lunes, 10 de diciembre de 2007

ISLAS- Christine

Óleo

El salón era minimalista de renta exigua, pocos muebles desnudos y recién caídos al suelo. Frente a mí, bajo el ventanuco que daba a la calle, la nada inmensa. “Una pared aburrida”, me dijo. Sólo blanco y zapatos corriendo. Y le abrí una ventana a un sol de óleo denso en rojo indefinido. Él solía decirme que era su ventana al mundo.

Silencio

Un día quedó encerrado en tapas de CD, con grandes mayúsculas descuidadas. Recuerdos de sol, viento en la cara, frío y canciones en un descapotable con bronquitis y arrugas. La música suena entre los pinos y te sientes como una estrella de estela vaporosa al cuello y el pelo alborotado. Canciones que ya no llenan el aire muerto.

Rostros


En algún lugar hay fotos escondidas en un cajón. Llave echada, historia antigua. Un brazo rodea un hombro, una cabeza se gira hacia un rostro sonriente y le mira con orgullo. Parecen en equilibrio inestable, a punto de caerse. No me acuerdo de quien hizo la foto, de todas formas ya no importa. Se equivocan los que piensan que fotografiar a alguien es robarle el alma.

Cuentos

La estantería estaba vacía. Un muñeco con las piernas colgando me miraba fijamente. Las pestañan le caían con tristeza sobre los ojos azules. “Está solo”, me dijo Adela. Pero yo traía algo bajo del brazo. Abrí el primer libro, un universo naïf explotó ante nuestros ojos mientras el cuento crecía. Ahora está colocado en su sitio, una diagonal de color acompaña al muñeco.

Miedo

La película se quedó en su casa, con los escalofríos, los gritos y las excusas para agarrar al otro, en el salón a oscuras, bajo una manta. Otra parte de mí que vive otra vida en la ciudad, islas que son y no son yo.

Un bar


Hoy he regalado mi última isla: un poema pensado despacio, escrito deprisa, en una servilleta. Lo he dejado junto a tu brazo en la barra del bar, el tercer taburete por la izquierda como cada lunes, la misma arruga preocupada en la frente.

Te observo escondida en la mesa de la esquina, el humo empaña mis gafas y convierte la sala en un mar nocturno cortado por manchas de luz. Temo que mi isla acabe en la papelera con las servilletas sucias y los restos de comida. Pero tu cabeza se gira, alargas la mano y coges el papel. Mi cara se quema mientras lees y empiezas a moverte. Mis ojos se fijan en la vela que arde inmóvil, casi no respiro. La llama se agita, el temblor se contagia, mis piernas flaquean, el tiempo se para, tus labios se mueven. “¿Puedo sentarme?”

domingo, 18 de noviembre de 2007

SE QUEMABAN DESPACIO. PALOMA

Se quemaban despacio.
Desde la primera vez se quemaban.
En las tardes de cortinas naranjas se buscaban por debajo del miedo,
escudriñando los pasos de la muerte.
El usaba palabras, buscándole los pliegues de la rabia.
Ella, le regalaba el sueño de la estación vacía
con los cristales rotos al abismo.
Después, solo silencio
y el aliento compartido de sus bocas.
Los cuerpos trepándose con furia detenida, con esmero.
Y en el instante en el que el tiempo estalla,
peinar la cabellera de la muerte
y arder despacio hasta la extinción.
Para entonces, ya la hoguera devora el Paraíso.

viernes, 16 de noviembre de 2007

La muerte y la doncella

A ver que tal con los cambios....


Rozaré tu espalda cuando no mires
Agujas de acero despertarán tu cuello
Escalofrío oculto en sábanas rojas

Buscarás el aliento derrochado en bruma
Las voces eternas intentarán mecerte
Mentiras que intenten cerrar la sima

Rastrearás la luz en los ojos cerrados
Nariz envidiosa, perfume ausente
Las grietas del alma se harán agua

Perforaré tu herida, mano helada
Con impaciencia hilaré la espera
Y quizás sientas miedo, dolor o furia

Pero yo te he escogido
Y aunque los otros te sientan fría y tierra
Conmigo serás fuego y muerte

Christine

jueves, 25 de octubre de 2007

El juego

La hoja revoloteó, los párrafos estrictos se posaron livianamente en el suelo, firmas confusas sellaban el pacto. Intenté fijar la vista en las letras negras que se agolpaban en ella como arañas para no pensar, mientras levantaba la mano y me preparaba. Tras el frío contacto sólo se oyó un clic armónico en el silencio agitado. Un suspiro unánime flotó en el humo, relajando la tensión.

La mujer de rojo me hizo una mueca que otro hubiera tomado por una sonrisa.

La apuesta se dobló.

Frente a mí, la cara del adversario brillaba, una gota recorrió su cara y se estrelló en la oscuridad. Sus ojos parpadearon con asombro, preguntándose seguramente cómo el azar había podido torcer su destino de aquella manera. Por un momento pensé que su dedo convulso no sería capaz de apretar el gatillo.

La mujer de rojo se había colocado a su espalda, la luz de la pared formaba un halo protector a su alrededor. El fulgor de sus ojos tembló y se desbordó en ríos de carbón.

Una mano se posó en mi hombro y levanté la vista. Una boca ávida, de dientes perfectos, me sonrió con complicidad, sentí escalofríos y por un momento casi me arrepentí.

La explosión desplazó la mesa unos centímetros. Miles de gotas marcaron la trayectoria del cuerpo al desplomarse a cámara lenta. Casi al mismo tiempo, el fantasma de rojo cayó de rodillas sin un ruido.

Me levanté despacio y agarré el maletín con el millón de euros. Pesaba poco, importaba poco. Debía cumplir el pacto y pagar el precio de mi venganza. Ella había visto morir a su amante y yo había perdido mi alma. En casa me esperaba un cargador y esta vez estaría completamente lleno.
Christine

lunes, 22 de octubre de 2007

EL FILO DE SU MIRADA. .

EL FILO DE SU MIRADA (PALOMA)


Se llama Antonio y se hace pasar por pescadero. Desde la primera vez me llamó la atención la educación exquisita, con la que trataba a sus clientas, su cuidado corte de pelo, algo canoso por las sienes, su elegancia innata y sobre todo, la increíble destreza de sus manos.
Antonio es un prestidigitador del rape y la pescadilla. Dispone todas las mañanas, su pequeño escenario, donde el atrezzo son los pescados, como joyas brillantes descansando entre hielo picado y ramas de helecho. Los actores principales son sus manos y aunque la obra representada suele incluir sangre y vísceras, él maneja los cuchillos con movimientos tan limpios y precisos, que es sobrecogedor ver, a eso de las once de la mañana, a ocho o nueve señoras esperando su turno en completo silencio y mirando arrobadas como las manos de Antonio limpian una merluza o filetean un gallo. Él, no es ajeno a esas miradas y después de finalizar cada una de las faenas y limpiándose cuidadosamente las manos de pianista, mira a su público regalándole su increíble sonrisa de artista atormentado.
Se llama Antonio y se hace pasar por pescadero.
La ciudad donde vivo es muy pequeña, y a la gente le encanta hablar y contar historias. Una tarde en un café, una amiga me contó ésta:
Hará unos diez años, estuvo de moda por casi toda Europa un espectáculo tan poético, tan emocionante y peligroso que no había Festival de Otoño, de Primavera o de Invierno que no intentara tenerlo en su programación.
La función en sí era algo tan simple como un hombre lanzando cuchillos a la silueta de una mujer, pero al parecer, todos los detalles de escenografía, música y dramaturgia, estaban tan primorosamente cuidados que, según algunos críticos del momento, era el acto artístico más original y hermoso que se había visto en los últimos años, aunque para otros no dejaba de ser un digno espectáculo de circo algo pasado de moda.
Cuando Max tenía frente a él a Laura, haciendo ondular suavemente sus brazos y su pelo contra el panel en el que, segundos después, se clavarían doce cuchillos, el mundo se paralizaba. Los relojes se congelaban y así también el movimiento de Laura. No importaba que el panel estuviese girando y que su espesa melena rozara por segundos el suelo en cada giro.
Para Max, solo existía ese cosquilleo en las manos, ese zumbido en el corazón y los ojos de ella en la punta de su cuchillo.
La amaba, si, ¡cuanto la amaba! y en esos momentos, el amor se le convertía en una punzada de espantoso deleite.
Cuando se apagaban las luces y después de los últimos aplausos, los espectadores salían de la sala, había en todos ellos un cierto aire de recogimiento y quizá algo de pudor. Tenían la inquietante sensación de haberse asomado por el ojo de la cerradura a un ritual intimo y sagrado.
Una noche en Berlín, poco antes de comenzar su actuación, Max no encontró la mirada de Laura. Buscó sus ojos, mientras repasaban los detalles del nuevo espectáculo que estrenaban esa noche, pero esos ojos le rehuían.
Cuando, una hora después y con la función en su punto culminante, antes de vendarse los suyos, Max volvió a buscar los ojos de Laura, los encontró aterrorizados y suplicantes y supo, como fulminado por un rayo que ella ya no confiaba en él, que había dejado de amarle.
Creyó que iba a morir en ese momento, le faltaba el aire, el suelo se movía. Hoy era incapaz de detener el tiempo. En la sala no se oía ni una sola respiración, solo la música.
Se vendó los ojos y sintió que la mano le temblaba. Estaba empapado en un sudor frío. Tomó aire y comenzó a lanzar sus cuchillos: uno, dos, tres... hasta veinte. La hermosa silueta de Laura bordada en el panel púrpura sobre el que giraba. En su muslo izquierdo, un hilo de sangre.
Segundos después, cuando el teatro se venía abajo con los aplausos, bajo la venda, los ojos de él se habían convertido en un río incontenible.
Esa noche, la pasaron entera despiertos en la habitación del Hotel, nadie sabe lo que allí paso, pero cuentan que ya al filo de la madrugada se vio a dos sombras como las suyas despidiéndose en la Estación de Trenes, donde Laura tomaría uno en dirección a Estambul.
De Max tampoco se sabe mucho. Solo que recogió sus cosas del hotel y se marchó. Una semana después su representante recibió una carta de despedida, un generoso cheque por los perjuicios ocasionados y la dirección de un abogado que se encargaría al parecer de solucionar asuntos legales y cancelar deudas en su nombre.
La ciudad donde vivo es pequeña y a la gente le encanta hablar. Curiosamente, la madre de mi amiga, tenía guardado un programa de cuando el espectáculo de Max y Laura pasó por Madrid. En el que venía una foto de ambos. El otro día me la enseñó.
Se llama Antonio y se hace pasar por pescadero.

domingo, 21 de octubre de 2007

Instrucciones para nadar

Siento el agua fría .. Estimulante y placentero momento…Sumerjo todo el cuerpo dejando el agua por encima de la cabeza……Me evado, mi mente comienza a vaciarse…. . Me sitúo en posición horizontal, poniendo los brazos como si fuera a dibujar círculos por delante de los ojos y con las piernas en posición de rana me impulso hasta la mitad de la piscina. Saco la cabeza y respiro profundamente. Por fin estoy en el mar, imagino el cielo nublado, como si fuera a llover … Meto la cabeza y de nuevo me sumerjo hasta la pared en la misma posición. UNO

Al llegar cambio la posición de las piernas dejándolas rectas para que se muevan como tijeras y los brazos alternos, salen y entran del agua como aspas de molino a medida que saco la cabeza para respirar .. Uno, .. dos.. tres…tomo aire por la boca girando la cabeza a mi derecha ,..Uno .. dos.. tres…. respiro de nuevo…, izquierda..

