía como una perra sucia y sola y con el pelo lleno de humo y de lluvia.
Me pondría delante y le pediría (bajito y por favor)
"atropéllame"
(gemido)
"por favor, atropéllame".


Si hubiera un despertador.
Entonces,
me despertaría.


Pero Madrid no tiene ni mar, ni perros perdidos, ni un despertador que sepa cuántos minutos y horas y cuatros de hora y días llevo así: ni muerta,
ni sucia
ni sola, ni atrapada
ni dormida.
Ni despierta.


QUIRÓFANO 41:

Dicen: escribe sobre lo que conoces. Y entonces aparece el ojo. Imagino que la cosa debió suceder así: el primer día se creó el paño verde. Cuadrado, tamaño mantel; con un gran agujero central. Sólo con uno, rodeado de ese tipo de muerte que llamamos esterilidad. Luego vino el equipo diseñado para niñas. Tijeritas. Pinza. Aquella paradoja semántica en forma de aguja con punta roma. Y sólo entonces fue el paciente; fue el accidentes facial; fue la mirada.

Más del 90% de la información que captamos nunca llega. Prefiere entregarse a los cantos de sirena que empiezan donde la pupila ya no ve. En cada desvío hacía la corteza occipital se aleja un trozo de lo imperceptible. El movimiento del índice al partir nueces. El pestañeo del profesor; el pestañeo del aula. El charco en la rueda del autobús. Se van todos.

Los que creían en el olvido conocieron el mórfico. Su nombre viene “del que hace dormir”, y su sitio se encuentra entre dos fronteras: la esclera ocular y el nervio óptico. El lugar donde empieza la pérdida. Allí trabajo: exactamente donde la imagen se hace pensamiento. Se abre el ascensor por la mañana, y me trae una enfermedad con nombre de persona. Los siento en fila, el glaucoma al lado de la catarata, o quizá separados por el estrabismo. Las gotas de anestesia tópica han hecho ya su efecto, y ellos lo saben porque no hablan, porque hay algo nauseoso en los ojos quietos. Te miran con insistencia enfermiza. Por mucho que se agiten estúpidamente las manos, las palabras o el pelo, queda siempre la cañería inmóvil que lleva al cerebro, observándote. Entonces me acerco a esa presa mansa donde nace la memoria y con mi inyección le arranco de un golpe movimiento y deseo. Y sólo ahora el chorro de luz entrando en la pupila abierta ya no duele; sólo ahora no cierras los ojos siquiera a esa cámara posada en la conjuntiva que te mira dentro. Es sólo ahora que, por primera vez , lo ves todo.

ANDREA ROMERA


MI HABITACIÓN BLANCA
David

Más luz. Las diecinueve del doce de octubre, a cuarenta grados de latitud norte, son una hora tardía, y mis pupilas se dilatan para dejar entrar más luz. No, yo dilato mis pupilas. Decir "se dilatan las pupilas" es como intentar hacer trampas en un solitario.
Necesito más luz y enciendo la lámpara. Mi habitación blanca se vuelve anaranjada, y mi pupila ya no bebe luz destilada a 149 millones de kilómetros, sino mi propia cosecha. La mayoría de los fotones escapan de ella, pero no importa dónde acaben estrellándose (en la colcha blanca pero manchada, en la barandilla al otro lado de la calle, en una molécula de ozono en la estratosfera, en una mota de polvo en el cinturón transneptuniano), siguen siendo míos. Los he enviado yo. La lámpara no sólo produce luz, sino que irradia mi pensamiento. Me extiende por la habitación, por la calle, por la Tierra, por el éter.
En la ciudad hay otra habitación que también fue mía. Desde aquí, la luz la alcanzaría en siete millonésimas de segundo si las paredes fueran transparentes. Muy lento. Mi pensamiento puede llegar antes. Y tengo otras habitaciones que visitar. Están lejos y dispersas, por esta meseta, por este continente, por esta biosfera. Si la luz de mi lámpara pudiera correr paralelamente a la circunferencia del planeta, tardaría casi una milésima de segundo en legar a la habitación donde he pasado más días. La que está a cinco milésimas me agria el humor; la que está a casi ocho, la primera habitación blanca, me produce demasiada nostalgia para expresarlo. Cuando mis pensamientos están en ella, el inquilino debe de pedir socorro en sus sueños.
A esta misma hora, en esta misma ciudad, hay otra docena de personas intentando pensar y hacer lo mismo que yo intento pensar y hacer. Linda apuesta. Mi pensamiento les acompaña un segundo. Pero me canso de estar inmóvil, así que tomo carrerilla y salto por la ventana.
Alcanzo la velocidad de escape, sigo acelerando, la velocidad de la luz, acelero más, y alcanzo mi velocidad. Echo un vistazo fugaz a Mercurio, me aburro otra vez y salto a Ceres, pero me desvío antes de llegar. Me sumerjo en la nube de los asteroides troyanos. Y choca en mi retina un fotón de mi habitación blanca. ¡Corro!, y me arrojo por el acantilado de Kuiper. Dejo atrás los filamentos brillantes hechos de miles de galaxias. Más allá sólo queda el fondo, y también lo atravieso. Llego a donde no hay un más allá, a la curva einsteniana del espaciotiempo, al final. Lo cruzo sin dificultad y salgo fuera, a través de un agujero circular de borde irisado. Una pupila.
Releo lo que he escrito y me parece oír, desde la habitación contigua, que está vacía, a una mujer que ríe con una risa ronca. Hace sólo un año que no escucho esa risa.

