lunes, 22 de diciembre de 2008
Charlie se casa
sábado, 13 de diciembre de 2008
Huellas
Son las cuatro. Oigo las campanas de la iglesia. El sol de noviembre todavía calienta una parte del balcón. La plaza esta vacía. Sólo árboles y bancos
Te estoy esperando sentada en el suelo sabiendo que me sentaré de nuevo en el mismo lugar cuando te hayas ido, dentro de una hora, quizá hora y media. Nunca más de dos.
Un chico con una bolsa de plástico atraviesa el parque levantando hojas con los pies. Le miro con la nariz entre los barrotes y pienso que me gustaría ser bolsa para que me lleven y me dejen y me recojan. Me envuelve un sopor casi feliz.
Por un momento quiero que no vengas. Me quedaría aquí quieta sólo respirando dejando que el sol me derrita.
El chico ha tirado la bolsa en el suelo que blanca e inflada flota mezclándose entre las hojas dirigiendo el remolino hacia mi portal.
Desaparecen mis pies y comienza a gotear agua a la calle. Me invade la pereza. Quiero seguir en el balcón.
Las piernas ya han comenzado a disolverse y se ha formado un pequeño charco en la calle. Son ya las cuatro y veinte. Hoy no estarás ni hora y media. En un minuto pasa por mi mente lo que haremos, lo que haré… seducirte desnudarme, complacerte… y yo?
Ya floto en el balcón. Voy cayendo sobre la cabeza de mi vecina, sobre el suelo. La bolsa está junto a mí, junto a las hojas mojadas.
Las cinco menos cuarto. Soy cabeza dentro de los barrotes y líquido por fin. El sol sigue adormeciéndome.
Te veo llegar. Puedo saltar, puedo no abrir la puerta. Solo estarás una hora .Al llegar a portal te empapas los zapatos y haces un gesto de contrariedad. Oigo el timbre y sigo en el balcón. Seducirte, desnudarme y complacerle... y yo?
jueves, 11 de diciembre de 2008
NO HAY PALMERAS EN LA VENTILLA
jueves, 4 de diciembre de 2008
VIVIENDO EN EL PROHIBIDO CC
Sería largo de explicar cómo de camino hacia el desierto de Sonora acabamos en Cuenca, Ecuador. Me limitaré a decir que fue producto del azar, como todo en nuestro semestre americano. Ni siquiera sabíamos que había una Cuenca ecuatoriana. Y mucho menos sabíamos que nuestra mera parada de una noche en el camino hacia el Perú iba a transformarse en una estadía de tres meses.
Aunque mejor que decir que pasamos tres meses en Cuenca, Ecuador, sería mejor decir que pasamos tres meses en el Prohibido Centro Cultural de Cuenca, Ecuador.
El 12 de abril de 1557 el Virrey de Lima Andrés Hurtado de Mendoza mandó fundar una villa española sobre las ruinas de la recién conquista Tumipamba, demasiado Inca para los gustos de la época. Decidieron llamarla Cuenca y construirla imitando a la ciudad peninsular.
Desde entonces se ha hecho un buen trabajo.
La ciudad, conocida como la Atenas de Ecuador, es la tercera en población y la capital cultural del país. Su casco antiguo es patrimonio de la Humanidad, tiene muchos museos, grandes avenidas, y sucedáneos de servicios públicos bastante dignos.
Cuenca está dividida por el río Tomebanda. Siguiéndolo, en el lado norte y colgando del barranco, podemos ver todas esas interminables casas colgantes, más que en la Cuenca española.
Y allí mismo, al pie de una de ellas, en la calle La Condamina, en Cruz del Vado, está el sitio más psicotrónico de la parte sur de los Andes ecuatorianos.
El Prohibido Centro Cultural pertenece al artista Eduardo Moscoso. Allí vive con su mujer e hijo, atiende a los clientes y crea su obra. Es un local de dos plantas, con sala para conciertos y repleto de esculturas y dibujos, influidos por HG Giger.
Como ya he dicho en alguna ocasión -y también Nietzsche y mejor que yo- a menudo los artistas de segunda o los imitadores, son mucho más interesantes y útiles que los grandes autores consagrados. Mientras HG Giger tiene medios y trabaja en Hollywood, Moscoso hace lo que puede creando arte pagano en el catoliquísimo Ecuador.
No hay lugar como este en el país, es el fortín de una insurgencia cultural.
Su fachada ya de por sí es estrambótica. Parece que la hubiera pintado Diego Rivera puesto de ácido. Mezcla colores vivos y retratos de animales indescifrables. A nosotros nos pareció que sería un prostíbulo o un fumadero de opio, cualquier cosa nos hubiera apetecido, así que entramos.
Todo el local es arte. Cada centímetro de pared está pintado, las columnas tienen relieves de criaturas demoníacas, el servicio es una cámara de los horrores, y te puedes echar una siesta en un ataúd si quieres.
Pero lo mejor son los seres que habitan este universo paralelo. Toda la comunidad underground cuencana se cita en el Prohibido. Nómadas, rockeros góticos y morticias existencialistas, algún turista despistado, cooperantes en busca del lado oscuro y disidentes de todas las causas.
Allí conocimos a Johnny memónico, que se tragaba clavos y era muy gracioso; a Laura, que componía unas baladas desgarradoras; y a Belén, la única ecuatoriana a la que conseguí ver desnuda. Todas las semanas tocaba alguna banda local. La música no era gran cosa, pero las letras –en contraste con las cursis canciones andinas- eran bastante inteligentes.
Bebimos y charlamos en abundancia en aquellas semanas. Muchas noches dormimos allí también, en esos altares a diosas gigerianas que hacen las veces de banco para sentarse.
Nos fuimos de allí cuando había que irse, una vez le sacamos todo el jugo y Moscoso parecía un poco harto de nosotros.
Ahora, cuando me acuerdo y veo las fotos, siento toda esa extrañeza que se siente el pensar que el Prohibido sigue existiendo mientras estoy lejos.
Pero no me detendré en ello, hay que pasar a otros temas.
jueves, 27 de noviembre de 2008
Donde conocemos a Críspulo
lunes, 24 de noviembre de 2008
Eurídice en Sonora
Me despierto y tengo frío. No reconozco el lugar, pero sí el olor: humo, tierra seca y cucarachas. La lengua me duele dentro de la boca. No recuerdo nada y me parece que eso es bueno. Tengo miedo de moverme porque sé que con el movimiento regresaran los recuerdos, regresará el dolor. Muy despacio abro los ojos y con la luz vuelve la nausea.
Estoy sola en el cuarto desnudo. El suelo de barro apisonado cubierto apenas por una estera raída. Abro los ojos y una luz gris rata enmarca el dintel de madera. Esta amaneciendo. En mi boca, un sabor amargo a tierra y a vómito.
Me incorporo y con el movimiento vuelven los recuerdos, el dolor.