Siento el sol en la cara a través del cristal. Uno.. dos..tres.. Vuelvo a respirar …..llego al final DOS . Doy la vuelta ….Uno… dos… tres.. respiro de nuevo, . Las piernas coordinadas con los brazos impulsan mi cerpo hacia delante.

Me siento como si fuera parte de las gotas que salpico y vuelo por el aire, hacia el acantilado donde apareciste tras haber pasado tres años de coma ….Uno,.. dos.. tres.. Decidiste despertar ..dejar tu vida inerte y fuiste a buscarme …llego al final. CINCO ..

Doy la vuelta .Mecánico y preciso movimiento, control de la respiración. El cuerpo avanza de forma armoniosa como si toda la vida hubiera estado coordinando las extremidades danzando un vals

Van 15. Giro y me coloco sobre el agua mirando hacia el techo empujando mi brazo izquierdo hacia detrás como si fuera un remo y sacara agua. Al entrar el brazo izquierdo en el agua, levanto el derecho, Las piernas siguen en posición de tijera., pero con movimientos mas cortos de recorrido del cada pierna para hacer mas esfuerzo. Mantengo la espalda recta… Uno.. dos … Uno.. dos.. cambia el ritmo, ahora no es un vals calido, …a la altura de la escalera doy la vuelta .. Uno… dos….., VEINTE

Me acerco a ti , te recuerdo que la piel siente .. Refresco tus secos labios .. ..besos dulces y regreso nadando a al orilla . Tu te quedaste de pie mirándome… inmóvil, ….

25.. Giro 180 grados .. respiro cada tres pulsos de la melodía ….. Uno. Dos .. tres..…..Siento cansancio,……Cuando me di la vuelta. ya no estabas... Al llegar a la pared me pongo de pie tocando con los pies el fondo de la piscina. Estiro los brazos hacia atrás mirando con al cabeza el techo y tras veinte segundos de estar en esta posición, salgo del agua subiendo por las escaleras.

sábado, 20 de octubre de 2007

OXIMORON



Para Marieta

TITULO

Oximoron dejó de vivir bajo las piedras

Xoromión prefirió seguir protegido por la sombra de los recovecos

Idolatrado por los invertebrados,

Manteniendo la calma del agua,

Obstruyendo sus deseos…


Recónditos sueños se dispersaron por las gotas de sal


Oximoron sentía el encierro de lo escondido

Notas de tristeza y silencio le acompañaron al alejarse..

Historias mudas


Las historias mudas contadas por mi madre y mi abuela me acompañaron en mi infancia, El lenguaje de los signos no reflejaban la entonación ni la música de las palabras. Aprendí a comunicarme con ellos dibujando figuras en el aire. Me costaba tanto esfuerzo que solo pude conocer las historias escritas…. fuera de ellas, solo estaba el silencio, esa quietud mortecina que me abrumaba.

Ahora me gusta esa sensación. Con el tiempo he aprendido a incorporarlo a mi vida pero con ocho años me envolvía de tal forma que quería escapar ….

Recuerdo la tarde que me di cuenta que el silencio me acompañaría para siempre..

Era noviembre y los dias lluviosos transcurrían uno tras otro. Una tarde de tormenta la maestra nos sugirió que preparáramos para la siguiente clase historias habladas, de esas que no están en los libros, de las que no son iguales la segunda vez que las cuentan. Me acuerdo el terror que sentí . No sabia ninguna, solo conocía las que se podían leer.

Esa tarde cuando salí de clase fui a buscar a Regina ….seguro que la encontraría en el cerro con las ovejas. Regina congelaba los instantes de felicidad de las personas. Desde generaciones anteriores, todas las mujeres de la familia podían capturar momentos felices de los habitantes de Villardondiego . Cada persona a lo largo de su vida solo podía congelar un instante. Los mas ambiciosos no lo hacían nunca .Una vez capturado el momento, se congelaba y guardaba una caja que se enterraba bajo el pasto.

Los instantes congelados solo se podían pedir una sola vez para volver a sentirlos. Una vez abierta la caja, salía el instante, se vivía de nuevo y se desvanecía para desaparecer en el aire.

Cunado vi a Regina fui corriendo hacia ella .

-Necesito que me cuentes una historia

-No se ninguna..No conozco las historias que hay dentro de las cajas. No me pertenecen. Solo se pueden abrir si el propietario lo solicita…

-Pero ….y no hay ninguna que lleve tantos años enterrada que ya no pueda ser abierta? La gente se muere.. se va del pueblo.. pensé con la esperanza que pudiera haber alguna abandonada y así y tener algo que contar en el colegio.

Regina se dio la vuelta y se alejo caminando. Al rato regreso con una caja de madera. Toma, ábrela, es de tu abuelo. ………Me quede mirando la caja y temblándome las manos no lo pensé dos veces ..

La neblina cubre los troncos desnudos…, siento el viento helado, , Sobre la nieve la veo a mi abuela.. joven …. corriendo y girando su cabeza para mirarme .

…Se congela la imagen, se atenúa el brillo de los colores cuando caen ……

Me siento cerca de ella, me introduzco en su mundo de sonidos mudos, de palabras escondidas tras manos que desesperadas intentan ser entendidas.

LA TORMENTA


Llega despacio, anunciándose con timidez adolescente. Sensaciones de intranquilidad no comprendida. Se detiene en la entrada y …luego se aleja, ….como si jugara, dando una sensación de seguridad para después volver a acercarse de nuevo.

Las ideas comienzan entremezclarse, la realidad se desvirtúa y el vacío comienza a dominar con su presencia. Me envuelve, siento que giro y giro, dando vueltas alrededor de mi misma perdiendo el control como derviche caído.

Fuera, la humedad se siente en la tierra. Los colores se oscurecen…. Las hojas y ramas de los olivos parecen que quieren competir por escapar del tronco. Los ocres de las arcillas reflejan las cepas de vid sin hojas. Julia deja de caminar...siente las gotas de agua resbalar por su cara. Nada puede hacer para detener la lluvia. Se sienta en la silla de plástico que esta al borde del camino esperando a que llegue ..

Despierto. La lucidez domina a los pensamientos confusos. Estoy exhausta. Siento que se va yendo, desapareciendo sin despedirse como si tuviera vergüenza. Tranquila me levanto y me dirijo hacia la ventana.

Charcos de agua se deslizan esquivando las cepas. Las gotas ya no golpean. Julia sigue inmóvil oliendo la arcilla empapada. Se levanta y despacio se acerca a la casa, dejando la ropa sobre la silla.

La veo caminar entre las vides con paso firme. Lo ha olvidado todo, el encierro durante años, el miedo y la parálisis del cuerpo ante el castigo .El murió hace 23 años y yo sigo atada a su recuerdo. Julia decidió irse y enfrentarse al exterior. Poco a poco sus músculos se fueron desentumeciendo y aprendió relacionarse con los demás.

Ella fuera, yo … dentro .. viviendo los días de otros , deseando que el olivar se transformara en páramo entrando y saliendo en cada tormenta..buscando el hilo dorado , Durante este tiempo solo me comunicaba con el exterior a través de la ventana.

Ella fuera, yo dentro…. Sintiendo a través del cristal, sin poder ver la totalidad del paisaje , imaginando que volaba sobre las vides yendo hasta el mar, para encontrarme con el príncipe soñado, queriendo que me rescatara pero cuando llegaba , me empujaba para que cayera al agua sonriendo amablemente mientras decía lo mucho que me quería.

Junto a la ventana la vida era el silencio, interrumpido a veces por el sonido del clarinete del abuelo que encontré en una funda de madera en el armario , tal y como lo dejo cuando se fue a Madrid quedando olvidada su vida en el pueblo junto a la banda, y las vides.

Aprendí a tocarlo sin saber música, solo soplando suavemente, deslizando los dedos haciendo sonar las notas, construyendo melodías inventadas. En esos momentos me sentía con fuerza para dejar la habitación, bajar las escaleras, empujar la puerta siempre entreabierta de la calle y salir fuera … pero cuando llegaba a las escaleras, el pánico paralizaba mis piernas y retrocedía de nuevo hacia la ventana ..sumando a la frustración , el sentimiento de culpa .

Un día, el viento abrió de golpe el balcón y sentí el frío en la cara. Me quedé quieta con los ojos cerrados sintiendo y oliendo la tierra. Se me ocurrió que quizá me sería más fácil salir afuera por la ventana directamente sin tener que pasar por la escalera y la puerta. Ate una cuerda ala barandilla y baje por ella. Cuando puse los pies en el suelo, senti un estallido y empecé a mirar a mi alrededor desde la realidad del suelo viendo otro paisaje diferente el que estaba acostumbrada a ver.

Comencé a correr por entre las vides hasta que llegue al camino .Fueron tres días de locura, descubriendo y viviendo cada paso como si la vida saliera a presión. Al cuarto llegó el cansancio y caí sobre la tierra. Al levantarme sentí el miedo en los huesos y decidí regresar a las melodías inventadas y a la vida mirada a través de la ventana. A partir de ese día, las tormentas comenzaron a ser constantes. Yo no dejaba de girar. Cuando paró el agua y se secó el barro pensé en Julia…. tenia que venir.. Necesitaba que me ayudara a salir

Julia regreso hace dos años con una maleta vacía... y dijo que se quedaría hasta que se llenara …... Entro sin llamar y se quedó esperando junto a al escalera. Desde la ventana en la habitación sentí su presencia. No pude bajar. Julia fue a la bodega y dejo la maleta cerrada en el suelo.

Poco a poco fui logrando superar el pánico, bajando los peldaños hasta conseguir llegar a la puerta entreabierta. Me acercaba a al bodega y con emoción miraba la maleta abriéndola un poquito para ver si se estaba llenando. A veces estaba horas observándola fijamente como si pensara que con desearlo entrarían los recuerdos, pero cuanto más la miraba, iba pesando menos. Deje de ir a la bodega, olvidándome de la maleta. Llegó el

Día que pude por fin salir por la puerta entreabierta y caminar por las vides , sintiendo y desentumeciéndome poco a poco..


Desde hace un mes no para la lluvia, estallando a veces enfurecida. Siento frío. Oigo que Julia sale y veo su sombra por la ventana. Me asomo al balcón. Julia coge una pala y se dirige al olivar. Bajo las escaleras y sin pensarlo voy a la bodega a por la maleta. Pesa tanto que tengo que arrastrarla hasta la puerta. Esta lloviendo con mucha fuerza .

Salgo fuera…mis pies descalzos se hunden en el barro mientras tiro de de la maleta por la tierra. Busco el olivo con el columpio dónde de pequeñas jugábamos a volar. Veo los restos de la cuerda colgando de una de las ramas. Debajo esta la zanja. Tiro la maleta dentro y me tumbo sobre ella mirando al cielo.

Julia se asoma y comienza a echar tierra sobre mí. Me va desapareciendo el rostro, y mis facciones se van dibujando en su cara a medida que dejo de sentir, y oler. Solo el silencio, la nada, la oscuridad., regreso a la vida. Julia se da la vuelta y deja la pala apoyada en el tronco. Siento de nuevo el aire, el agua. Voy caminando hacia las vides, y cuando llego a la silla de plástico, cojo la ropa. Mientras me visto echo una ultima mirada a la ventana.

Bosque de abedules nevados



Llegó el tiempo de salir del miedo

Los colores se esconden

Invierno de pensamientos,

de gélidos vientos

que despiertan las palabras


Llegó el tiempo de salir del miedo

de la presión por vivir…por hacer.. por querer..

que aplasta… hasta convertirme en hoja…

liviana… de tejidos secos


Llegó el reposo

la humedad pesa

me recoge el silencio de los troncos desnudos

calidez grisácea que tranquiliza

las pasiones hibernan


Llegó el tiempo de salir del miedo

llegó el regreso…


Bosque de abedules nevado. Emil Nolde .1907

miércoles, 17 de octubre de 2007

Hiperbreves en Nueva York

Bryant Park

Cítaras misteriosas suenan más allá del mar de hierba. Un oasis en la calle 42, sol radiante y sillas verdes. Ella está recostada en una, lleva gafas de sol, no sé si tiene los ojos cerrados, parece dormida. Él se acerca desde atrás entre la alfombra verde, se para y se inclina. Le susurra algo al oído y ella sonríe. Él se aleja y pasa de largo junto a las tres amigas que se están fotografiando, una de ellas le mira y sonríe también.