domingo, 27 de julio de 2008

Relato erotico

Me gusta venir aquí en invierno a compartir la soledad con el río al atardecer. Cierro los ojos … sintiendo la luz húmeda que cae, la montaña nevada detrás de mis hombros y la fuerza del agua mientras avanza por las rocas transformándolas imperceptiblemente a su paso.

Me tumbo sobre la hierba mirando la ramas vacías,… la mente huye. Recuerdo el río en otoño… te recuerdo.

Noto el sol sobre el cuerpo, mi piel se eriza .. Comienzo a acariciarme entre los muslos… subo hasta el pecho y lentamente desabrocho los botones del jersey.

Con las manos comienzo a dibujarte. Empiezo por la cara,.. la recorro suavemente en el aire apenas rozándola con las yemas.. Dibujo tus labios, que entreabiertos humedecen mis dedos.. tu nariz, , tus ojos, tus poros que respiran

Dibujo tus brazos y tus manos para que me puedas acariciar mientras me desnudas.. Luego, la cintura, las piernas, los pies…. Nos tumbamos ,, nos besamos.. . Me pongo encima de ti, para sentirte dentro…

Me estremezco…los pezones se endurecen ..los aprieto con fuerza mientras bajo la mano frotándome el vientre . Descargas de escalofríos me atraviesan… Gimo guardando el sonido en la boca con miedo de que se oiga. ….Silencio.. La luz nos regala los últimos instantes .. nos miramos mientras vas desapareciendo poco a poco.

Me acerco al rio, y chapoteo lanzando el agua de un pie a otro. Grito de placer…, grito más fuerte. El aire frío acompaña al atardecer inmediato

En la oscuridad cruzo el río y camino hacia casa. . Tengo que preparar la cena. Hoy seremos tres… viene mi nieto.

jueves, 26 de junio de 2008

Un email no enviado de un viaje que no ha empezado aún

Mi viaje empieza una semana antes de la hora del vuelo. Un mes antes. Una vida antes. No lo sé.

Escribo porque ya sé lo que contaré. Los correos que os voy a mandar. Conozco ya todas las palabras.

Puedo imaginarlo todo, planearlo todo para llegar allí y sorprenderme y volver a empezar. El viaje es MI viaje y no importa si es lejos o cerca, si es largo o corto. Si está organizado. Si voy a un país exótico o si me siento demasiado turista, demasiado mujer, demasiado extranjera.

Quiero escribir y al volver, me gustaría leerte.

A mí me apetece escribir sobre viajes. Sobre éste, sobre otros que ya hice. Y hablar de los trenes que cogeré y pensar cómo describiré esa ventana que no se cierra del todo y el olor rancio de los asientos más baratos. Escribir sobre y para ese chico que nos pidió un mechero en una playa de Ortigueira, una vez. Escribir para Kike bebiendo tequila en un bar de carretera que no debería existir, los zapatos llenos de polvo. Mi amor.

Dormimos en aviones. Hacemos colas. Renovamos pasaportes. Compramos sueroral, fortasec. Confirmamos reservas. Palabras. De eso están hechos los viajes. Tráeme palabras, de las que no se compran en las tiendas de artesanía. De las que no se venden.

Escríbelo todo. Si no puedes, si tu papel está en blanco, copia prospectos de medicamentos. Escribe 137 veces la receta del pollo al curry, o un tratado sobre las plagas que afectan a los cerezos. Escribe el número de señales de tráfico que dicen STOP que hay de tu casa a la mía.