La cara de Adrián vuelta hacia mí, los ojos entornados, la boca abierta y las aletas de la nariz dilatadas, bebiéndome, emborrachándose con mi voz. Y fue así desde el primer día, en el que empezamos a actuar en ese club de jazz de Méjico DF. y él se sentaba en la primera mesa de la izquierda y no apartaba ni un instante sus ojos de los míos. Después, me esperó a la salida, me enseñó esa ciudad atroz y única, me llevó a su casa y durante los quince días que duró la gira me entregó todo lo que era.
Se han ido todos, también el chamán y siento su ausencia como un abandono. A mi lado, una vasija de barro llena de agua, un trozo de pan y una manzana. Me enjuago la boca. La foto de Adrián aún esta sobre el pequeño altar de piedra. Las piernas y los párpados me pesan y vuelvo a perderme en una bruma espesa.
De nuevo la cara de Adrián, ahora pálida de muerte. Desierto de Sonora, cinco de la tarde. Cuando oyó el cascabel ya estaba todo hecho y el aire luchaba por abrirse paso en sus pulmones ya paralizados por el veneno. Ni siquiera gimió. En su cara, solo un gesto de estupor. Pero yo si, yo me hice añicos en un único grito definitivo. Después perdí la voz. Ya nunca volvería a cantar.
Cuando el grupo volvió a España no quise seguirles. Me sentía atada a ese país donde la vida y la muerte estaban acechando a cada paso. Además, estaba obsesionada con Adrián, no aceptaba su pérdida. Necesitaba ir a buscarle. Verle y hablar con él al menos una última vez.
Empecé a consultar con videntes, mediums, echadores de cartas y adivinadoras. Todos prometían ponerme en contacto con Adrián, pero ninguno lo hizo. Después, comencé a experimentar con sustancias alucinógenas, con la esperanza de que en alguna visión él apareciera. Solo conseguí terror y soledad.
Alguien me habló de un brujo indio que vivía cerca del desierto. Fui a verle. En su mirada adiviné compasión. El viejo me dijo que él me ayudaría, pero yo tendría que cantar. Solo mi voz podía conjurar las sombras, abrirme paso en el reino oscuro. Él me facilitaría el tránsito, treinta botones de peyote y un ritual propiciatorio. Pero yo debía cantar.
Pensé que no podría, que la voz se me había ido con aquel grito, pero cuando mi estómago se dio la vuelta por tercera vez y en mi cuerpo no quedaba una gota de sudor, rompí a cantar. Mi voz se elevó en la oscuridad, se abrió paso entre el miedo y el dolor, se hizo quejido y aullido y llanto y después... se hizo música. Y de nuevo Adrián, esta vez tras de mí diciéndome: “Camina, no te pares. Yo te sigo pero no mires hacia atrás. Camina o me perderás para siempre”.
Vuelvo a recobrar la conciencia. Me levanto. Me duelen los riñones y las costillas como si hubiera estado peleando con un toro. Me acerco al brochazo de luz amarilla que es la puerta. Fuera, el desierto se ha convertido en una campana de vida mineral desperezándose en silencio. Respiro hondo. Me aplasta la tristeza. Ahora sé que nunca volveré a ver a Adrián. Se ha ido para siempre. Pero estoy tranquila. He podido volver a escuchar mi voz.
jueves, 20 de noviembre de 2008
Ida vuelta
Ella salio corriendo del metro. Se acordó que no había ni ascensor ni escaleras mecánicas y maldiciendo al alcalde por su desidia para invertir en la líneas antiguas, cogio la maleta y la cargó en sus brazos. Jadeando llego al vestíbulo y se dirigió deprisa hasta la zona de salida de pasajeros de las grandes líneas de Atocha. La puntualidad del Ave era germánica.. 2 minutos antes de partir se cerraban las puertas, ya lo sabía bien, no era la primera vez que hacia este recorrido con la misma sensación de rabia por no haber ido con tiempo. Por fin llegó al control. Había una cola considerable. La cinta de rayos X del equipaje estaba atascada sin moverse .Prefirió no mirar el reloj
Jaime entro en la estación con su parsimonia habitual. Compró el periódico y fue a tomar un café .Todavía tenia quince minutos. Leyó que en Madrid estaba lloviendo y se había inundado de nuevo
Desde luego no era el día adecuado para pedirle a Pablo que le comprara unos zapatos faltando tres horas y media para casarse. Por un momento se le paso por la cabeza avisar a Marta… no era una buena idea No iba a ir a la boda y le había pedido que no la llamara. Resignado se dirigió hacia el anden, bajo las escaleras mecánicas y esperó en la vía.
Por fin le toco a ella poner la maleta en la cinta y pasar por el detector de metales.. Pito, el policía impasible le señalo el cinturón. Controlando sus nervios se lo quitó y volvió a pasar. Sonó de nuevo. Se acordó que tenía unas monedas en los bolsillos. Vía 11, dirección, Santa Justa, Sevilla. Tenia que salir de Madrid. Era la boda de Pablo y Jaime probablemente ya estaría en la ciudad desde por la mañana. Llego al mostrador exhausta. Una azafata le dijo muy amablemente que las puertas del tren acababan de cerrarse en ese momento. Con cara de pez se quedo de pie sin poder articular palabra. Puede dirigirse a las oficinas de atención al cliente para ver si hay sitio en el próximo AVE.
Jaime puso la maleta encima del asiento y cerró los ojos. Si hubiera salido por la mañana como tenia previsto.. pero hacia tan buen tiempo que había preferido dar un paseo por el mar aprovechando el dia libre que había pedido en el trabajo. Llegaron a su mente imágenes del ultimo viaje que hicieron juntos a Nicaragua.., Marta desesperada buscando por lo bares de Little Corn Island a alguien que les llevara en barca a Corn island para poder coger el avión a tiempo ... el mensaje entrecortado del suicidio de su hermana .. Al cabo de un rato llego con un hombre tambaleándose que se había levantado de una mesa llena de botellas. A él le entró pánico. Se acordaba del trayecto de ida, las olas, la lluvia Todos agarrados a los bancos con fuerza para no saltar del asiento de la barca colectiva.
Ahora ella había rehecho su vida mientras que él había seguido con la suya en la librería con los amigos de siempre .No hizo nada para retenerla.
-No hay plaza en el próximo tren a Sevilla. Quedan en el mañana a las nueve.
-Ya y ¿cuando es el siguiente tren con asiento libre?
-Mañana sábado, ya se lo he dicho, le dijo amablemente Iyomara , que era el nombre de la guapa chica de sonrisa inmutable ya fuera para decirte que si querías un café o también para mandarte a la mierda.
-Si, lo sé.. Me refiero al próximo tren que sale de la estación con plazas libre me da igual el destino.
Se puso a teclear muy deprisa durante minutos interminables. El tren que sale hacia Barcelona a las seis y media y media le parece bien?
