EL CERCO
Ella ya no puede estar muy lejos. Con esta lluvia no es fácil caminar. Los pies se quedan soldados al barro y la tierra tira de ti como si quisiera engullirte. El fusil es un peso insoportable.
No puede estar muy lejos, tiene hambre. Sé que cuando huyó no pudo coger ningún alimento. No tuvo tiempo. Solo el cuchillo que le quitó a Juárez. El mismo con el que le abrió la garganta, antes de lanzarse a esa carrera loca que despertó a los perros del campamento y nos hizo salir a buscarla en plena noche, en plena pesadilla.
Ya no puede estar lejos. Está cansada, tiene hambre y está enferma. El mosquito ha bebido su sangre y la fiebre le araña la frente con patas y aguijones cuando cae la noche.
También yo estoy cansada, también yo tengo hambre, también yo estoy enferma. Llevo más de diez días escrutando cada rama, cada nido de insecto, cada centímetro de barro no lavado por la lluvia. Llevo más de diez dias siguiendo su huella. Hace tres que perdí a mi patrulla. Desperté de madrugada y no había nadie. Agucé el oído y solo me llegó el estruendo de la selva despertando, el tumulto de la lluvia sobre las copas de los árboles. Ni rastro de una voz humana. Solo unos cuerpos mudos, semejantes a árboles resecos, con la corteza agrietada por el barro y la sangre. Mejor así. Cuando la encuentre, solo seremos ella y yo.
El cansancio y el hambre la han vuelto descuidada. Deja jirones de su blusa y restos de su carne entre los espinos. Ayer perdió el cordel que llevaba en el pelo. He atado con él la cintura de mis pantalones. Yo también hace días que no como. Mi pelo cuelga ahora lacio y estropajoso sobre mi espalda.
Ya no puede estar lejos. Esta mañana he tenido la certeza de que estamos andando en círculos concéntricos. Sé que no está perdida. Ella conoce esta parte de selva tan bien como yo y aunque quisiera no podría extraviarse. Me lleva a las ruinas de piedra donde estuvimos encerradas los primeros meses del secuestro. Está jugando a dejarse encontrar o me tiende una trampa. La herida del brazo se me ha infectado, el espino con el que me desgarré debía de ser venenoso. Ya no tengo armas, solo el cuchillo que era de Juárez. He abandonado mi fusil en el hueco de un árbol, pesaba demasiado y ya no creo que me sirva para nada. Cuando la encuentre estaremos las dos tan extenuadas que solo tendremos fuerzas para morir.
Estoy contenta de que se haya escapado. Contenta de haber podido correr en su busca, de haber acallado por ella las voces soeces de los hombres de la patrulla, de haber vuelto a sentir su latido en el palpitar de esta lluvia incesante. Después de tantos años escondida, por fin me siento libre. Ni siquiera recuerdo por qué aún sigo aquí, por qué después de la mordaza y la venda en los ojos me quedé en esta selva, por qué cuando me dijeron que habían pagado mi rescate y que un día podría irme, no pregunté siquiera. Seguro que fue el miedo. La certeza que en ninguna parte había ya un sitio para mí.
Vuelve la fiebre, empiezo a tiritar. Veo las ruinas de piedra. Hay una cueva escondida entre las ramas. Allí podré dormir. Ella ya no puede estar muy lejos.
viernes, 7 de noviembre de 2008
EL CERCO
Etiquetas:
Paloma G. Poza
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