Ayer, paseando por el centro, ví que el Penta estaba abierto.
Entré pero ya no había nadie de ese tiempo en que quise ser Antonio Vega. Eso fue hace mucho.
A quién buscaba sobre todo era a Lourdes, que servía copas y me ponía los faros. Un día me atreví a intentarlo. Me acerqué, le solté el rollo, y ante mi incredulidad, funcionó. De madrugada me llevó a su ático del Dos de Mayo. No salimos de allí hasta la siguiente noche. Fue glorioso.
Volví a mi casa sintiéndome la hostia en vinagre, bendecido por ser joven y vivir tiempos de promisión.
Un par de días más tarde volví al Penta. Había pensado en decirle a Lourdes que se viniera al Pantano de San Juan.
Cuando llegué Lourdes me sonrió, pero siguió hablando con el batería de una banda jamaicana. Hablaron y hablaron, cada vez más cerca, y se acabaron liando.
Pensé que no era el momento de sugerir ninguna excursión y volví a casa.
Recuerdo que esta vez lo que pensé es que los profetas de la liberación sexual se guardan bien de advertirnos de todas estas jodiendas.
viernes, 14 de noviembre de 2008
noche en madrid
Etiquetas:
Mircea Barbu
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