-Barcelona????
Próxima Parada Puerta de Atocha. Jaime se levanto y cogio la maleta.
Marta fue hasta el andén. El AVE estaba entrando en la estación Se sentó en un banco y cerro los ojos. Todo el cansancio se le vino encima..Barcelona.. No había vuelto desde hacía un año, al regresar de ese viaje. .Recordó la cara de Jaime allí junto al bar, paralizado, mirándola mientras ella hacia beber al hombre un termo de café Era el único que había encontrado dispuesto a llevarles. Eso o esperar cuatro días a la colectiva. No sabia si su hermana estaba viva ,solo había podido entender que se había tirado desde la azotea del edificio Luego había perdido la conexión .Ya estaba anocheciendo cuando se metieron en la barca ..Se despidieron en la orilla.
Los pasajeros iban llenando la vía. …Marta¡¡¡¡¡¡¡¡¡ miro hacia atrás y le vio… con la misma sonrisa con la que apareció en el funeral diez días después como si no hubiera sido consciente de su cobardía . Indecisa, se levanto del banco y entro en el vagón que tenía justo delante. Sólo hizo un gesto con la mano.
Distrito F
Las manos se juntan y juegan durante un minuto apenas. Ella interroga con los ojos al sentir la caja cuadrada en su palma. Si no vuelve podrá abrirla. Ella se aparta, fija la vista en el horizonte, blanco sobre blanco. Las dunas cercan la isla de cemento, pero nunca es la misma la que te vigila, se mueven sin cesar, aunque no te des cuenta, y esconden miles de insectos y lagartos.
El avión espera en la pista de tierra con el morro hacia arriba, oteando el aire, el único pájaro que ha sobrevivido. La tormenta se acerca. Los remolinos envuelven las dos figuras inmóviles, los granos pican en la nariz, en la garganta, asfixiando, casi no pueden verse el uno al otro. Una ventana se abre, alguien observa la salida pero no habrá ceremonias, no es el primero que se aventura más allá buscando una salida, un cambio, da igual, el que sea. Es inútil, no hay nada fuera del Distrito F.
El óxido le araña la mano al abrir la puerta y se acomoda como puede dentro. El olor a gasolina y polvo marea. Se incrusta en el asiento de cuero rojo y enciende los motores que renquean en toses secas. Las hélices mueven el polvo y se paran. Él vuelve a intentarlo y esta vez cogen impuso y el ritmo se acelera apartando el silencio. El rayo de plata recorre la pista, apenas visible, en pocos segundos y empieza a elevarse, escorado a la derecha. Por un momento parece que va a caer, y ella no puede reprimir un grito ronco que nadie puede oír entre los átomos de cuarzo y humo.
Él ríe ligero al sobrevolarla, gira dos veces a su alrededor, la corriente se vuelve tornado y levanta su vestido rojo, las piernas le tiemblan, no sabe si de miedo o excitación. Sigue subiendo, ella se ha convertido en un punto lejano, un hito topográfico que le ayudará a volver.
El horizonte se ha alejado pero sigue igual, la nada vacía le rodea en cualquiera de los puntos cardinales, sólo la brújula le indica que sigue un camino, escogido al azar. Los minutos pasan, se transforman en horas, si no para la búsqueda ya no habrá vuelta atrás. Y se da por vencido.
El Distrito F vuelve a emerger de nuevo. Como último coletazo decide subir un poco más. El cielo cambia, el gris pálido se ha transformado en azul, que se oscurece más y más al ascender. El sol ya no es un globo triste, sino un foco amarillo reluciente en un viscoso cuadro de óleo ultramar. Y sigue subiendo. No sabe donde puede llegar, pero quiere estar allí. El tablero de mandos vibra bajo su mano, le hace cosquillas, casi no puede leer los números, pero tiene que saber lo que hay más allá, dónde está la frontera. El vello se le eriza, y empieza a tiritar, los dedos se entumecen mientras empieza la inmersión. Siente una mordaza en la cara, un ataque de asma mientras hiperventila.
El sol se fija en su retina, cada vez más grande, cada vez más frío, no puede cerrar los ojos tiene que seguir mirando….
Ella se levanta de la arena, el hueco de su cuerpo se desvanece como si nunca hubiera estado allí, esperando durante horas. El rugido se hace más fuerte pero no desciende, la diagonal apunta a las estrellas, y de repente el silencio, todo está inmóvil. Una serpentina de humo crece desde el cenit, el fin de fiesta. El avión grita al estrellarse, y la onda expansiva curva el tiempo y el espacio, tumbándola en la arena, es la última caricia.
La caja se le clava en el estómago al caer, la sangre se confunde en el vestido y mancha la tapa abierta. Una pluma blanca sale volando y se pierde en el viento.
“CAÍDA DE ÍCARO” Jacob Peter Gowy
miércoles, 19 de noviembre de 2008
A LOS EXASPERADOS ANONIMOS
En vista de que a muchos de nosotros nos incomoda ver entradas sin firma, rogamos que todo aquel que quiera colgar un texto suyo en "exasperados" lo firme.
Quizá al escritor/a anónimo le parezca una chorrada, pero sería un hermoso detalle de cortesía.
Muchs gracias.
viernes, 14 de noviembre de 2008
noche en madrid
Ayer, paseando por el centro, ví que el Penta estaba abierto.
Entré pero ya no había nadie de ese tiempo en que quise ser Antonio Vega. Eso fue hace mucho.
A quién buscaba sobre todo era a Lourdes, que servía copas y me ponía los faros. Un día me atreví a intentarlo. Me acerqué, le solté el rollo, y ante mi incredulidad, funcionó. De madrugada me llevó a su ático del Dos de Mayo. No salimos de allí hasta la siguiente noche. Fue glorioso.
Volví a mi casa sintiéndome la hostia en vinagre, bendecido por ser joven y vivir tiempos de promisión.
Un par de días más tarde volví al Penta. Había pensado en decirle a Lourdes que se viniera al Pantano de San Juan.
Cuando llegué Lourdes me sonrió, pero siguió hablando con el batería de una banda jamaicana. Hablaron y hablaron, cada vez más cerca, y se acabaron liando.
Pensé que no era el momento de sugerir ninguna excursión y volví a casa.
Recuerdo que esta vez lo que pensé es que los profetas de la liberación sexual se guardan bien de advertirnos de todas estas jodiendas.
Una despedida.