Las Damas de Murray Hill

Tiene 90 años por lo menos, junco estirado de labios rojos perfectamente perfilados y melena rubia corta y moderna. Viste de negro elegante, roto por un chal rosa enrollado con falso descuido sobre los hombros. Intercambia frases contundentes con sus amigas, se encuentra con ellas todas las mañanas y discuten las últimas noticias de la ciudad. Nunca se casó, valoraba demasiado su independencia y no se arrepiente.

Batman

El príncipe de Gotham existe, viste un traje de lycra relleno de goma espuma y es más bajito que mi héroe de linterna bajo las sábanas. Aparece de la nada sudando en la tarde ardiente e inicia tímidamente unos pasos de baile ante la orquesta callejera. Ritmo cubano y mujeres rotundas a ritmo vertiginoso le rodean y empieza a moverse con gracia, cada vez más rápido. ¿Quién dijo que Batman era siniestro?

SoHo y Chinatown

Paseas por calles estrellas, edificios industriales reconvertidos en tiendas de moda y todo es bullicio limpio y glamour. Quizás en un tiempo fue bohemio, artistas de vida precaria intentaban despuntar, pero los tiempos ahora son distintos. Y, de repente, la calle Mercer desemboca en Canal y todo cambia, huele a comida china, palabras extrañas inundan tu cabeza y las tiendas de sueños falsos invaden las aceras, los barrios, la ciudad entera, la marea crece, imparable.

Amigos

Se da la vuelta en la cama, otra vez, parece que con cada pensamiento recurrente tiene que girarse, como si eso le ayudara a dar la espalda al recuerdo, al vacío y a la sensación de haberse equivocado una vez más, como siempre. No puede evitar llorar, intenta que no la oigan, y le duele el esfuerzo. Y cuando va a levantarse para esconderse en el minúsculo baño de hotel, nota una mano en su brazo, una caricia suave sin palabras, y deja de sentirse sola y fría.

Pepe Grigio

Una pequeña puerta acristalada se abre, un pasillo estrecho y entran en un patio naranja, con fotos antiguas en las paredes de actores italianos comiendo pasta. Se sientan en una esquina de enormes plantas. Las azucenas del jarrón acarician su cara y huelen tanto que casi marean. Los mosquitos pican, y, a través del tejado de cristal, se ven la luna llena y los viejos edificios de Chelsea. Fuera la ciudad, dentro un jardín que invita a confidencias.

Pajaronas en Manhattan

Tres pájaras sobrevuelan Manhattan. La primera parece Jane Avril a punto de bailar el Can Can en el París de Toulouse Lautrec, mechones rizados y largas faldas de vuelo que se indignan porque sólo ven estrellas de espaldas. La segunda es una mujer flor de Dalí, elegante en cuatro trazos, la gente la adora, pero ella no se da cuenta porque le da la espalda. La tercera es una Odalisca de Matisse, de pose indolente. Parece relajada, pero ¿sabemos realmente lo que está pensando? Son diferentes, pero se ríen mientras comen en un restaurante de brillante modernidad.

Brujas de varios colores

Las brujas de Nueva York son multicolores. Las hay verdes, incomprendidas de corazón sensible, perdidas por Broadway. Otras son blancas y no son conscientes de lo que han perdido en el camino. Pero si paseas por la calle 32, puedes entrar en una pequeña sala oscura y dejar que una bruja moderna y corta de vista te lea la mano mientras los santos de las paredes te miran y el teléfono suena sin parar.

Taxis en flor

El taxi se para. El capó no es amarillo, flores azules y rosas lo cubren por completo. Por dentro está viejo y huele a humo. El paso bajo el túnel es duro, el motor renquea, parece que se va a parar en cualquier momento y el atasco fuera no es más tranquilizador. El conductor es negro y parece preocupado, el precio cerrado no le va a resultar muy rentable hoy, y parece que necesita el dinero. Por un momento pienso que no vamos a llegar a tiempo al aeropuerto, pero me equivoco. Cuando el taxista ve la propina sonríe, da las gracias y desea buen viaje. Y creo que lo dice de verdad.
Christine

lunes, 15 de octubre de 2007

SEDA AL ROJO

SEDA AL ROJO (Para Andrea, que tenía interés en leer esta historia)



Lo primero que me llamó la atención fue su cara de niña, de niña mala que disfruta haciendo travesuras. Después vi sus manos. Manos fuertes, grandes y curtidas. Estaba a mi lado en la barra, tomándole el pelo al camarero mientras le pedía un café muy cargado, muy caliente y muy amargo. Me miró directamente a los ojos y una oleada de calor encendió mi cara. Me sentí ridícula y avergonzada, como una adolescente frente al chico que le gusta.
- Tú estás en la Feria de Artesanía, ¿verdad? Y por tu aspecto diría que te dedicas a los textiles. Telares, tintes naturales….- Su descaro era agradable, inspiraba confianza y cercanía.
- Pinto seda. Pañuelos, ropa, cortinas… ¿y tu, también estás en la Feria?
- Así es, y si pintas seda, te llamas Elena Ruiz, vienes de Asturias y tu puesto está pegadito al mío. ¿Acierto? Se reía a carcajadas mirando mi cara de asombro.
- ¿Tu eres “Al rojo vivo”? No había terminado de decir esta frase cuando me di cuenta de lo ridícula que sonaba. Volví a ruborizarme.
- Me llamo Elsa, soy herrera, “forja artística”, pone en el catálogo, y si, soy y estoy “al rojo vivo”. Volvió a reírse mientras, cogiéndome por los hombros me estampaba un beso en cada mejilla. - ¿Hace calor aquí, verdad?. Ven, vamos fuera, quiero enseñarte algo antes de que se abra la Feria.
A partir de ese momento, Elsa y yo fuimos inseparables. Y utilizo esta palabra en un sentido estrictamente literal. En la semana que duró la Feria de Artesanía estuvimos siempre juntas. Ejercía sobre mí una especie de hechizo que me impedía negarme a cualquiera de sus propuestas, por muy descabelladas o inusuales que me parecieran. Y tengo que decir honestamente que no me arrepentí entonces, ni me arrepiento ahora de nada de lo que hice con ella en esos días.
Yo conocía esa pequeña ciudad donde se celebraba la Feria. No era el primer año que iba, pero Elsa inventó para mí una ciudad distinta. Una ciudad donde los gatos nos hablaban, las cigüeñas nos ofrecían conciertos nocturnos y las piedras escondían tesoros entre sus grietas. Una noche en un parque, descubrimos un refugio perfecto en el hueco de una secuoya gigante y allí, muertas de risa y algo mareadas por el vino bebido en la cena, comenzamos a besarnos despertando a las hormigas. La boca de Elsa me mostró ríos caudalosos, bosques con olor a sándalo y estrechos caminos colgados sobre precipicios. Sus manos decididas, buscaron en mí rincones y pliegues que solo conseguían despertar un hambre que yo jamás había sentido.
Esa mañana, en la cama de Elsa, me despertó una pluma que subía y bajaba por mi espalda. Si en algún momento tuve la tentación de sentirme culpable, (uno siempre vuelve a los viejos lugares conocidos) la luz de su sonrisa y el olor del café y las tostadas, me devolvieron a un mundo recién regado al que acababan de peinar el flequillo.
- Venga perezosa, en media hora tenemos que abrir el puesto...
Extendí mis brazos, se acercó y nos abrazamos. Sus grandes manos sujetaban mi cabeza enmarcándome la cara...
- Elena, eres lo mejor que me ha pasado en años.
- Elsa, yo...tu sabes, tengo pareja, vivo con David desde hace cuatro años...Para mi, esto es nuevo, yo no...
Me puso un dedo en la boca, como se hace con los niños pequeños para que se callen.
- No hay nada que explicar, Elena. Todo está bien.
Los días siguientes vivimos en un estado de permanente embriaguez, sin probar siquiera una gota de alcohol. Lo que sentíamos era tan evidente que los otros artesanos bromeaban a nuestra costa, haciendo juegos de palabras con el hecho de que yo trabajaba la seda y Elsa el hierro. Quizá en otros momentos de mi vida me hubiera sentido incómoda, pero entonces no me importó. Viajaba en un globo de colores con la luz de los ojos de Elsa en los míos y sus mano en mis caderas. Las conversaciones por teléfono con David eran tan extrañas que siempre acababa preguntándome si estaba tomando drogas o había bebido.
La tarde del último domingo se deshizo en agua. Los pocos visitantes que se acercaban a la Feria, deambulaban entre los puestos como peces sonámbulos en un acuario gigante. Mi ánimo oscilaba entre la inquietud y el abatimiento. Elsa, atenta y discreta, me traía pequeños regalos: una flor de papel, una amatista pulida, un pastel. Yo intentaba estar animada, pero sentía un peso terrible sobre los hombros y tierra detrás de los párpados. Mañana por la noche estaría en mi casa con David y esa perspectiva, que me resultaba cálida y acogedora, al mismo tiempo me desgarraba porque significaba separarme de Elsa.
Cuando se cerró la Feria, recogimos lo poco que nos había quedado y lo metimos en cajas. Al día siguiente lo cargaría en la furgoneta, justo antes de partir. El Gremio de Artesanos de la ciudad había organizado una cena de despedida para los que habíamos venido de otros lugares y a Elsa y a mí no nos quedaba más remedio que asistir, ya que ella era una de las organizadoras. No pude cenar apenas, una sensación de náusea se había instalado en mi estómago, pero a los postres conseguí animarme y cuando alguien propuso ir a tomar la última a un local que acababan de abrir en las afueras, yo fui la primera en apuntarme. Aquella noche bailé, fumé y bebí mucho más de lo que me apetecía. Tenía miedo de volver con Elsa a su casa, era como si posponiendo ese momento, pudiera evitar que esa noche fuera la última.
A eso de las cinco de la mañana, yo coqueteaba descaradamente con un ceramista cuando Elsa se me acercó y me dijo muy suavemente: - Elena, me marcho, ¿tu qué quieres hacer?..
La miré a los ojos y comencé a sollozar bastante borracha...- ¡Por favor, sácame de aquí, quiero irme contigo!
Estaba amaneciendo cuando llegamos a su casa. Abrió la puerta de la terraza y durante un rato contemplamos en silencio los vuelos acrobáticos de los vencejos. Después, me desnudó suavemente, me metió en la cama, me hizo beber un vaso de leche caliente con miel y me acarició el pelo hasta que me quedé dormida.
Al día siguiente Elsa me cuidó como a una convaleciente. Me preparó el desayuno, me metió en un baño tibio, me construyó una red de caricias y de besos que no consiguieron ahuyentar mi tristeza. Conduje toda la tarde, intentando concentrarme solo en la carretera y no pensar. Estaba casi anocheciendo cuando los gritos de las gaviotas y el olor a mar me hicieron saber que estaba en casa. Los brazos de David me acogieron con tanta vehemencia como si volviera de los últimos confines del universo. Y en realidad así me sentía yo. En los últimos días había transitado por espacios desconocidos, había recorrido de la mano de Elsa, sensaciones y sentimientos que habían roto los límites de mi mundo, y ahora sentía vértigo.

jueves, 11 de octubre de 2007

Río abajo

Me dijiste adiós desde el puente de piedra. Bajé la vista para que no me vieras llorar y el reflejo de tu mano tembló sobre la superficie del Miera que tanto amabas, te diste la vuelta y me dejaste atrás. Estaba segura de que Bilbao, bulliciosa ciudad de tentaciones y sirenas, te atraparía en sus redes y tú, mi aprendiz de carpintero de manos grandes y ojos grises, no volverías más.