Marina y yo hacemos dedo y dos chicos con una perra que se llama trucha paran a mirar un mapa. No nos han visto pero nos subimos y no paramos de hablar, dormimos con ellos en un cajero automático. Hacemos con ellos una parte de nuestro viaje.

No son los recuerdos los que se pierden, es el viaje que no se acaba.

Me levanto en un tren con el cuello dolorido y tengo sed. Me cuelo en un hospital en Montevideo. Alma conduce sin parar durante semanas por el desierto. Jorge acaricia el lomo de un taxi en Atocha.

¿Si yo prometo volver tu escribirás? Dime que sí, que lo harás de todas formas para que pueda volver . Y leerte.

Ojalá no escribir fuera tan difícil como poner la mente en blanco.

Ojalá no viajar significara poner la vida en pausa.

Imposible no pensar, no vivir, no viajar. Escribe cada día ¿me oyes? ¡Es que es importante!

Escribe sobre campos arados o sobre familias o colegas, o sobre niñas que esconden colchas a juego con sus cortinas. Sobre pequeños adornos caseros, escribe sobre ladrillos de colores. Escribe sobre milímetros o sobre centímetros o sobre arrancarte la piel a tiras. Escribe tu ciencia. Escribe cosas que nadie entienda, escribe si quieres hasta finales felices, pero escribe.

Y déjame volver.

Lacancióndepabloes: Copenhague, de Vetusta Morla.

viernes, 13 de junio de 2008

La Llamada

El señor del cuarto ha muerto a las 17.23 me dijo Doña Maria apenas puse el pie en el descansillo del primero, mientras subía con las bolsas de la compra intentando llegar a mi casa, un piso mas arriba. Me estaba esperando con medio cuerpo fuera de la puerta y el cordón de la bata rodando entre sus pies.

No había manera de librarme esta vez, pensé.. iba a tener que quedarme a escuchar quisiera o no . Ella estaba firmemente decidida a no dejarme pasar al segundo tramo de escaleras Me había debido de oler desde el portal o verme llegar por el balcón . Resignada ,deje las bolsas en el suelo. El plástico me estaba guillotinando las manos.

Le ha dado un infarto.. Vaya `pobre hombre dije yo compungida. Han venido sus hijos y todo ….Claro claro …Doña Maria desde que se quedo viuda, intenta pasar la mayor parte de su tiempo hablando con quien puede y haciendo de detective el resto. Su ansia de conocimiento de las vidas ajenas es encomiable. Yo intento no hacer ruido cuando paso delante de su puerta llegando incluso a ir de puntillas o descalzarme para que no me oiga Mi casa para ella tiene una atracción especial. … Un piso compartido con gente entrando y saliendo.

Al principio de vivir en la Calle de Limón, en cuanto podía me enganchaba en la escalera para que le pusiera la lavadora en el programa 3 ya que ella no veía bien los números y de paso hacerme el interrogatorio y contarme la vida de cada vecino. En su lavadora estaba marcado el número ,con un circulo con una flecha y en rojo . Imposible no verlo .Ella misma me decia.., éste , es , el tres… el que me tienes que poner ... Es que yo no veo bien guapa..-- . Con el tiempo descubrí que también veía muy bien de lejos.. Desde su balcón era capaz de distinguirme estando yo en la esquina de la calle, esperar a que entrara en el portal, para salir justo cuando pasara por delante de su casa. Su buena vista se juntaba con una gran capacidad para calcular distancias y tiempos.

Ahora van a dar una misa en la escalera para que puedan ir todos los vecinos.. También han venido sus nietos. Pobre hombre.

Como no solía obtener mucha información de mi, una vez decidió subir y averiguar. Un día que sonó el timbre, al abrir la encontré sujetándose la falda con las manos. Entró diciendo que necesitaba orinar, que su baño estaba estropeado.. . Pase usted…Le indique donde estaba el servicio y aprovechó para dar un giro de cabeza que me hizo dudar de su artrosis cervical de la que se quejaba regularmente. Llevaba toda la mañana aguantándose , había llamado antes pero no contestaba.. y ya no podía mas .. Lo entendí. Imagine que era mucho mas interesante orinar en mi casa que en cualquier otra .

Se ha muerto en su cama… como mi difunto esposo … Yo ya había recuperado la circulación en las manos . Parece que ser que emitió un pequeño quejido antes de morir…..