En la calle unos niños gritan: “¡ya vienen! ¡ya vienen!” Y oigo las voces de más gente que se va juntando allí abajo, en las aceras. Luego un coche acercándose. El motor está cada vez más cerca y, en el hueco lejano que éste ha dejado, empiezo a oír otro coche siguiéndole, y luego otro. Mamá se acerca a la ventana. Tiene su cintura abrazada y la cara seria. Me ha dicho que me quede sentado a la mesa, pero no puedo dejar de moverme, como cuando veo la Luguer metálica de papá y él no me deja cogerla. Le pregunto a mi madre: “¿Mamá, puedo mirar?”. Mama estira su mano y deja que me coloque junto a ella. Me aprieta fuerte mientras miramos por la ventana. La calle está llena de gente que levanta los brazos al ver pasar a los soldados, que siguen a dos coches como los que a veces vienen a buscar a mi padre. Detrás de ellos, veo a unos cuantos hombres de paisano. Entre ellos reconozco al zapatero. Le digo adiós con la mano. Luego le diré a Isaac que he visto a su padre en el desfile. Si estuviera aquí se pondría bien contento. Le han subido a una furgoneta oficial para que toda la ciudad pueda saludarle.
jueves, 13 de noviembre de 2008
Géminis
Lo que hay fuera es la noche.
Un jardín que huele como huelen los jardines cuando no es verano ni es invierno.
Dentro, estamos sentadas en la mesa de la cocina, con luz de cocina, una lámpara baja sobre la mesa. Y los pies que no tocan el suelo.
Estamos aquí escuchando a papá.
Que nos cuenta que a veces las cosas pasan y eso no significa qué.
Pero a veces es qué.
Pero tranquila.
TÚ, TRANQUILA -nos dice-
Y no le digas nada a tu madre.
Nos dice.
lunes, 10 de noviembre de 2008
sábado, 8 de noviembre de 2008
viernes, 7 de noviembre de 2008
BRINDIS
BRINDIS
Alguien dio la noticia: “se llevan a Don Julián” y de pronto corrían todos calle abajo camino de la Estación. El gordo Chávez, Jesusín el Arriero, la Trini, Ernesto, la pequeña de los Jiménez, doña Luisa, El Loco, Rafael. Todos. El pueblo entero corría.
Se tropezaban con las piedras, resoplaban, se animaban unos a otros. Decían a los más jóvenes: “¡Adelántate tú y di que esperen!”
Al pasar por las casas de puertas abiertas Nicolás cogió el trombón, otros dos agarraron casi al vuelo sus guitarras, Emilio salió cojeando con el acordeón y el chico pequeño de la Engracia apareció con unos platillos.
Llegaron al andén y el tren estaba entrando por la Vía. Diez minutos y volvería a arrancar llevándoselo lejos. Al norte, a un lugar frío donde para él ya no habría música.
Llegaron al andén y pararon en seco. La mujer joven de negro los vio, los miró, se levantó del banco. Se pasó una mano por el pelo y apretó aún más contra su pecho la urna que sujetaba.
Ellos se miraron sorprendidos. Enojados. No se esperaban eso.
El Gordo Chávez quería romper algo, Jesusín el Arriero buscó con la mirada al alcalde, él lo arreglaría. Rafael se rascaba la cicatriz del brazo. Fue la Trini, como siempre, la que lo entendió todo. “Aquí no hubo nadie que lo curara a él y la familia querrá tenerlo cerca. También tienen derecho”
Y sin hablar supieron que hacer: no le llorarían, no le ofrecerían de beber, no le harían más bromas, no le explicarían cuánto le habían querido ni cuanto le iban a echar de menos. Ya nunca más: “¡Hay don Julián véngase usted conmigo que se me ha puesto la mujer de parto!” Ó “Sí señor, con el ungüento que me dio, ya estoy mucho mejor de mis reumas”
Los músicos comenzaron a tocar. Desafinando con ímpetu al principio, ajustándose al ritmo poco a poco, para acabar sonando como una banda de ángeles juerguistas.
La mujer joven de negro los miró, los escuchó, relajó el rictus de la cara, se secó los ojos, aflojó los brazos y en un gesto de brindis, levantó la urna con las cenizas y llorando a carcajadas subió al tren.
EL CERCO
EL CERCO
Ella ya no puede estar muy lejos. Con esta lluvia no es fácil caminar. Los pies se quedan soldados al barro y la tierra tira de ti como si quisiera engullirte. El fusil es un peso insoportable.
No puede estar muy lejos, tiene hambre. Sé que cuando huyó no pudo coger ningún alimento. No tuvo tiempo. Solo el cuchillo que le quitó a Juárez. El mismo con el que le abrió la garganta, antes de lanzarse a esa carrera loca que despertó a los perros del campamento y nos hizo salir a buscarla en plena noche, en plena pesadilla.
Ya no puede estar lejos. Está cansada, tiene hambre y está enferma. El mosquito ha bebido su sangre y la fiebre le araña la frente con patas y aguijones cuando cae la noche.
También yo estoy cansada, también yo tengo hambre, también yo estoy enferma. Llevo más de diez días escrutando cada rama, cada nido de insecto, cada centímetro de barro no lavado por la lluvia. Llevo más de diez dias siguiendo su huella. Hace tres que perdí a mi patrulla. Desperté de madrugada y no había nadie. Agucé el oído y solo me llegó el estruendo de la selva despertando, el tumulto de la lluvia sobre las copas de los árboles. Ni rastro de una voz humana. Solo unos cuerpos mudos, semejantes a árboles resecos, con la corteza agrietada por el barro y la sangre. Mejor así. Cuando la encuentre, solo seremos ella y yo.
El cansancio y el hambre la han vuelto descuidada. Deja jirones de su blusa y restos de su carne entre los espinos. Ayer perdió el cordel que llevaba en el pelo. He atado con él la cintura de mis pantalones. Yo también hace días que no como. Mi pelo cuelga ahora lacio y estropajoso sobre mi espalda.
Ya no puede estar lejos. Esta mañana he tenido la certeza de que estamos andando en círculos concéntricos. Sé que no está perdida. Ella conoce esta parte de selva tan bien como yo y aunque quisiera no podría extraviarse. Me lleva a las ruinas de piedra donde estuvimos encerradas los primeros meses del secuestro. Está jugando a dejarse encontrar o me tiende una trampa. La herida del brazo se me ha infectado, el espino con el que me desgarré debía de ser venenoso. Ya no tengo armas, solo el cuchillo que era de Juárez. He abandonado mi fusil en el hueco de un árbol, pesaba demasiado y ya no creo que me sirva para nada. Cuando la encuentre estaremos las dos tan extenuadas que solo tendremos fuerzas para morir.
Estoy contenta de que se haya escapado. Contenta de haber podido correr en su busca, de haber acallado por ella las voces soeces de los hombres de la patrulla, de haber vuelto a sentir su latido en el palpitar de esta lluvia incesante. Después de tantos años escondida, por fin me siento libre. Ni siquiera recuerdo por qué aún sigo aquí, por qué después de la mordaza y la venda en los ojos me quedé en esta selva, por qué cuando me dijeron que habían pagado mi rescate y que un día podría irme, no pregunté siquiera. Seguro que fue el miedo. La certeza que en ninguna parte había ya un sitio para mí.