Un día de luz glacial oí los susurros en la plaza del Mercadillo y supe la verdad, la tarde de risas y amigos la víspera de San Juan en el mar de mis noches de infierno, los gritos, la búsqueda en vano y el vacío. El luto se convirtió en mi amante, al que cuidaba con mimo, mi coraza frente a los hombres y la vida hasta que llegaron noticias del sur, del Cádiz soleado de flores rojas.

Unas redes sorprendidas de su hallazgo te devolvieron a mí, una única palabra mágica que pronunciaste, “Liérganes”, te trajo de nuevo al valle, pero ya no eras tú, sino un espíritu resbaladizo de largos silencios, incapaz de demostrar tu afecto, ni una caricia, ni un beso. Tus pies descalzos flotaban hasta el puente, y, varado en el centro, mirabas el río durante horas, inclinándote hacia el lecho cada día más, con la mano estirada.

No sé si te caíste o te lanzaste, hace dos años que nadie ha visto tu imagen ausente, pero yo no te olvido, sentada en la orilla con los pies en el agua, de vez en cuando un salmón apresurado roza mi piel y pienso que es tu mano, fuerte y arrugada, que me acaricia desde el fondo


"Su proeza atravesando el océano
del norte al sur de España,
si no fue verdad mereció serlo.
Hoy su mayor hazaña
es haber atravesado los siglos
en la memoria de los hombres.
Verdad o leyenda,
Liérganes le honra aqui y patrocina
su inmortalidad.."
(Inscripción en el paseo de El Hombre Pez en Liérganes, Cantabria)

Christine

martes, 4 de septiembre de 2007

Christine siguiendo el ejemplo

Siguiendo el ejemplo de Palomilla, y según consejo de Graciela, amplié un poco la historia del cine. A ver que os parece ahora
EL SOPLO EN EL CORAZÓN
Las noches de Cabiria
No me gusta ir sola al cine. Ya lo sé, todo está oscuro y tienes que fijar toda tu atención en una pantalla, pero me siento mejor si tengo el calor de la compañía compartiendo una historia. Tengo cuarenta y dos años y muchas inseguridades por resolver de las que soy demasiado consciente. Cuando entro en la sala voy encogida, como intentando esconderme para que nadie me vea, abrumada por la vergüenza de la soledad.
Esta tarde la Cabiria de Fellini me sonríe desde las cristaleras de la entrada, vestida de rojo bajo las luces de un foco. No es una foto, sino un dibujo, quizás incluso una caricatura. Una prostituta ingenua y patética, eternamente abandonada y despreciada y que a pesar de todo siempre consigue levantarse con la fuerza de su imaginación. Y pese a la tristeza que siempre me invade al ver esa película, no puedo evitar sentir envidia por esa esperanza inquebrantable, aunque esté profunda y escondida, como los posos del café.
Mesas separadas
Tarde de domingo, fría y lluviosa. El cielo pesa como el plomo sobre mi cabeza, asfixiante. Necesito evasión y compañía, aunque sea en la oscuridad de terciopelo rojo con aroma de ambientador barato. Hoy en el cine de reestreno toca clásico en blanco y negro de nuevo, personajes solitarios y mentes estrechas. Hombres y mujeres respetables que esconden secretos, puritanos intolerantes y prejuicios pacatos.
No puedo evitar escrutar disimuladamente a los que se sientan a mi lado. Y ahí estás, rígido y serio, vestido con chaqueta y pantalones informales pero tan solemne como si llevaras chaqué, con un aire al David Niven de la pantalla, digno y vulnerable, y me pregunto si tú también serías capaz de tocarme en la impune oscuridad.
Los pájaros
El miedo a lo incomprensible. El caos inexplicado que provoca un escalofrío en la espina dorsal. Una descarga de adrenalina durante dos horas y la esperanza de que todo sea ficción al salir del cine, que los pájaros no se hayan rebelado contra la estúpida humanidad. Hoy has vuelto, al mismo sitio, un mes después. Y a pesar de que con toda seguridad todos en la sala ya conocemos la película, sigues sin pestañear las aventuras de la rubia protagonista, estilizada y elegante como no seré jamás.
Aprovecho cualquier sobresalto para rozarte con mi mirada. Tu nariz es ligeramente aguileña y la tensión hace que muerdas ligeramente tu labio inferior. La desazón me aprieta el estómago, ¿es razonable este interés por alguien que nunca te ha dirigido la palabra?
Blade Runner
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Pregunta errónea. Los recuerdos se fabrican y se almacenan pero no se puede fingir o recrear la magia onírica. Los sueños te hacen humano. Esa es la cuestión y ése es mi problema. Sueño contigo desde hace semanas, con esa forma de guiñar los ojos cuando la película te pone nervioso o de moverte y suspirar cuando te aburres. Mi imaginación crea escenarios imposibles.
Pero hoy algo ha cambiado, y como el mundo futurista de los dos protagonistas deja de ser lluvioso y negro mientras desaparecen por una carretera que serpentea entre bosques hacia el día luminoso, salgo ligera del cine porque me has sonreído al salir.
Desayuno con diamantes
Nunca seré capaz de pasear por la Quinta Avenida sin pensar en Audrey Hepburn inmaculadamente perfecta de negro Givenchy, mirando el escaparate enjoyado de Tiffany´s después de una noche de fiesta como tantas otras. Enormes gafas de sol y un café en vaso de cartón, el resumen de la sofisticación. Y cómo un callejón repleto de cubos de basura podía convertirse en el más acogedor de los rincones cuando Holly Golightly finalmente se rendía a las ataduras del amor abrazada a un gato sin nombre y al escritor sin fortuna bajo la intensa lluvia.
Cuando las luces se encienden me miras con esos cálidos ojos castaños y me preguntas si conozco Nueva York. Tú nunca has estado allí y pareces disfrutar el camino a la salida mientras te cuento mis paseos por Central Park, el bullicio de los teatros, los enormes neones, el cielo invisible más allá de las moles de hormigón o la decepcionante visita a Tiffany´s. Cuando te despides con un "hasta la próxima" despreocupado, pienso en cómo convencerte para tomar un café cuando volvamos a vernos.
Estación Termini
Hoy he llegado antes de tempo, sin ni siquiera haber mirado en el periódico la película que ponen. La puerta está cerrada y las luces apagadas. No hay, ni habrá, más sesiones. En los paneles olvidados de la entrada, Jennifer Jones y Montgomery Clift se abrazan, la americana infiel y su amante italiano, recordando el pasado y decidiendo su futuro en la cafetería de la estación de Roma. El miedo a arriesgarse y perder una rutina gris frente a un nuevo comienzo de futuro incierto, la comodidad frente a la pasión…¿Quién ganó?. No consigo acordarme. Fin de trayecto, fin de una historia.
No sé cómo te llamas ni cómo encontrarte y el puente que nos unía se ha evaporado de repente. Y veo como tu silueta desenfocada por las lágrimas se aleja en un travelling imparable hasta desaparecer.


Fundido en negro...

miércoles, 1 de agosto de 2007

Paloma perpleja

Querida buena gente. He vuelto de vacaciones y con avidez he entrado en este blog, esperando algo que me fascina de vosotros: vuestras palabras. He encontrado una voz nueva ¿Quien eres Luis Luera? ¿Quien te ha dado la contraseña de este blog? Me he sentido un poco rara, como si, acostumbrada a desnudarme entre amigos, de pronto hubiera unos ojos desconocidos mirándome. No diré nada más hasta que no te presentes y te muestres (Vale, algo has hecho con tus hermosos poemas)

Andreilla ¿donde está el enlace del que me hablas? (es proverbial mi torpeza informática)

¿Quién eres pelirrojo del pabellón, o Karmen Tormento, quizá el honorable señor Gamoneda?

Quiero respuestas compañeros. Os echo de menos....

lunes, 2 de julio de 2007

Hola amigos, soy Paloma

Queridisimos, escribo aquí, con la esperanza de que visiteis este blog y mi nota os llegue a todos, aunque, sinceramente, no estoy segura de que esto ocurra.
No me gustaría redundar en lo cursi y sensiblero (bastante ración os di "el dia de Graciela"), pero conoceros a sido una de las mejores cosas que me han ocurrido este año, por otra parte extraño y muy intenso. El Taller no hubiera sido tan rico sin vosotros. El cansancio de venir de Segovia y llegar a casa tan tarde, merecía la pena cada miércoles. Excepto el día que operaron a la madre de Fernando, no me he perdido ni uno y todos eran par mi una fiesta. Os agradezco a cada uno de vosotros que seais así.
Ahora, cuestiones un poco más prácticas:

No consigo abrir el blog de Andrea, así que mi pregunta para ella es ¿Por qué no incluyes en este blog de todos, los textos que quieras que leamos?. Sería un detalle precioso por tu parte, princesa.
El cuaderno de "creatividad" lo tiene Pablo. A mi me gustaria tenerlo durante el mes de Agosto (no necesariamente entero). Si a nadie le parece mal, hablaré con él para decirle donde me lo puede hacer llegar. Este cuaderno me recuerda a un Sagrado Corazón de Jesús, con armario incluido, que llegaba a mi casa una semana cada dos o tres meses. Después, se lo subíamos a la madre de mi amiga Mari Pili, que vivía en el quinto.

Almudenita, si vuelves a bañarte a Las Calderas, no dudes en llamarme. Aunque en Agosto estoy de cuidadora de madre viejita y un poco pesada, haré lo posible por verte.

Para el resto, lo mismo. Si os decidís a cruzar la sierra y acercaros a la ciudad de las piedras dormidas, decidme algo.
En cualquier caso, me gustaría organizar un Encuentro en Segovia pra principios del mes de Septiembre. No se quién estará disponible. Cuando se acerquen la fechas, hablaremos.

Este verano mi intención es revisar los relatos escritos en el Taller y corregir mis "lazos" y alguna que otra "letra de bolero". Es posible que cuelgue algo, si me quedo medianamente satisfecha.

Me voy de momento "qué lástima, pero adiós...me despido de ti y me voy"

Os quiero. Buen verano y hasta muy prontito..

jueves, 24 de mayo de 2007

Coda

El humo llenaba el café separando las mesas como islas de luz tenue en el océano brumoso. El grupo del escenario batía el aire a ritmo sincopado. Esther miraba fijamente al virtuoso del tambourine, pensando en la mejor manera de pedirle que le regalara la baqueta. Fernando, la mirada fija y las pupilas dilatadas, marcaba el ritmo con la pierna derecha mientras acariciaba su mano distraídamente. Y sobre la mesa, estos parisinos, siempre tan originales, unas mandarinas en un cuenco de madera tallada iluminaban el oscuro mantel.

Cogió una y la abrió con ansia. Cientos de arañitas salieron de ella, subiendo por su brazo desnudo. Esther gritó, mientras con gestos frenéticos intentaba quitarse de encima los invisibles insectos. La habitación estaba a oscuras y en calma. Eran las tres. Había soñado lo mismo durante las últimas dos semanas, invariablemente repetía la escena que vivió hace cinco años, pero siempre acababa con las arañas, las malditas arañas que tanto detestaba.