Otra de las veces que su olfato instintivo le aviso que yo iba a salir se abalanzó sobre mi cuando puse el pie en el ultimo escalón antes de llegar a su puerta para preguntarme si era de mi casa de dónde habían salido dos chicas negras por la mañana. Ahh si dos amigas francesas de quique que han pasado el fin de semana Noo francesas nooo.. negras pero muy negras dijo bajando la voz...de algun pais de esos. Siiii si son Paris .. .. que no noo.. hablaban en un idioma muy raro. Claro el frances… . No francesas no eran. Pues ahora si que ya no quien a se refiere usted Maria.

Han venido del Samur pero ya era tarde.. Ha muerto en sabado santo.. Con el cinturón de la bata estaba haciendo figuritas de tanto retorcerlo. La pierna ya me empezaba a molestar de estar de pie . Me había caído por una alcantarilla y tenia diez puntos en zig zag cosidos con un hilo negro de la guerra civil. Nada grave. Aparte de no haberme podido ir de vacaciones , quedarme sin pantalón vaquero , tener las dos piernas llenas de magulladuras ,el estomago destrozado por dos cajas de antibióticos junto con una erupción cutánea y una almorrana, no había sido algo de mucha importancia.

Tu novio es el del pelo rizado? Ya no podía mas . Sonó mi móvil. Me llaman Doña Maria luego la veo a usted.

El Origen

Mi padre me dejó como herencia además del placer por el cava, una lacra que he llevado a cuestas toda la vida, de la que me gustaría poder deshacerme. Probablemente por esta razón he decidido venir a hablar con ella.casi un año después de recibir su llamada .Estoy nerviosa con el encuentro. He llegado casi 15 minutos antes y la espero sentada en un banco oliendo la ría. Los colores de humedad dan vida al entorno grisáceo……

Desde que nació tuvo una relación especial con la muerte. Vino al mundo sin respirar .No se sabe si por que consideró que todavía no era el momento y fue esta su forma de protestar o realmente porque no tenía ningún interés en vivir por si mismo. Hubo que dedicar un gran esfuerzo para reanimarle algo que ya se incorporo a la rutina diaria de los que vivieron con él. Le pusieron Ignacio en honor al santo de Loyola que fundó los Jesuitas y desde que salio del hospital un agosto caluroso en Granada en 1939 puso toda su energía en buscar la forma por la cual pudiera acabar con su vida.

Comenzó a indagar en el mundo de las enfermedades y empezó a practicar con los ataques de epilepsia pensando que seria algo rápido y fácil pero no funcionó muy bien así que decidió combinarlos con una neumonía crónica. Casi lo consigue con tres años. A los cuatro ya era un experto en caer medio muerto fulminado en el suelo uniendo a sus crisis los ataques de asma y se doctoro con cinco años con difteria y diabetes. Cuando tenia siete toda la familia se traslado a Valencia y allí refino los métodos, logrando una alergia a las palmeras e incorporando a su historial medico por enfermedades, otro por golpes y accidentes caseros. Descubrir el mundo de la electricidad le fascinó y se pasó meses tocando los cables pelados y metiendo los dedos en los enchufes. Un día de tormenta por fin ocasionó un cortacircuito y consiguió de una sola vez, dejar todo el edificio sin luz y quemarse la mano.

La familia decidió, viendo que la salud de todos peligraba mudarse y venirse a Madrid, a la calle Ferraz. Mi abuelo había conseguido un trabajo que marcaría las creencias de todos como abogado de la mayoría de los conventos y órdenes religiosas, incluyendo a los Jesuitas. A partir de entonces le llamarían el Cardenal.

Mi padre ya en Madrid era “honoris causa” en golpes y enfermedades a lo cual se dedicaba en exclusiva dejando que los estudios fueran para sus cuatro hermanos. El mayor Jesús Mari, en esta época ya había sacado un plaza a notarias en Bilbao Joaquín, el segundo estudiaba para Juez y seria años después miembro del parlamento vasco por el PNV. Maria Dolores estudiaría Filosofia y magisterio y Javierito con su carrera de farmacia y óptica se convertiría en el científico de la familia.