Vuelve la fiebre, empiezo a tiritar. Veo las ruinas de piedra. Hay una cueva escondida entre las ramas. Allí podré dormir. Ella ya no puede estar muy lejos.
jueves, 6 de noviembre de 2008
EN LA PANTALLA
Todos quietos.
Hace 1 minuto se separaban en la bifurcación de los pasillos del metro. Hace un minuto cada uno subía por unas escaleras hacia un lado del andén. El tren de ÉL aparecerá por la derecha. Faltan dos minutos para eso, lo pone en la pantalla.
El tren de ELLA aparecerá por el otro lado, y faltan para eso ocho minutos. Lo pone en la pantalla, también.
Hace 1 minuto se separan. ÉL intenta tocar su mano. ELLA aprieta los dientes y mira hacia otro lado, concretamente mira hacia abajo a su derecha, en diagonal. Aparta la mano moviendo todo su cuerpo y comienza a subir las escaleras. ÉL la mira alejarse y sube sus propias escaleras para volver a encontrarse frente a ELLA, arriba, en el andén.
Ahora los dos se miran pero los separa el hueco de las vías. Los separan seis minutos de diferencia, los separa el pasillo y las escaleras.
Y otras cosas.
Desde su lado del andén, ÉL dice: "ven". No se oye pero mueve los labios y lo dice.
Así: "VEN"
ELLA está llorando. Desde el otro lado del andén no se puede ver pero está llorando. Hace exactamente tres segundos que llora. Desde que ÉL dijo eso.
Luego, ELLA dice "no". Dice "NO" con la cabeza, y nadie sabe lo que pasa, lo que NO se dice, al otro lado del andén.
En la pantalla 5 minutos significa que el tren de ÉL ya se ha ido y que el tren de ELLA aún tiene que venir.
Hubo un momento en que se miraron a través del cristal.
Del cristal del vagón.
En la pantalla ya no hay minutos solo una estación vacía y deshidratada. Personas diferentes. Vías.
En la pantalla el metro llega, se va, llega y se va. ELLA cierra los ojos, dice NO. ÉL mueve los labios. Y el metro se va, y queda una estación, y todas esas cosas a través del cristal.
miércoles, 5 de noviembre de 2008
Bar adentro.
Sin dejar de mirar su copa de ginebra teñida con nördic blue, él habla, habla mucho. Sus palabras pegan con convicción a su joven compañera de mesa, como el que sabe que el combate está amañado. Y ella observa aquel monólogo que tiene el efecto hipnótico de un recital de poesía en la voz de Fidel Castro. Su voz se adueña incluso de su propia conversación y, más allá, inunda el bar y salpica a los clientes cercanos al estrellarse contra las paredes. De vez en cuando ríe y cada risotada suena con el prudente entusiasmo de quien ha encontrado un campo sucio y grande donde hacer pis. Me asombra esa gente que tiene los ojos en un sitio y la voz en otro. La mesa de al lado está libre y, aunque hay otras más tranquilas, yo me decido por esa. Desde allí, observo mejor su atuendo: abrigo negro, bufanda roja y sombrero tipo gangster. El conjunto tiene el mismo aire de pose maldita, histriónica y exagerada, de todo lo que estoy oyendo. De pronto, de una forma tan breve y rotunda como el portazo de una bronca, aquella marea descontrolada se apacigua. Mi presencia se ha mezclado con un leve giro de cuello al compás de la palabra himen. Y el bar se pone de acuerdo para crear uno de esos contundentes silencios. Después, con ese ritmo pausado con el que arrancan los trenes, se va recolocando el ruido. Primero se arrastra una silla, luego una tos hacia el fondo, alguien llama a la camarera y, poco a poco, la chica se sacude los últimos granos de rojo que quedan en sus mejillas y en el bar se vuelve a hablar de la vida. Yo aprovecho para escaparme tras el humo de un cigarro. Uno sabe que hay cierta clase de peces a los que es mejor no molestar. Y, mientras doy vueltas a mi café, mi atención recala en otro lugar, justo enfrente.
Tiene a su derecha un espejo adelantado 40 años al que llama mamá, junto a un adorno a juego que reacciona al nombre de papá. Ha pedido una tarta de chocolate para ella y otra de limón y queso para su padre. La madre prefiere ir cogiendo de las dos, primero con la mirada, más tarde con la pequeña cuchara con la que termina de dar vueltas a su té con naranja. Aunque la chica parece tranquila, transmite algo muy diferente con sus piernas, que puedo ver bajo la mesa, incapaces de pararse, como dos pequeños remos luchando por escapar de un remolino. Nadie habla, como si hubiera entre ellos más distancia que el tiempo que llevan sin verse o, quizás, porque ella aún no sabe a quién se parecerá el bulto con antojo a tarta de chocolate que le está creciendo en su tripa. Sus ojos comienzan de pronto a moverse de un lado a otro, como un faro enloquecido en plena tormenta, y su mirada perdida encalla contra la mía. Ella aprovecha ese instante para echar una balsa y lanzarse rumbo al baño. Atrás quedan, como restos de un naufragio, una madre, un padre, un trozo de tarta de chocolate y un trozo de tarta de limón y queso. Y en esa pequeña calma, me dejo llevar bar adentro, hasta el canastillo vacío de revistas y periódicos del día, en cuyas aguas alguien parece haberse adentrado ya.
Metido en su periódico está claramente más fuera que dentro. Se sienta, se levanta, pasa a la sección de deportes, a la de cine, se vuelve a sentar, da un sorbo a su cerveza, se levanta, se sienta y mira, sobre todo, mira, a la gente del bar, al trajín de la calle. Cada vez que recalcula coordenadas y fija algún que otro indeterminado punto, su mirada muestra ese discreto brillo que deja el fracaso en el ojo cuando se instala allí el desaliento. Mira sin pedir permiso, con el nervio del olfato en la mirada y el ansia de la avaricia en el cuello. Es sólo al sentirse observado que trata de disimular el gesto y parece que mire de usted. “Eres un flojo, muchacho. A una primera cita no se debe llegar con esos nervios. Es más, a cualquier cita no se puede llegar con una chaqueta recién planchada por tu madre. La próxima vez, muchacho, asegúrate de dejar tu número de teléfono escrito en un billete de 50 euros”. El chaval da por concluida, primero la cerveza y, a continuación, la espera. Y con una ventolera, se marcha del bar dejando tras de sí un sonido intermitente y metálico inundando la escena.