No podía aguantar más, sabía que algo no iba bien y tenía que hacer algo ya. Se sentó frente al ordenador pero no quedaban vuelos disponibles. Finalmente consiguió un billete de tren para el día siguiente, en uno de esos coches cama que le recordaban los viajes a Francia con su abuela, las noches sin dormir en el Puerta del Sol, disfrutando del traqueteo hasta que se rendía a las seis de la mañana y caía en un sueño profundo del que costaba muchísimo sacarla.

Llegó a un París lluvioso y gris, como la última vez que estuvo allí. Estaba otra vez en un taxi hacía el distrito VI, rumbo a los edificios universitarios blancos con arcos que tanto le habían hecho odiar el nombre de aquella increíble científica polaca y su marido.

Salió de allí crispada, la mano cerrada arrugando un pedazo de papel con una dirección escrita con letra angular y concentrada como patas de araña. El edificio parecía un pulcro museo renacentista hasta que cruzabas el umbral y el blanco impoluto te deslumbraba, un blanco frío y aséptico que la acompañó hasta la pequeña habitación de la tercera planta.

Lo primero que vio al entrar fueron los pequeños frascos marrones sobre la mesilla, tan parecidos a los de las lágrimas artificiales que usaba cuando llevaba lentillas. Lo irónico de la situación era que, a pesar de todo, no podía llorar, se sentía seca y culpable por ello.

Un susurro le llegó desde la cama.

- Estás aquí. ¿Cómo lo has sabido?
- No lo sé. Tuve un mal presentimiento.
- Sigues igual.
- ¿Tú crees? Las arrugas y las canas no perdonan.
- Seguro que yo tengo peor cara.

Su risa se transformó en una tos convulsa.

- No hables.
- Ya da igual.
- No, a mí no me da.

Sobre la cama distinguió una mancha gris, un cuaderno. Le dolió verse desnuda en la arena, sonriendo.

- Veo que aún lo conservas.
- Nunca podría dejarlo. ¿Eres feliz?
- ¿Qué pregunta es esa? Nadie es feliz.
- Yo creo que lo fui antes de mudarme a esta maldita ciudad.
- Sí, fuiste un estúpido y me hiciste daño.
- Lo siento, por favor, perdóname.
- Hace mucho que te perdoné.
- Últimamente he pensado mucho en ti.
- Quizás por eso haya vuelto.
- Acércate y siéntate en la cama, ¿quieres?. Necesito decirte algo. Creí que esa beca lo significaba todo, que era una oportunidad increíble y no vi nada más, no me di cuenta de lo que perdía y cuando empecé a darme cuenta no me atreví a volver. Pensé que ya no me aceptarías y con razón. Las cosas nunca me salen bien pero esa vez fue por mi culpa, yo lo jodí todo, ¿verdad?
- Si me lo hubieras pedido me hubiera venido aquí contigo sin pensarlo pero tú decidiste cortar con todo como si yo fuera un lastre. Tardé mucho tiempo en superar aquello, me pasé meses esperando una llamada, un correo, no sé, algo.
- Pensé que no sería justo pedirte que lo dejaras todo por mí, y que no aguantaríamos una relación a distancia, lo siento, de verdad, me he sentido vacío desde entonces, he estado a punto de llamarte varias veces, pero me daba tanto miedo que no quisieras saber nada de mí…
- Y durante un tiempo fue así...
- No sabes lo feliz que me ha hecho verte. Voy a intentar dormir un poco, creo que hoy por fin podré descansar tranquilo. ¿Te quedarás aquí conmigo?
- No he recorrido mil kilómetros para irme ahora, ¿no?
- ¿Me das la mano?
- Claro.

Apenas tardó unos pocos minutos en dormirse. Ella apartó las ásperas sábanas y se tumbó despacio, con cuidado infinito, mientras su cuerpo recordaba cómo acoplarse al de él. Notaba su cuerpo caliente y la respiración agitada con un eco ronco que se fue calmando poco a poco. Le abrazó y apoyó la cabeza en su espalda, adormecida por los latidos tenues que percutían en su pecho.

El sol quemaba bajo la bóveda sin nubes. Los granos de arena picaban en su espalda cubriéndola de un traje de cuarzo. Alargó el brazo para coger la mano que él le tendía. Una gota cayó entre sus dedos. El olor a desinfectante entró en su nariz como un punzón y abrió los ojos. Las pupilas de Fernando miraban fijas por la ventana. Su cara estaba húmeda por las lágrimas. No respiraba. Y sonreía.
Christine

Ida y Vuelta

María era blanca y negra, de piel de leche, alas de cuervo trenzadas y silueta curva, ligera y presta.

Carla era roja y negra, de carmín excesivo y satén escaso.

Atravesaba campos, frescos de lluvia y brillantes de sol cuando acababa su turno en la tienda, saciando la espera del hombre con aire y nubes, volviendo sin traer el ramo que madre le pedía, porque las flores arrancadas eran flores muertas. Aguantaba la monserga de siempre, sobre lo mal que cuidaría de su casa cuando se casara mientras acariciaba al orondo gato, distraída, y al ponerse el sol acudía a la cita clandestina con el corazón desbocado de hambre y fuego.

El asfalto quemaba sus pies a través de las sandalias de tacón vertiginoso, sin alcanzar su corazón helado, siempre dormido en su cuerpo dispuesto. Entró en el club y se expuso bajo la íntima luz de la esquina, sentada cruzando las piernas, la vista fija en la barra sin ver, casi sin pestañear, y esperó.

El día en que su Juan entró por la verja en el flamante coche nuevo para llevarla a la ciudad, se pintó los labios de un rojo tenue y brillante y cubrió el vestido con un chal negro de lana fina, sintiéndose una reina hasta que vio el guiño dirigido a la otra. Salió del coche dando un portazo sin escuchar excusas ni perdones, la cabeza hirviendo de furia y miedo, y se encerró en casa. Fuera Juan gritó y gritó hasta que las manos apretadas sobre los oídos convirtieron su voz en un zumbido.

El coche rojo paró frente a la puerta y el hombre trajeado entró en la sala, sorteando las mesas hasta llegar a ella. Los crueles ojos azules, casi transparentes la atravesaron mientras sus labios finos hacían la propuesta. Ella asintió con la cabeza y se dejó llevar.

María murió ese martes por la noche, cuando la misma hoja afilada que un loco hundió en el pecho de su hombre diez veces atravesó el suyo perfectamente sincronizada en el tiempo. La mujer sin alma siguió respirando, la mirada fija en la tierra, siempre hacia abajo, vetado el cielo.

Carla murió en un callejón oscuro, sobre la acera mojada por una tormenta de verano, el cuerpo herido con precisión de cirujano. El mudo que siempre la aguardaba con silencioso ardor en el garaje la encontró, impulsado por un instinto que le abofeteó con fuerza y le ordenó salir.

Cuando despertó en las blancas sábanas del hospital, una mano sin palabras cogió la suya llenando su cabeza de un mar caliente. María miró al mudo y dejó que el sol de la mañana acariciara su cara.

Christine

viernes, 11 de mayo de 2007

Vainilla y Soledad

Tengo tu nuca ante mi, como el pequeño y delicado cofre donde tantas veces soñé que depositaba mis besos frios de muchacho harapiento. Tengo tu nuca y huele como yo imaginaba, a soledad y vainilla, y me parece mentira que después de todo, la vida nos haya reunido hoy aquí.
Octubre en París suele ser un mes triste. La oscuridad acecha desde el mediodia escondida entre las grietas de los edificios, baja por los regueros de lluvia mezclada con orines que corren entre sus calles y parece querer instalarse en el ánimo de todos los que cada mañana jugamos a inventarnos un futuro que sabemos inexistente.
Esta vieja ciudad sacudida por el odio, vive de espaldas al campo. Yo también. No podría soportar ahora la imagen de las viejas cepas dobladas por el oro. Las viñas de mi infancia, pobladas durante este mes por seres mitológicos con cabezas de mimbre cargadas de uva. Hoy dieciseis de Octubre de mil setecientos noventa y tres, nada de eso existe ya. Los campos están arrasados, los pueblos saqueados. La tierra es negra y está llena de sangre. Yerta como mi corazón.
Octubre, Vendimiario. Así quieren que lo llamemos ahora. Para mi es solo el mes de la infamia.
Hoy, en el día del horror, tengo tu nuca ante mi.
Tu no lo sabes, pero a veces te veía jugando en tu jardín. Ayudaba a mi padre a podar los macizos de rosas, a enderezar los arriates de glicinias, a recoger las hojas que se desprendían de la noria del otoño.
Te veía, siempre rodeada de damas mentirosas y caballeros petulantes. Marionetas torpes que se plegaban a tus mañas de niña caprichosa que juega a ser reina.
Una reina adolescente de apenas diecinueve años.
Te veía y te odiaba. Te odiaba por mi camisa sucia y deshilachada que nunca me atrevería a mostrar delante de ti. Te odiaba por mis manos llenas de cortes y de sabañones que jamás osarían rozar tu piel de musgo. Te odiaba por el oscuro agujero que se abría a la altura de mi sexo, cuando un rastro de tu olor se quedaba prendido entre los nenúfares del estanque pequeño, las tardes de verano en las que contra toda convención, empujabas la diminuta flota de juguete con tus arrogantes pies.
Pero sobre todo, te odiaba por tu nuca. No me puedo quejar de mi vida, puede decirse que he tenido suerte. De los ocho hijos que parió mi madre, solo dos hemos sobrevivido. Ayer cumplí treinta y nueve años y pocas veces he estado enfermo. Nunca fuí rico, pero en la época en la que mi padre y más tarde yo mismo, trabajamos como Jardineros de la Corte, en mi casa se comía al menos una vez al día. No, no me puedo quejar de mi suerte, pero tu nuca...
Solías llevar complicados peinados, en los que a veces el cuello quedaba al descubierto. El nacimiento de tu pelo se bifurcaba formando un valle abierto hacia tu espalda. He espiado, acechado, escudriñado, observado, vigilado tu sombra, para poder acunar mi mirada en ese pequeño hueco. Cuando el vino era amargo y cruel conmigo, soñaba incluso con posar mis labios en tu nuca y dejar resbalar mi lengua hasta esa prominencia dura donde acaba tu cuello.
Durante casi veinte años he adivinadado los colores que querías contemplar en primavera, he inventado los aromas que deseabas que llegaran a tu nariz, he dibujado
las formas que soñabas para tus paseos y avenidas. Durante casi veinte años, te he servido, te he buscado, te he adorado, te he odiado y tu jamás has sabido de mi existencia..
Aquel mes de Julio de 1789 las rosas se ahogaban de calor y al anochecer emitían un perfume tan penetrante, que algunas de tus damas fingían marearse bajo los parterres iluminados. Nunca el Palacio había estado tan animado. Las fiestas se sucedían cada semana. Los manjares en las mesas, los vinos en las copas y los afeites en las caras de los nobles eran excesivos hasta la nausea. Aunque en las cocheras y en las cocinas se murmuraba que el rey estaba preocupado, la Corte despilfarraba la décima parte de las rentas del reino.
Un dia de calor sofocante el mundo se volvió del revés “¡Han tomado la Bastilla”! La noticia se extendió por cuadras y bodegas, por salones y estancias. Las siemprevivas se estremecieron dudando de su nombre. Tu familia y tu tuvísteis que dejar Versalles para instalaros en Las Tullerías. Yo tambié me marché. ¿Qué es un Jardinero Real en un Palacio sin Rey?
Llegué a Paris y me uní a los revolucionarios. Con ellos o contra ellos. Aprendí que el olor de la sangre es más penetrante que el de las rosas que mi padre me enseñó a cultivar. Creí en palabras que jamás había oído: Libertad, Igualdad, Fraternidad, Mas tarde descubri que iban prendidas a otras que sí me eran familiares: Odio, Venganza, Muerte.
Soñé con un mundo justo donde todos los cuidadanos serían iguales. Un mundo sin nobles ni vasallos. Sin privilegios de cuna, donde yo podría acercarme a tu nuca de igual a igual. Jamás pensé que sería de esta manera.
Me instruí, volví a la escuela que había tenido que abandonar de niño para entrar a tu servicio. Descubrí que había palabras para cada una de mis ideas y sentimientos .
Y seguí el rastro sombrío de tu nuca. Oí decir que habías traicionado al pueblo, que tu influencia sobre el Rey era maligna, que buscabas alianzas con tu familia austríaca contra Francia. Todo era culpa tuya. Las intrigas contra los girondinos, la vergonzosa huida a Varennes, el asalto final a las Tullerías, en el que una multitud enloquecida arrasó todos los símbolos de la corona que encontró a su paso. La flor de lis fue pisoteada.
Paris era una cloaca maloliente y tórrida ese día de Agosto de 1791 en el que para protegeros de ser despedazados por las turbas, el Ayuntamiento os confinó en la Torre del Temple. Cinco meses después la cabeza de tu marido, el Rey de Francia, rodaba en una plaza pública ante los ojos enfebrecidos y atónitos del pueblo de Paris.
Fue entonces cuando descubrieron mi pasado como Jardinero Real, y para acallar algunas voces que ponían en duda mi fidelidad revolucionaria, me vi obligado a trabajar como verdugo.
En las guerras se mata, y en estos años mi mano ha segado vidas, no voy a negarlo ahora. Pero la guillotina es otra cosa. En estos últimos meses el espanto se ha fundido con mi sangre y mis huesos, y ya no se quién soy. En las madrugadas atroces, cuando el sueño me rinde, veo mi cabeza bajo la cuchilla del cadalso y un frío alivio se apodera de mí. Pero jamás, ni en mis peores pesadillas hubiera pododo imaginar que en esta oscura mañana de Octubre, el perfume a soledad y vainilla que exhala tu nuca me haría desear con tanta ansia mi propia muerte.