A los doce años hubo un hecho que le marcaría para siempre. Iban todos en coche de paseo de domingo viniendo de Toledo y tuvieron un accidente. Un vehículo de frente les embistió Mi padre iba con la abuela en el asiento de delante y detrás Javierito, Joaquín , Maria Dolores y el cardenal. El chofer conducía. Con el choque la puerta delantera derecha se abrió y mi padre vio como perdía al oportunidad buscada al ser mi abuela la que salio disparada sin que él pudiera hacer nada para evitarlo o ponerse en su lugar. Algo cambio en la rutina familiar de la calle Ferraz. Mº Dolores decidió irse a un convento Jesús Mari, desde Bilbao, le retiro el saludo por decirlo de una forma muy educada

A partir de ese día mi padre puso mucho mas énfasis en su objetivo .Su carácter por otro lado se había convertido en muy afable y complaciente hacia los demás. En vez de ir al colegio muchas veces acompañaba al cardenal en sus recados por los conventos. El se lo permitía ya que después de la muerte de mi abuela, se volcó en su hijo pequeño del cual no esperaba ya que fuera algo en la vida. Durante la adolescencia, en el alcohol vio una oportunidad de evasión de la realidad y en el tabaco descubrió un aliado perfecto para acentuar los ataques de asma. El tener carnet de conducir le abrió todo un abanico de posibilidades nuevas con los accidentes de coche. Su boda fue para todos una liberación y un trampa para mi madre que sin saber nada se caso con 22 años con un experto en la destrucción logrando ella alcanzar antes de los 30 una maestría en neurosis agresiva. Los accidentes de tráfico se sucedían año tras año junto con los ingresos en urgencias por causas varias, siendo la de delirium tremens la preferida. Cada vez iba acercándose mas entre golpes y deterioro físico a su objetivo. Por fin, después de 43 años de empeño, lo consiguió la tarde del 1 de enero de 1984 con la ayuda incondicional de un cáncer.

Desde pequeña he tenido una relación muy estrecha con los hospitales y con los bares y la ausencia ha sido mi mejor compañía. Me pasé toda la infancia buscando y huyendo. También aprendí en seguida a no estar en medio sobre todo cuando se juntaban mis padres en un espacio pequeño .Afortunadamente pude escabullirme de casa muchas veces sin que se notara mucho.

No teníamos mucha relación con el resto la familia .Algo debió pasar antes que yo naciera en el reparto de los muebles de la casa de Ferraz a la muerte del cardenal que hizo que Jesús Mari de nuevo retirara el saludo a otro miembro de la familia .Esta vez fue a mi madre. Mi padre, tan solicito con los demás parece ser que iba a dejar primero que sus hermanos, y las cuñadas eligiesen los muebles que querían para que el se pudiera quedar con las sobras algo que mi madre se negó en rotundo aceptar sin mucho éxito. Solo consiguieron un par de muebles y una pintura de una marina que estaba tirada detrás de un sofá que parece ser que nadie quería excepto mi madre que vio su valor. Meses después cuando se dieron cuenta , Jesús Mari, el lider familiar intento que la devolviera. Mi madre como respuesta la colgó en el salón de nuestra casa. Una vez recuperado el honor de su saludo y cada vez que venia de visita, ella lo hacia sentarse delante de la Marina para que disfrutara de la velada viendo como se le retorcía la mueca al beber la copa de vino.

Así que mi contacto con mis ilustres tíos y primos se limitaba a comuniones y otros eventos entre Madrid, Bilbao y Pamplona. Con quien mas relación teníamos era con Maria Dolores, profesora en un colegio en Portugalete . Siempre me lleve muy bien con ella. Fue la única de los hermanos que vino a estar con mi madre en la agonía del hospital cuando a mi padre le ingresaron por última vez y la primera persona adulta que me pregunto que me gustaba hacer.

Recuerdo la última vez que los vi. Fue en Pamplona, el día que murió Jesús Mari de cáncer de pulmón año y medio después que su hermano pequeño. Mi adolescencia inmadura no pudo soportarlo e imitando a Scarlett O`Hara en “Lo que el viento se llevo”, juré que nunca más volvería a ver a la familia de mi padre. Salí corriendo, cogí un autobús y regrese a Madrid para nunca más poner un pie ni en Pamplona ni en Bilbao. Joaquín el político moriría ocho años después también de cáncer y Javierito murió en vida al casarse con alguien que no le permitía respirar por si mismo.

Está saliendo el sol y la ría resplandece. Cierro los ojos recordando… Al abrirlos veo que viene caminando hacia mi. La reconozco al instante. Tiene el pelo blanco y ha envejecido pero es la misma mirada.. Nos abrazamos. Cogidas de la mano bajamos hacia el puente colgante. Quiere enseñarme Portugalete, su ciudad. Tenemos toda la tarde. Han sido 23 años de ausencia.