La campanilla colgada del techo tintinea al chocar contra la puerta de salida que, al abrirse, deja entrar al bar, primero una pausa y después un perro, en cuyo lomo lleva una aparatosa estructura de hierro que le rebota con cada paso, aunque esa carga no parece importarle a juzgar por el ritmo con el que agita la cola. El animal se mueve con destreza sorteando las mesas, como sabiendo hacia donde se dirige y no duda en pararse en algunas de ellas para dejarse acariciar o llevarse a la boca algún que otro pedazo de pan, tarta o trozo de galleta que una marea de manos le va ofreciendo. Toda la atención del local está puesta en el perro por eso, nadie parece darse cuenta del hombre que ha entrado en el bar que, entre la niebla de humo, intenta abrirse paso tropezando con todas las mesas y sillas que le van saliendo al encuentro y pregunta por Canelo sin recibir respuesta. Y mientras el hombre permanece quieto como flotando en la superficie del bar, Canelo bucea a través de una barrera de piernas hasta sentarse frente a la puerta de entrada donde un par de ladridos reorientan a su dueño naúfrago que, aferrándose al fin a ese tronco peludo, se deja arrastrar calle abajo hacia alguna otra isla perdida. Yo decido regresar a la barra a repasar la lista de pasajeros que he apuntado en mi pequeña bitácora.
La conturbada mujer de la barra se llama Marta, tiene 35 años, los ojos negros y una larga lista de desengaños a cuestas. Viene todas las tardes con su melancólica, infeliz y desventurada mala pata en la vida y, se muestra enfadada e irritable a partir de la tercera copa. Hoy, al parecer, tenía una cita. También averiguo que Íñigo, el locuaz playboy de la mesa, se sienta en el mismo sitio todos los jueves y siempre frente a una chica distinta. Desde allí, las hipnotiza con su verborrea de taimado cuarentón y el efecto sedante de sus ojos azules. Esos mismos que engatusaron hace algún tiempo a Sonia, el día en que celebraba en este mismo bar su 20 cumpleaños, y que hoy ha venido acompañada de sus padres. Quizá por eso ni se han saludado al verse. El que ha dejado finalmente sus nervios pegados al periódico es Fede, un tío raro que se organiza sus citas a ciegas desde Internet y que queda siempre en la misma esquina con un clavel amarillo en la solapa que hoy, o bien ha decidido no llevar puesto o simplemente ha olvidado ponerse. Quien me cuenta todo esto es Ana, la camarera de ojos verdes que ha sonreído al ver entrar a Canelo, con el que vivió un año antes de que se lo llevara un antiguo novio suyo adiestrador de perros guía. Me ha pedido que le deje ver que es lo que había estado escribiendo. Me comenta que este bar es efectivamente un mar lleno de vidas intensas al que ella suele llamar, me confiesa, un bar de emociones. Me dice también que eche el ancla, que no le gusta regresar a casa sin haber pescado algo antes.
martes, 21 de octubre de 2008
Domingo 12 de octubre de 2008, 19 horas.
Domingo 12 de octubre de 2008, 19 horas.
Escritura automática para una sincronía provocada:
Me preparo: “si no vivo, no tengo nada que contar”. Voy a apuntarlo en el móvil pero encuentro un sms que no sale con nombre de remitente. “¿iremos al Bukowski?”. Llamo, es Ana. No puedo ir. Me recuerda esta sincronía. Lo sé, estoy pensando en ella desde hace tiempo. No sé qué tengo que escribir. Me da igual lo que se espere de mí. Escribo. Llevo enfadada desde el viernes, no podré ir hoy al Buko. Blanca celebra su cumpleaños hoy por nosotros, porque ayer tuvimos una boda, el miércoles taller de escritura creativa, etc. Y el domingo, que es mi día sagrado, lo sacrificaré.
Me río, porque enfadarme, si, me enfadé como lo hago yo, por unos instantes, pero luego soy incapaz de pasarme tanto tiempo enfadada. A veces se me va la mano con el énfasis al contar las cosas. Suena la alarma de las siete de la tarde: “Recordatorio para la sincronía”, y un beso en la oreja:
-“¿qué es eso?”
- ”nada, aún no se que es”.
Entra poca luz, el cielo está de un color gris rata aunque hay nubes marrones, como un nesquick diluido en demasiada leche.
Cuando quiero escribir, cuando de verdad quiero escribir, tengo que hacerlo a mano. No sé por qué. A veces la mano se pone sola a juntar letras en el papel, sin presión, y da igual lo que ponga. Ya se le encontrará sentido. Me fijo en la caligrafía que tengo en cada momento. No la cuido. Creo que es así, complicada porque soy coqueta y pretenciosa. Lo asumo.
El tic tac del reloj de la cocina me acompaña, así como el sonido de los coches. No me imagino viviendo en una calle pequeña y estrecha del centro, no porque no quiera, es que no me veo. Necesito altura. Como los buitres. Tras este pensamiento, me tengo que levantar, dar un beso a Santi y dejarme abrazar.
ZFL
miércoles, 15 de octubre de 2008
Domingo, 7 de la tarde.
ESPERAS.
Christine
El teléfono enfría mi mano, y espero. El mundo es silencio en el portal.
Salgo a la calle y despierta. Al principio son rumores indecisos que enseguida se aclaran
Ritmos de percusión guían a una voz que canta ópera.
Los pájaros encerrados en el semáforo pían, los coches, las motos, los dos niños que gritan, todos esperan, la señal, como yo.
Me doy cuenta de que todos van en sentido contrario al mío, y no hay jóvenes.
La tienda nueva está abierta, moda y complementos al estilo chino. En el escaparate brilla un traje de novia, en la estrecha franja entre el palabra de honor y la minifalda, brillantes falsos deslumbran sobre encajes y volantes. Dentro huele a moqueta sintética y pican los ojos. Los hijos del dueño corren entre la ropa y una señora se queja de que le han dado el bolso equivocado.
Vuelvo a la calle, el cielo está cubierto de champiñones grises. Ojalá llueva…
Llego a la plaza, los ruidos aturden pero el teléfono sigue sin sonar.
EL DESFILADERO
Paloma
Un camino de piedra. Un camino empinado de piedra que trepa ladera arriba y los pies no quieren ver como a su paso la tierra se va desmoronando. A mi derecha el precipicio se hace cada vez más alto, cada vez más doloroso. El valle, allá en lo hondo, es de una belleza insufrible. El sol acaricia mis hombros. Sin consuelo, sin honor. El corazón se encoge y el aire, tan puro, se niega a entrar en mis pulmones. La sangre me golpea las sienes y un mar lejano brama detrás de mis párpados. Obligo a mis piernas a seguir caminando pero el miedo las ha vuelto pesadas, desobedientes. En cada curva el camino se estrecha y me lleva al terror de la infancia, a la soledad de la caída, al sueño del vuelo roto contra el suelo. En el centro, toda la belleza del otoño. El valle, allá en lo hondo se eleva hasta mi frente y tengo que apoyar mi espalda contra la roca y soportar con vergüenza el lamento de mis alas rotas.
El Desfiladero de las Xanas. 12 de Octubre de 2008
En el Cabo
Son la siete ….y me siento…. y observo…. y escribo….. la gente se va yendo.. despacio …. arrastrando los pies como si quisieran que se alargara el día … mirando
con tristeza hacia atrás para recordar estos últimos momentos . Aparece la arena mojada a medida que se vacía la playa.