domingo, 8 de abril de 2007

NUCA..... NUNCA.

NUCA, nunca……….NUNCA nuca

Palabras inconexas, separadas y unidas por la ene.
Con fijación obsesiva busco nucas
Cabezas inexpresivas, robots que caminan con rigidez mortuoria, sin juntarse, sin tocarse.
Busco nucas y me llegan nuncas

Mis pasos llevan a los pies por delante…, yo los sigo sin criterio. Tengo que mirar las nucas, pero miro al suelo, miro al cielo, miro a ambos lado, no dejo de mirar…. te busco …pero no te encuentro. Se que estás pero no quiero verte.

NUNCA .. NUCA

Las nucas caminan hacia delante. Se paran en la luz roja, avanzan de nuevo con la verde
Suben y bajan escaleras siempre por delante de mí sin comunicarse, sin compartir ni gestos ni palabras. Solitarias hacia su destino

NUCA….. nunca

Regresamos al olvido, volvemos a la nada, separados por la red. No volveré a tocarte, no volverás a tocarme.
Atenuar las pasiones para no destruirnos, para no estar juntos. Me lanzo del trapecio vuelo hasta ti, me agarras con fuerza y me sueltas dándome impulso para regresar. Todos los movimientos medidos con tu escala

Nunca.. NUCA


Busco mi nuca con un espejo .Me imagino que alguien me sigue y me observa ...camino de frente a las caras. Al pasar a mi lado se convierten en nucas…No se giran , no se miran. A través del espejo veo los robots alejándose
Soy libre de moverme. Giro y me doy la vuelta…. Cara… ahora …nuca

Nucas Nunca

Monologo interior .El parque.

Tengo que terminar de tender la ropa……. Desde la terraza le observo sentado en el banco del parque dando golpes distraído a la pelota que le va llegando a sus pies cada vez que los críos se la tiran con expectación y risas para ver si levanta en alguna ocasión la cabeza del suelo .Con un movimiento mecánico arrastra la pierna al sentir un golpe en su zapato como si revindicara el derecho a no comunicarse de otra forma. Me gustaría poder volar y dejarme caer a su lado en el banco y darle un golpe en la mano para ver si el movimiento es extensible al brazo Provoca en los demás esa reacción tan común de acción insistente ante una respuesta pasiva. Los niños estarán así toda la tarde y se cansaran antes que el. Noto el viento frío en mi cara … siento que me disuelvo en miles de partículas y me convierto en una masa gelatinosa que a medida que camino va desprendiéndose de mi dejando un rastro viscoso como única huella en todo el recorrido transformándome en mi misma .La invasión de los ultracuerpos esa es la película que me recuerda la masa viscosa, en la que toda la población del pueblo termina dentro de unas vainas y se convierten en personas con similares actitudes. Quizá el hombre del banco reivindique la diferencia.

Tengo que terminar de tender la ropa.. mi hijo va a llegar en un momento en su visita de medico ….con sentimiento de culpa que termina siempre reflejándolo sobre mi con alguna que otra regañina . Por más que le digo que no venga tres días a la semana que esta muy ocupado…. que me arreglo muy bien sola , que siempre estoy entretenida parece que no me cree . Es un poco aburrido, no tiene temas interesantes de conversación y tengo que hacer el esfuerzo de hablar del típico binomio trabajo-suegra. Suelo mirar el reloj de vez en cuando para ver si se va pronto. Le hago ver que estoy ocupadísima pero se ríe y me dice que en qué puedo estar yo ocupada. Se que viene a veces por obligación eso se nota solo con verle sentarse de forma desganada en la mecedora y parece no entender que aunque yo sea mayor y no pueda casi moverme…. mi vida es intensa .
Vaya..parece que el hombre del banco ha movido la cabeza y se ha organizado un revuelo alrededor. La curiosidad ante lo que no es cotidiano. Si alguien desde fuera se asomara al parque no entendería el motivo por el que tanta gente esté sorprendida que un hombre haya movido su cabeza. Puedo transformarme poco a poco y acostumbrar a los demás a una nueva forma de comportamiento aunque sea anómala Llegara un momento que será un habito aceptado de alguna manera aunque quizá con cierto recelo…como el hombre del parque.
Ya se han ido los niños, yo tengo que terminar de tender la ropa. Mi hijo esta a punto de llegar.

LA GRIETA

Se revela la tierra
Instantes de confusión tras el sueño interrumpido
Un fuego interno en su cuerpo la conduce hacia el laberinto de grietas,
Atraviesa las dunas… inquietantes sombras de arena
Barreras móviles que la separan de la fragilidad del cambio,
Incertidumbre
Campo de fracturas
Se diluye en el río de lava,
Se hace invisible
Relación liquida con su cuerpo
Simbiosis eterna al salir,
El fuego se apaga,
Ruptura y cambio
Las inquietudes se atenúan, se calma la espera.

sábado, 24 de marzo de 2007

Deberes para el día 28 de marzo


Bueno, esto es para Paloma y para quien lo quiera.

Se trata de ponerle nombre a un objeto que nos enseñó Graciela y hacer un relato con ello


Ahi tienéis el cachivache. Espero que os hagáis una idea. Es de madera, de unos 15cm y debe haber varios tamaños porque este tenía pintado el número 8. Es plano.

¡Hasta el miércoles!

Christine

jueves, 22 de marzo de 2007

Hiperbreves

Christine

Despertar

Las fresas amargan en la garganta. El aire huele a polvo. Zapatillas sin pies en el suelo, una rosa roja crece en las sábanas hasta inundarlo todo de frío. Estás aquí pero ya te has ido. Ya no volverás conmigo ni con nadie.

El ascensor

La puerta del ascensor se abrió sin un ruido. El ejecutivo del traje gris entró sin dudar y apretó el botón con la letra B. La luz parpadeó imperceptiblemente al empezar el descenso. Tras unos segundos, llegó a su destino y salió. La oscuridad le envolvió al cerrarse la puerta. No había rastro alguno de la calle, y debía estar allí, justo enfrente. No pudo encontrar el interruptor de la luz, sólo la nada silenciosa, sin paredes y sin salida.

El abrazo

Le agarró el cuello, mirándole a los ojos fijamente. La mano de él se posó con violencia en su cintura y empujó hasta que sus labios casi se rozaron. El zapato de ella pisó el suelo impaciente. Y el tango nació.

Nostalgia

¿Te vas a ir? Preguntó Rosita, tirando de la manga. Creo que era la segunda vez que me hacía la pregunta. No podía recordarlo bien. Los niños lo captan todo, incluso un sutil comentario sobre otra ciudad en mitad de la comida. Pero, ¿cómo explicarle que necesitas huir? “Si te vas no podrás pintar conmigo”, dijo ella.

El tanatorio

Calor, sudor, gemidos, besos, el resto no existe. Los truenos retumban pero no oímos nada, la lluvia cae pero todo eres tu, yo y la habitualmente fría superficie metálica a punto de fundirse. El río ruge, los cuerpos amortajados flotan aguas abajo, la gente grita, el fin del mundo queda fuera, suspendido hasta el último suspiro que te doy.

jueves, 1 de marzo de 2007

RUFO (Crónica de un dia)

RUFO


Esta noche he tenido un sueño raro. Estoy corriendo en círculos por una pradera llena de olores sugerentes, cuando veo a lo lejos a una cigüeña picoteando el suelo. Sin pensarlo dos veces me lanzo hacia ella, no sé realmente con qué intención. A veces siento el impulso irrefrenable de correr hacia todo aquello que se mueve. Cuando estoy a punto de darle alcance, la cigüeña levanta el vuelo y me doy cuenta que la tengo a escasos metros de mi cabeza. Miro alrededor y son las copas de los árboles las que rozan mis patas. Junto a mi oreja izquierda pasa una bandada de estorninos. ¡Estoy volando! La sorpresa es tan grande que me despierto de golpe lanzando un gruñido.
Ahora, ya despierto del todo, no me siento tan bien. Hay un lado del pecho que se me ha convertido en corcho y por mucho que lo intento no consigo que se llene de aire. Mi hocico está seco y agrietado. He intentado ponerme de pie pero mis patas traseras apenas me obedecen. Me he quedado dormido en la alfombra y ella debe de estar tumbada en el sofá, pues aunque tengo una nube en los ojos que me hace verlo todo borroso, percibo muy cerca su olor a calor y sueño.
Ya me acuerdo... Anoche me asusté mucho, oía un ruido pavoroso como si alguien se estuviera ahogando a mi lado y el costado derecho me dolía. Ella estaba conmigo, creo que ha pasado toda la noche a mi lado. Me abría el balcón para que entrara aire fresco, me daba agua con un sabor raro en una jeringuilla, me hablaba y me acariciaba la tripa como cuando era un cachorro asustado por los petardos que tiraban en las fiestas del barrio. De madrugada nos hemos debido de quedar dormidos, yo en la alfombra, ella en el sofá, y el ruido horripilante por fin ha cesado.
Ahora tocaría salir a la calle, olisquear las esquinas y los árboles, levantar la pata aquí y allá. Me encanta sacarla a pasear por la mañana temprano. Las calles están vacías y al final de la avenida de los castaños se ve como el día quiere asomarse tras de los árboles. Yo hago como que estoy muy ocupado mordisqueando unas hierbas cualquiera, pues creo que le da un poco de vergüenza que la mire cuando, contemplando ese sol que ya mancha de rojo todo el cielo, los ojos se le ponen brillantes como si fuera a echarse a llorar.
Se acaba de levantar del sofá y después de acariciarme un rato el lomo y de hablarme como lo hacía cuando era pequeño, se ha ido a la cocina. Esta mañana ella tiene un olor muy raro, a algo intermedio entre el miedo y la pena.
Huele a café y viene a buscarme para que vayamos juntos a la cocina. Siempre lo hace cuando estamos solos, corta un par de rebanadas más de pan, que me va dando poco a poco mientras ella desayuna. Pero hoy no me entra ni una miga. Mis patas no me sostienen y creo que no hay ni un solo pelo que no me duela. Ella, que se da cuenta, deja el desayuno a medias y me acaricia. La noto inquieta, como si no supiera que hacer. Se pone las botas y el abrigo, busca mi correa. Si, me vendría bien salir a la calle, volver a dejar mi marca en los árboles, pero ¿Cómo decirle que no creo que pueda bajar las escaleras? Que me encantaría ir con ella al Parque o a ese prado de mi sueño para correr juntos en círculo mientras perseguimos cigüeñas, pero que hoy no me va a ser posible.
A veces creo que me lee el pensamiento. Cuando se ha dado cuenta de que no puedo bajar, me ha cogido en brazos y así me ha llevado hasta el jardín que hay al lado de la casa. Me da un poco de vergüenza, pero por suerte no nos ha visto nadie. Aunque viejo y enfermo, uno tiene todavía su dignidad.
El sol es tibio y está ya alto. Debe de ser un día de fiesta porque ella no se ha ido de casa temprano. Me alegro, hoy no quisiera quedarme solo. Me gustaría tumbarme sobre la hierba y dejar que este solecito me calentara los huesos. Quizá así se pasaría el dolor y esta sucia presión en el costado que no me deja respirar bien. No lo haré, sé que si me tumbo no podré volverme a levantar. Nunca me había sentido como hoy, vuelvo a tener miedo. Ella me coge de nuevo en brazos y me sube a casa. Ya no me importa que nos vean, solo quiero estar en mi manta y dormir.
Se sienta a mi lado en el suelo y me abraza el lomo. Me habla tan bajito que apenas la oigo. Está llorando y sus palabras suenan a despedida. Ya no tengo miedo, pero no me gusta verla llorar. Le chupo la mano. Ha sonado la llave en la puerta, ha llegado él con esa chica de la bata que ha veces me hace daño pero que luego me da una galleta. Se agachan los dos sobre mí. Él también me habla bajito y suave. La chica de la bata me ha puesto una inyección que casi no me ha dolido. Parece que mi costado ha dejado de ser de corcho. Quiero levantarme pero el cuerpo no me obedece. Mis párpados se cierran. Tengo mucho sueño. Quizá vuelva a soñar que vuelo.

martes, 27 de febrero de 2007

VIDA INTERIOR

VIDA INTERIOR


Observa tu monólogo interior. Eso me ha dicho mi psiquiatra. Observa, escribe y luego lo hablamos. Ya, eso es lo que él quisiera, enterarse de todo lo que pasa por mi cabeza. A veces pienso que si pudiera me insertaría un microchip en el cerebro para conocer hasta la más pequeña y tonta idea que se me ocurre. Ese hombre es un enfermo. Tengo que levantarme, se está haciendo de noche. Creo que no ha sido buena idea sentarse en este banco. Se me han dormido las piernas. Cuando la luz se va, este parque se llena de gente rara. Bueno, volvamos a lo del monólogo interior, ¿O me dijo diálogo interior? En mi caso creo que es un diálogo a varias voces, a veces demasiadas, y nunca callan. Una me regaña, otra me anima, otra me pregunta, pero casi nunca hay respuestas. “¡Qué lastima pero adiós! Me despido de ti y me voy”. ¡Que horror, llevo todo el día con la dichosa cancioncita metida en la cabeza! Tengo que levantarme, se está haciendo de noche. Ahora comienza la hora de los perros. Los amos, (odio esa palabra, si yo tuviera un perro nunca seria su amo) se congregan en la placeta de la fuente, mientras los chuchos se dedican a olisquearse, a correr y a saltar unos por encima de los otros. Si yo tuviera un perro no me quedaría en la placeta de la fuente, no. Correría, olisquearía y saltaría, aunque los amos me mirasen y pensaran que soy gente rara. Tengo que levantarme, se está haciendo de noche. Yo no tengo perro. De pequeño tuve una gata, una de esas gatitas de tres colores, con un antifaz negro en los ojos y un lunar cerca de la boca. ¡Mi gata Ofelia! Estaba un poco loca. A veces le daban una especie de ataques de actividad y se ponía a correr por toda la casa, ¡Hasta se subía por las paredes! Por lo demás, era una gata buena, demasiado mimosa. ¡Fue una lástima, una mañana amaneció ahogada en la alberca del patio! Me gustaba verla dar un salto, sin apenas rozar el agua, cuando la lanzaba a la alberca para enseñarle a nadar. Un día quise ver como era con el pelo totalmente mojado. No me gustó. Parecía una rata enorme y desnuda. Me castigaron sin postre durante un mes y mi madre me miraba con cara de pánico ¡Qué lástima, pero adiós! Tengo que levantarme, se está haciendo de noche. A mi sí que me gustaría saber que pasa por la mente retorcida de mi psiquiatra, cuando me dice eso de: ...”Ya, ya entiendo” y yo me doy cuenta de que no está entendiendo absolutamente nada. ¿Qué es eso que viene arrastrándose hacia mí? ¿Es un perro? Odio a los perros pequeños, me dan miedo. ¡Qué asco, se ha meado en el banco en el que estoy sentado! Ese chucho me ha mirado con los ojos de mi abuelo. ¡Me encantaba jugar a las cartas con mi abuelo! Él fue quien me enseñó. Nos pasábamos tardes enteras jugando al burro y al cinquillo. Pero él también se fue, no, no como la gata, él no se ahogó en la alberca. Una mañana se lo encontraron en la cama como un pajarito. Eso dijo mi madre “como un pajarito”. Pasó mucho tiempo antes de que yo entendiera que eso quería decir que se había muerto. Al principio pensé que se había convertido en un canario y daba saltos por las sábanas picoteando las migas del desayuno. Mi abuelo siempre desayunaba en la cama. Cuando yo era pequeño, creía que pasaban cosas así. Mi padre decía que yo era un niño raro. Tengo que levantarme, se está haciendo de noche. Ya se han ido los de los perros, ahora empiezan a llegar los yonkis. También se juntan en la placeta de la fuente, un poco escondidos entre esos arbustos medio secos. El otro día, en aquellos bancos, se sentaron unos muchachos con tambores y estuvieron tocando durante horas. Al principio me gustaba, el ritmo se metía en mi cabeza y tapaba el ruido de las palabras que no cesan nunca ahí dentro. Al cabo de un tiempo, no sé, cinco minutos, diez horas, yo ya no lo podía soportar más y me acerque a ellos y les dije: ¡Parad ya de tocar esa mierda de tambores, me estáis volviendo loco! De momento pararon, pero uno de ellos se mosqueó y se puso chulo. Tuve que sacar la navaja de mi abuelo y le rajé la piel del tambor. Manó sangre, ¿te lo puedes creer? ¡Un tambor sangrante! Nunca había visto nada igual. A ellos también les sorprendió, porque mirándome con cara de pánico, cogieron el tambor en brazos y se lo llevaron corriendo. Me pareció incluso que gritaba. Puede ser que yo sea algo raro, porque por un momento vi como si el tambor tuviera piernas y brazos. De todas formas estaba oscureciendo y no se veía bien. Tengo que levantarme, se está haciendo de noche. Mira, van llegando los yonkis. A veces pienso que me gustaría ser yonki. Se les ve tan unidos y tan en su mundo a la vez. Se buscan la vena y se quedan tirados. Un día hablé con uno y le pregunté en que pensaba cuando estaba colocado. “En nada, me dijo”. Eso me sorprendió. ¿Es posible no pensar en nada? Me dió envidia. Yo también quiero no pensar en nada. Pero me dan miedo las agujas. De pequeño me ponían muchas inyecciones y siempre me tenían que atar para que me dejara. No soporto que me aten. Durante la última crisis, cuando me llevaron al hospital, me pasé los primeros días atado a la cama. Creí que me iba a volver loco. La cabeza a mil por hora y el cuerpo quieto. No lo podía soportar. ¿Quién es ese que se acerca? Creo que estaba con el grupo de los arbustos. Algo le brilla en la mano. Es como una luciérnaga gigante. Antes de que el abuelo se convirtiera en canario, íbamos juntos las noches de primavera a coger luciérnagas. Él decía que las que brillaban era porque estaban enamoradas y así atraían a sus novias. Creo que el abuelo también era raro. Quizá esta luciérnaga que se acerca está enamorada de la que yo tengo en el bolsillo de la chaqueta. Voy a sacarla para que se conozcan... Ha gritado y mi mano se ha hundido en algo caliente y húmedo. La luciérnaga ha desaparecido. Tengo que levantarme, se está haciendo de noche. No sé que es lo que quiere mi psiquiatra que le cuente. ..

miércoles, 21 de febrero de 2007

Historias.

Oí decir un día que una historia no nace, se hace. Pero eso no es del todo cierto. No me entra en la cabeza cómo alguien puede ser tan osado como para incorporar a su vida la compañía de semejante necedad. Me parece una falta de respeto para con esas pequeñas y sensibles criaturas que son las historias, tan vivas como nosotros o tan nuestras como la vida y, añadiría además, que demuestra una carencia preocupante del conocimiento y la destreza necesarios para saber detectar a estos seres.

Yo puedo contar que mis historias sí que nacen y crecen y, que me parta un rayo si al final no terminan teniendo vida propia. Lo que pasa es que las historias no saben que son historias hasta que nadie las mira. Eso y, todo hay que decirlo, que son un poco escurridizas. Pero si uno se fija bien, lo cual requiere la necesidad de un buen ojo, puede verlas por ahí, muy quedas, a la espera de algún estímulo externo que las haga reaccionar. Son tímidas al principio, pero si tienes la suerte de no asustarte con ellas y la bendita paciencia para observarlas, descubres cómo poco a poco consiguen ir soltándose. Asoman primero su cabeza para llamar la atención. Luego sacan sus bracitos y los estiran desperezándose, creciéndose. Es entonces cuando empiezan a ponerse algo nerviosas. Aún no saben lo que son. Aún les queda mucho para ser. Pero ahí estás tú frente a ellas, con esa pasmosa quietud que la sorpresa le planta a uno en la mirada. Detectarlas te otorga la ineludible responsabilidad de cuidar de ellas pues en este momento crucial, en que salen de su letargo, su estructura es todavía frágil y, sin la debida atención, corren el riesgo de desvanecerse y morir.

A veces te las encuentras por la calle, otras te buscan hasta chocar contigo y en ocasiones, las he descubierto incluso viviendo conmigo en mi propia casa. A una de mis pequeñas historias me la encontré un día hurgando en un escaparate junto a decenas de extraños zapatos, a otra la vi en una fotografía, no fue fácil pero acabé viéndola, y hubo hasta una que adquirió la increíble capacidad de multiplicarse en muchas otras y no me quedó más remedio que regalarla. Al final uno logra divisarlas fácilmente, aunque esto no quiere decir que, una vez hecho aquello la tarea se vuelva más sencilla. Es más, una vez detectadas es cuando todo empieza a ser realmente delicado.

Estas criaturas no dejan nunca de sorprenderme. Su educación es compleja. Las hay que, obedientes aprenden rápido todo lo que deben hacer y, sin demasiados problemas definen su carácter concupiscente y comienzan, sin mayor esfuerzo, a ser dueñas de su propia vida. Pero están también las rebeldes y, aunque parezca una irresponsabilidad, confieso que más de una vez he recogido a alguna que me ha salido excesivamente terca y protestona sin dejarme otra opción que castigarlas sin más y encerrarlas. Y a veces ocurre que ese encierro las excita sobremanera y terminan como locas mezclándose unas con otras, como queriendo readaptarse hasta que el desenfreno las reforma por completo en un nuevo y único ente.