Los últimos coches se abandonan en el camino entre las montañas ocres y reverdecidas por la ultimas lluvias Palmitos, pitas, acebuches y adelfas sacan sus brotes en pleno otoño .El castillo corona las dunas fosilizadas …crestas y rocas… piedras y cortados
Tras la tormenta, la bahía descansa ..las solas suavemente se van acercando hacia la orilla levantando espuma de forma sincronizada como búfalos corriendo.
Poco a poco las rocas se van llenando de cañas de pescar que como alfileres dibujan lineas y van cubriendo los recovecos y grietas. Los hombres se sientan al lado o se tumban y miran ..y no hablan y callan …rindiendo homenaje al final de la tarde.
Unos cobertizos de madera descuidados y descoloridos guardan los hilos, los anzuelos y cebos en donde antes había barcas y redes. Se mantienen en pie, firmes para mostrarnos que una vez existieron,
Ya no hace frío, ha pasado el temporal pero me estremezco y respiro. Miro hacia abajo … el agua hace remolinos en mi honor, sin dirección ..ni rumbo fijo vagando perdida buscando dónde estrellarse
Atardece.. el sol ya esta en mi espalda….quiero tirarme, y volar, y correr por la espuma.
Bajo la manta
Graciela
.
19hs.- Sangro. La gata ha estado durmiendo sobre mi vientre en una simbiosis perfecta. Yo acaricié su lomo esperando la lluvia. Ahora vigilo el movimiento de los olmos tras la ventana. Ayer el viento los cimbreaba hasta el cansancio. Hoy están quietos sobre un plano gris. Sangro y un pequeño dolor acompaña la tarde. He estado leyendo el final de Tokio Blues, mirando el afuera, comiendo uvas y reconociendo los sonidos que agitan el silencio de la casa.
19:08hs.- Enciendo un cigarrillo y pienso en todos los que escriben a estas horas, en sus direcciones personales, en este compromiso. Pienso e imagino. Imagino, fumo y pienso. Mi mente voladora sobre vuestras casas, entrando en los bares, subiendo a autobuses, llegando tarde…Mi mente viajera en un cuerpo que sangra. Mi cuerpo tranquilo, herido de salud.
Y Madrid
A. Mañas
Si por lo menos hubiera una gaviota en este mar
podría tratar de alimentarla
con cosas partidas en trozos pequeños y muertas.
Y con ese olor.
Pondría mis ojos a la altura de sus ojos oscuros, y vacíos y tan negros y le diría: quédate conmigo, aprende a no volar.
Si hubiera semáforos, si hubiera tráfico, si hubiera música dentro de un solo coche de esta ciudad,
Lo buscaría con mi olfato.
Lo rastrearía como una perra sucia y sola y con el pelo lleno de humo y de lluvia.
Me pondría delante y le pediría (bajito y por favor)
"atropéllame"
(gemido)
"por favor, atropéllame".
Si hubiera un despertador.
Entonces,
me despertaría.
Pero Madrid no tiene ni mar, ni perros perdidos, ni un despertador que sepa cuántos minutos y horas y cuatros de hora y días llevo así: ni muerta,
ni sucia
ni sola, ni atrapada
ni dormida.
Ni despierta.
QUIRÓFANO 41:
Dicen: escribe sobre lo que conoces. Y entonces aparece el ojo. Imagino que la cosa debió suceder así: el primer día se creó el paño verde. Cuadrado, tamaño mantel; con un gran agujero central. Sólo con uno, rodeado de ese tipo de muerte que llamamos esterilidad. Luego vino el equipo diseñado para niñas. Tijeritas. Pinza. Aquella paradoja semántica en forma de aguja con punta roma. Y sólo entonces fue el paciente; fue el accidentes facial; fue la mirada.
Más del 90% de la información que captamos nunca llega. Prefiere entregarse a los cantos de sirena que empiezan donde la pupila ya no ve. En cada desvío hacía la corteza occipital se aleja un trozo de lo imperceptible. El movimiento del índice al partir nueces. El pestañeo del profesor; el pestañeo del aula. El charco en la rueda del autobús. Se van todos.
Los que creían en el olvido conocieron el mórfico. Su nombre viene “del que hace dormir”, y su sitio se encuentra entre dos fronteras: la esclera ocular y el nervio óptico. El lugar donde empieza la pérdida. Allí trabajo: exactamente donde la imagen se hace pensamiento. Se abre el ascensor por la mañana, y me trae una enfermedad con nombre de persona. Los siento en fila, el glaucoma al lado de la catarata, o quizá separados por el estrabismo. Las gotas de anestesia tópica han hecho ya su efecto, y ellos lo saben porque no hablan, porque hay algo nauseoso en los ojos quietos. Te miran con insistencia enfermiza. Por mucho que se agiten estúpidamente las manos, las palabras o el pelo, queda siempre la cañería inmóvil que lleva al cerebro, observándote. Entonces me acerco a esa presa mansa donde nace la memoria y con mi inyección le arranco de un golpe movimiento y deseo. Y sólo ahora el chorro de luz entrando en la pupila abierta ya no duele; sólo ahora no cierras los ojos siquiera a esa cámara posada en la conjuntiva que te mira dentro. Es sólo ahora que, por primera vez , lo ves todo.
ANDREA ROMERA
David
Más luz. Las diecinueve del doce de octubre, a cuarenta grados de latitud norte, son una hora tardía, y mis pupilas se dilatan para dejar entrar más luz. No, yo dilato mis pupilas. Decir "se dilatan las pupilas" es como intentar hacer trampas en un solitario.
Necesito más luz y enciendo la lámpara. Mi habitación blanca se vuelve anaranjada, y mi pupila ya no bebe luz destilada a 149 millones de kilómetros, sino mi propia cosecha. La mayoría de los fotones escapan de ella, pero no importa dónde acaben estrellándose (en la colcha blanca pero manchada, en la barandilla al otro lado de la calle, en una molécula de ozono en la estratosfera, en una mota de polvo en el cinturón transneptuniano), siguen siendo míos. Los he enviado yo. La lámpara no sólo produce luz, sino que irradia mi pensamiento. Me extiende por la habitación, por la calle, por la Tierra, por el éter.
En la ciudad hay otra habitación que también fue mía. Desde aquí, la luz la alcanzaría en siete millonésimas de segundo si las paredes fueran transparentes. Muy lento. Mi pensamiento puede llegar antes. Y tengo otras habitaciones que visitar. Están lejos y dispersas, por esta meseta, por este continente, por esta biosfera. Si la luz de mi lámpara pudiera correr paralelamente a la circunferencia del planeta, tardaría casi una milésima de segundo en legar a la habitación donde he pasado más días. La que está a cinco milésimas me agria el humor; la que está a casi ocho, la primera habitación blanca, me produce demasiada nostalgia para expresarlo. Cuando mis pensamientos están en ella, el inquilino debe de pedir socorro en sus sueños.