Así son las historias, y nadie que haya tratado con ellas, puede negar línea alguna de lo que aquí os he contado. Esta pequeña historia me la encontré el otro día, muy cerca de aquí. Dos personas salían del bar de la esquina, enganchados en lo que parecía más bien un atropello de palabras que una conversación. Ensimismados, casi me llevan por delante. Discutían acerca de lo que es una historia, sin percatarse siquiera, que en ese mismo momento, de sus propias palabras, unos bracitos comenzaban a estirarse. Estaba naciendo una. Yo no hice nada más que recogerla y traérosla, para que pudierais verla.

Los Haykus de Paloma

Qué noche oscura
el farol de tu calle
ya no me alumbra!


Llueve en Segovia
los tejados son rojos
mi sangre alegre.


Lluvia de hojas
otoño en la Alameda
alfombra de oro.


La lluvia cae
la ciudad se ensimisma
con el invierno.


Lluvia en el rio
estrellas que se van
corriente abajo.


Piedra de musgo
muro esmeralda tibio
bajo el puente.


Entre las ramas
un destello naranja:
el petirrojo.


Brillo naranja
el petirrojo quiere
que nos vayamos.

Brillo en tus ojos
el fuego está encendido
mi perro duerme.


La tierra arde
los hombres se han matado
dios está loco.


Una hoja baila
en un bosque amarillo
irrepetible.


Martin pescador
flecha azul en el rio
tarde callada.


Baile de hojas
el otoño se puebla
de mariposas.


Es muy temprano,
bandada de estorninos
noche volando.



Montaña azul
el olmo está desnudo
se huele el frío.

martes, 6 de febrero de 2007

El soplo en el corazón

Mesas separadas

No me gusta ir sola al cine. Ya lo sé, todo está oscuro y tienes que fijar toda tu atención en una pantalla, pero me siento mejor si tengo el calor de la compañía compartiendo una historia. Cuando entro en la sala voy encogida, como intentando esconderme para que nadie me vea. Hoy en el cine de reestreno toca clásico en blanco y negro, personajes solitarios y mentes estrechas. No puedo evitar escrutar disimuladamente a los que se sientan a mi lado. Y ahí estás, rígido y serio, vestido con chaqueta y pantalones informales pero tan solemne como si llevaras chaqué, con un aire al David Niven de la pantalla, digno y vulnerable, y me pregunto si tú también serías capaz de tocarme en la oscuridad.

Los pájaros

El miedo a lo incomprensible. Una descarga de adrenalina durante dos horas y la esperanza de que todo sea ficción al salir del cine, que los pájaros no se hayan rebelado contra la estúpida humanidad. Hoy has vuelto, al mismo sitio, un mes después. Y a pesar de que con toda seguridad todos en la sala ya conocemos la película, sigues sin pestañear las aventuras de la rubia protagonista, estilizada y elegante como no seré jamás. Estoy inquieta, ¿es razonable este interés por alguien que nunca te ha dirigido la palabra?

Blade Runner

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Pregunta errónea. Los sueños te hacen humano. Esa es la cuestión y ese es mi problema. Sueño contigo desde hace semanas, con esa forma de guiñar los ojos cuando la película te pone nervioso o de moverte y suspirar cuando te aburres. Pero hoy algo ha cambiado, y como el mundo de los dos protagonistas deja de ser lluvioso y negro mientras desaparecen en un zig-zag boscoso, salgo ligera del cine porque me has sonreido al salir.

Desayuno con diamantes

Nunca seré capaz de pasear por la Quinta Avenida sin pensar en Audrey Hepburn descalza mirando un escaparate enjoyado después de una noche de fiesta. Y su rendición a las ataduras del amor abrazada a un gato sin nombre bajo la lluvia. Cuando las luces se encienden me miras y me preguntas si conozco Nueva York. Tu nunca has estado allí y pareces disfrutar el camino a la salida mientras te cuento alguna anécdota de mi viaje a la Gran Manzana. Cuando te despides con un "hasta la próxima" despreocupado, pienso en cómo convencerte para tomar un café cuando volvamos a vernos.

Estación Termini

Hoy he llegado antes de tempo, sin ni siquiera haber mirado en el periódico la película que ponen. La puerta está cerrada y las luces apagadas. No hay, ni habrá, más sesiones. En los paneles olvidados de la entrada Jennifer Jones y Montgomery Clift se abrazan, la americana infiel y su amante italiano, recordando el pasado y decidiendo su futuro en la cafetería de la estación. No sé como te llamas ni como encontrarte y el puente que nos unía se ha evaporado de repente. Y veo como tu silueta desenfocada por las lágrimas se aleja en un travelling imparable hasta desaparecer.

Fundido en negro...
Christine

sábado, 13 de enero de 2007

Instrucciones para abrazar

Christine

Abrazar, ceñir con los brazos según el diccionario. Para abrazar es necesario situarse cerca de la persona objetivo. El abrazo habitual suele darse frente a frente, a una distancia no superior a 30 cm. Para ejecutarlo correctamente, levantar los brazos a una altura aproximadamente igual a la de los hombros y en un ángulo situado entre 0 y 45 grados respecto al plano del tronco.

A continuación aumentar el ángulo hasta juntar los brazos en la espalda de la persona a abrazar. Dichos brazos estarán casi rectos, pero no rígidos, siendo necesario un ligero giro, adoptándose la forma de una elipse. Finalmente, apoyar las palmas de las manos en la espalda del objetivo y empujar ligeramente mientras se produce el acercamiento hasta que se dé el contacto de los cuerpos.

El abrazo puede ser corto, llamado “a la inglesa”, cuyo objetivo es el saludo o la despedida, y que tiene una duración máxima de 3 segundos, sin embargo generalmente suele prolongarse indeterminadamente para reflejar el cariño por el otro. En este caso puede conllevar el apoyo de la cabeza en el hombro opuesto y un mayor contacto de los cuerpos, que puede alcanzar casi la totalidad de la superficie. No debe uno inquietarse si se perciben los latidos del corazón ajeno, puesto que esto únicamente es reflejo de la simbiosis física y espiritual.

Existe una variante de abrazo en el cual el receptor se encuentra de espaldas al ejecutor, que realiza los mismos movimientos pero apoyando las manos en el pecho, provocando un placentero sentimiento de sorpresa y excitación en el otro, si el abrazo es deseado.

Finalmente, es posible abrazar a otra persona apoyando las manos en la parte trasera del cuello, para lo cuela es necesario elevar los brazos ligeramente. El abrazo en el cuello tiene connotaciones románticas por lo general y precede frecuentemente la invitación a la danza o el éxtasis de un beso.

viernes, 12 de enero de 2007

Instrucciones para deshojar una margarita (mi primer texto)

Con el nombre de Margarita hay un sinfín de plantas distintas. Leucanthemum vulgare son las clásicas margaritas herbáceas, que poseen flores blancas y amarillas. Su tamaño oscila entre 25 y 70 centímetros y su diámetro tiene alrededor de 15 centímetros. Se resiembran espontáneamente y prefieren una ubicación soleada y un suelo que cuente con buen drenaje. Otra variedad bastante conocida es la Chrysanthemum frutescens, que procede de Extremo Oriente.

Ha de advertirse que este manual debe ser estudiado atentamente por todo aquél que, sintiéndose atrapado en la duda que el amor a veces conlleva, pretende averiguar su destino, bien porque no puede soportar la incertidumbre sobre los sentimientos que tiene hacia él la persona a la que ama, bien porque la certidumbre de verse atado a un mismo amor durante toda la vida le resulta insoportable. Centraremos nuestro análisis en la primera de estas dos posibilidades.

Absténgase de esta práctica el ateo que niega la existencia del Dios Cupido, el que ya dio un amor por perdido y, por supuesto, aquél cuya sola intención sea destrozar lo que la Madre Naturaleza construyó con tanto afán.

En cuanto a la acción consistente en deshojar una margarita, lo primero que debe hacerse es salir de casa vestido con ropa cómoda y de vivos colores. La primera exigencia, como es lógico, obedece a la necesidad de acudir al campo, lugar donde crece la especie vegetal denominada "Leucanthemum vulgare", conocida por el común de los mortales como "Margarita", nombre que comparten un sinfín de plantas distintas que, la mayoría de las ocasiones, poseen flores blancas y amarillas. Los calcetines han de vestirse estrangulando la pernera, para evitar que, al más que probable sufrimiento que pudiere aquejar al corazón tras el deshoje de la margarita, se sume el escozor producido por el roce de los cardos con la pantorrilla.

Si este primer requisito persigue proteger el cuerpo de posibles males, el segundo, consistente en vestir ropa de llamativos colores, se encamina a salvaguardar lo que los religiosos llaman alma y los poetas corazón, no vaya a encontrarse el deshojador con la noticia del amor perdido y que luego, al regresar a casa, lo miren y lo vean como que va de luto, y lo interroguen sobre los motivos de su pesar. Pues el dolor propio en manos ajenas produce escarnio.

Dispuestos los preparativos, el aprendiz deberá acudir a un prado con margaritas, lo que debe resultarle muy fácil pues, como dicen las abuelas cuando quieren referirse a la generosa abundancia de lo que sólo superficialmente no tiene valor: "un prado de margaritas a cualquiera las penas quita".

Una vez en el prado, el siguiente paso consiste en tomar con delicadeza un único ejemplar de margarita por su parte verde y alargada, conocida como tallo, para extraerla de la tierra a la que ha permanecido unida desde el comienzo de su existencia. Posteriormente, sujetando con los dedos índice y pulgar de una mano la parte a la que convenimos dar el nombre de tallo, con los mismos dedos, esta vez de la otra mano, procederemos a mutilar la flor, extrayendo uno a uno sus pétalos albinos hasta que no quede de ella más que un botón dorado, que quizá antaño fuera hospedería de abejas.

La separación de los pétalos debe llevarse a cabo con ternura y cuidado, no fueran a ser arrancados dos de golpe por error, con fatídico resultado de boda quimérica o, peor aún, de mal interpretado rechazo. Asimismo, el deshojador no debe permitir ni un solo instante que su pensamiento se centre en algo que no fuere la persona deseada. Pasando a la acción, ya con una mano en el tallo, ya arrimando la otra a un pétalo de la flor, el aspirante deberá exclamar en voz alta y clara: "me quiere", arrancando en ese mismo instante, con sutileza, una primera falange de seda. Tras este acto, y sin permitirse un solo segundo de respiro, no vaya a arrepentirse, acobardarse o siquiera avergonzarse de sus sentimientos, el interesado retirará otro pétalo, pronunciando esta vez: "no me quiere", y proseguirá así, sucesivamente, poco a poco, ora afirmando, ora negando su deseo.

Para este momento, su corazón palpitará alocadamente, se tornarán húmedas sus manos, se erizará en un escalofrío el manto de vello que recubre su nuca y, a pesar de la respiración entrecortada y el encogimiento de su estómago, el aprendiz de deshojador pondrá fin a su tarea, quedando su alma presa, bien del éxtasis delirante que experimenta aquél que sabe que su destino coincide con su sueño y su sueño es su destino, bien de la desazón que produce el comprobar cómo tormento y realidad se entremezclan en su caso personal, único, concreto, afectándole a él de forma directa, a él, que tiene nombre y apellidos, que no es un número más dispuesto a engrosar la lista de desamparados, repudiados, desqueridos, desengañados, sino un ser humano, sensible y de hueso.

Mas todo esto, por tremendo que pareciere, no debiera afectarle pues, como dicen las abuelas cuando quieren referirse a la generosa abundancia de lo que sólo superficialmente no tiene valor: "un prado de margaritas a cualquiera las penas quita".