A esta misma hora, en esta misma ciudad, hay otra docena de personas intentando pensar y hacer lo mismo que yo intento pensar y hacer. Linda apuesta. Mi pensamiento les acompaña un segundo. Pero me canso de estar inmóvil, así que tomo carrerilla y salto por la ventana.
Alcanzo la velocidad de escape, sigo acelerando, la velocidad de la luz, acelero más, y alcanzo mi velocidad. Echo un vistazo fugaz a Mercurio, me aburro otra vez y salto a Ceres, pero me desvío antes de llegar. Me sumerjo en la nube de los asteroides troyanos. Y choca en mi retina un fotón de mi habitación blanca. ¡Corro!, y me arrojo por el acantilado de Kuiper. Dejo atrás los filamentos brillantes hechos de miles de galaxias. Más allá sólo queda el fondo, y también lo atravieso. Llego a donde no hay un más allá, a la curva einsteniana del espaciotiempo, al final. Lo cruzo sin dificultad y salgo fuera, a través de un agujero circular de borde irisado. Una pupila.
Releo lo que he escrito y me parece oír, desde la habitación contigua, que está vacía, a una mujer que ríe con una risa ronca. Hace sólo un año que no escucho esa risa.
domingo, 27 de julio de 2008
Relato erotico
Me gusta venir aquí en invierno a compartir la soledad con el río al atardecer. Cierro los ojos … sintiendo la luz húmeda que cae, la montaña nevada detrás de mis hombros y la fuerza del agua mientras avanza por las rocas transformándolas imperceptiblemente a su paso.
Noto el sol sobre el cuerpo, mi piel se eriza .. Comienzo a acariciarme entre los muslos… subo hasta el pecho y lentamente desabrocho los botones del jersey.
Con las manos comienzo a dibujarte. Empiezo por la cara,.. la recorro suavemente en el aire apenas rozándola con las yemas.. Dibujo tus labios, que entreabiertos humedecen mis dedos.. tu nariz, , tus ojos, tus poros que respiran
Dibujo tus brazos y tus manos para que me puedas acariciar mientras me desnudas.. Luego, la cintura, las piernas, los pies…. Nos tumbamos ,, nos besamos.. . Me pongo encima de ti, para sentirte dentro…
Me estremezco…los pezones se endurecen ..los aprieto con fuerza mientras bajo la mano frotándome el vientre . Descargas de escalofríos me atraviesan… Gimo guardando el sonido en la boca con miedo de que se oiga. ….Silencio.. La luz nos regala los últimos instantes .. nos miramos mientras vas desapareciendo poco a poco.En la oscuridad cruzo el río y camino hacia casa. . Tengo que preparar la cena. Hoy seremos tres… viene mi nieto.
jueves, 26 de junio de 2008
Un email no enviado de un viaje que no ha empezado aún
Mi viaje empieza una semana antes de la hora del vuelo. Un mes antes. Una vida antes. No lo sé.
Escribo porque ya sé lo que contaré. Los correos que os voy a mandar. Conozco ya todas las palabras.
Puedo imaginarlo todo, planearlo todo para llegar allí y sorprenderme y volver a empezar. El viaje es MI viaje y no importa si es lejos o cerca, si es largo o corto. Si está organizado. Si voy a un país exótico o si me siento demasiado turista, demasiado mujer, demasiado extranjera.
Quiero escribir y al volver, me gustaría leerte.
A mí me apetece escribir sobre viajes. Sobre éste, sobre otros que ya hice. Y hablar de los trenes que cogeré y pensar cómo describiré esa ventana que no se cierra del todo y el olor rancio de los asientos más baratos. Escribir sobre y para ese chico que nos pidió un mechero en una playa de Ortigueira, una vez. Escribir para Kike bebiendo tequila en un bar de carretera que no debería existir, los zapatos llenos de polvo. Mi amor.
Dormimos en aviones. Hacemos colas. Renovamos pasaportes. Compramos sueroral, fortasec. Confirmamos reservas. Palabras. De eso están hechos los viajes. Tráeme palabras, de las que no se compran en las tiendas de artesanía. De las que no se venden.
Escríbelo todo. Si no puedes, si tu papel está en blanco, copia prospectos de medicamentos. Escribe 137 veces la receta del pollo al curry, o un tratado sobre las plagas que afectan a los cerezos. Escribe el número de señales de tráfico que dicen STOP que hay de tu casa a la mía.
Marina y yo hacemos dedo y dos chicos con una perra que se llama trucha paran a mirar un mapa. No nos han visto pero nos subimos y no paramos de hablar, dormimos con ellos en un cajero automático. Hacemos con ellos una parte de nuestro viaje.
No son los recuerdos los que se pierden, es el viaje que no se acaba.
Me levanto en un tren con el cuello dolorido y tengo sed. Me cuelo en un hospital en Montevideo. Alma conduce sin parar durante semanas por el desierto. Jorge acaricia el lomo de un taxi en Atocha.
¿Si yo prometo volver tu escribirás? Dime que sí, que lo harás de todas formas para que pueda volver . Y leerte.
Ojalá no escribir fuera tan difícil como poner la mente en blanco.
Ojalá no viajar significara poner la vida en pausa.
Imposible no pensar, no vivir, no viajar. Escribe cada día ¿me oyes? ¡Es que es importante!
Escribe sobre campos arados o sobre familias o colegas, o sobre niñas que esconden colchas a juego con sus cortinas. Sobre pequeños adornos caseros, escribe sobre ladrillos de colores. Escribe sobre milímetros o sobre centímetros o sobre arrancarte la piel a tiras. Escribe tu ciencia. Escribe cosas que nadie entienda, escribe si quieres hasta finales felices, pero escribe.
Y déjame volver.
Lacancióndepabloes: Copenhague, de Vetusta Morla.
viernes, 13 de junio de 2008
La Llamada
El señor del cuarto ha muerto a las 17.23 me dijo Doña Maria apenas puse el pie en el descansillo del primero, mientras subía con las bolsas de la compra intentando llegar a mi casa, un piso mas arriba. Me estaba esperando con medio cuerpo fuera de la puerta y el cordón de la bata rodando entre sus pies.
Tu novio es el del pelo rizado? Ya no podía mas . Sonó mi móvil. Me llaman Doña Maria luego la veo a usted.
El Origen
Mi padre me dejó como herencia además del placer por el cava, una lacra que he llevado a cuestas toda la vida, de la que me gustaría poder deshacerme. Probablemente por esta razón he decidido venir a hablar con ella.casi un año después de recibir su llamada .Estoy nerviosa con el encuentro. He llegado casi 15 minutos antes y la espero sentada en un banco oliendo la ría. Los colores de humedad dan vida al entorno grisáceo……