jueves, 1 de marzo de 2007

RUFO (Crónica de un dia)

RUFO


Esta noche he tenido un sueño raro. Estoy corriendo en círculos por una pradera llena de olores sugerentes, cuando veo a lo lejos a una cigüeña picoteando el suelo. Sin pensarlo dos veces me lanzo hacia ella, no sé realmente con qué intención. A veces siento el impulso irrefrenable de correr hacia todo aquello que se mueve. Cuando estoy a punto de darle alcance, la cigüeña levanta el vuelo y me doy cuenta que la tengo a escasos metros de mi cabeza. Miro alrededor y son las copas de los árboles las que rozan mis patas. Junto a mi oreja izquierda pasa una bandada de estorninos. ¡Estoy volando! La sorpresa es tan grande que me despierto de golpe lanzando un gruñido.
Ahora, ya despierto del todo, no me siento tan bien. Hay un lado del pecho que se me ha convertido en corcho y por mucho que lo intento no consigo que se llene de aire. Mi hocico está seco y agrietado. He intentado ponerme de pie pero mis patas traseras apenas me obedecen. Me he quedado dormido en la alfombra y ella debe de estar tumbada en el sofá, pues aunque tengo una nube en los ojos que me hace verlo todo borroso, percibo muy cerca su olor a calor y sueño.
Ya me acuerdo... Anoche me asusté mucho, oía un ruido pavoroso como si alguien se estuviera ahogando a mi lado y el costado derecho me dolía. Ella estaba conmigo, creo que ha pasado toda la noche a mi lado. Me abría el balcón para que entrara aire fresco, me daba agua con un sabor raro en una jeringuilla, me hablaba y me acariciaba la tripa como cuando era un cachorro asustado por los petardos que tiraban en las fiestas del barrio. De madrugada nos hemos debido de quedar dormidos, yo en la alfombra, ella en el sofá, y el ruido horripilante por fin ha cesado.
Ahora tocaría salir a la calle, olisquear las esquinas y los árboles, levantar la pata aquí y allá. Me encanta sacarla a pasear por la mañana temprano. Las calles están vacías y al final de la avenida de los castaños se ve como el día quiere asomarse tras de los árboles. Yo hago como que estoy muy ocupado mordisqueando unas hierbas cualquiera, pues creo que le da un poco de vergüenza que la mire cuando, contemplando ese sol que ya mancha de rojo todo el cielo, los ojos se le ponen brillantes como si fuera a echarse a llorar.
Se acaba de levantar del sofá y después de acariciarme un rato el lomo y de hablarme como lo hacía cuando era pequeño, se ha ido a la cocina. Esta mañana ella tiene un olor muy raro, a algo intermedio entre el miedo y la pena.
Huele a café y viene a buscarme para que vayamos juntos a la cocina. Siempre lo hace cuando estamos solos, corta un par de rebanadas más de pan, que me va dando poco a poco mientras ella desayuna. Pero hoy no me entra ni una miga. Mis patas no me sostienen y creo que no hay ni un solo pelo que no me duela. Ella, que se da cuenta, deja el desayuno a medias y me acaricia. La noto inquieta, como si no supiera que hacer. Se pone las botas y el abrigo, busca mi correa. Si, me vendría bien salir a la calle, volver a dejar mi marca en los árboles, pero ¿Cómo decirle que no creo que pueda bajar las escaleras? Que me encantaría ir con ella al Parque o a ese prado de mi sueño para correr juntos en círculo mientras perseguimos cigüeñas, pero que hoy no me va a ser posible.
A veces creo que me lee el pensamiento. Cuando se ha dado cuenta de que no puedo bajar, me ha cogido en brazos y así me ha llevado hasta el jardín que hay al lado de la casa. Me da un poco de vergüenza, pero por suerte no nos ha visto nadie. Aunque viejo y enfermo, uno tiene todavía su dignidad.
El sol es tibio y está ya alto. Debe de ser un día de fiesta porque ella no se ha ido de casa temprano. Me alegro, hoy no quisiera quedarme solo. Me gustaría tumbarme sobre la hierba y dejar que este solecito me calentara los huesos. Quizá así se pasaría el dolor y esta sucia presión en el costado que no me deja respirar bien. No lo haré, sé que si me tumbo no podré volverme a levantar. Nunca me había sentido como hoy, vuelvo a tener miedo. Ella me coge de nuevo en brazos y me sube a casa. Ya no me importa que nos vean, solo quiero estar en mi manta y dormir.
Se sienta a mi lado en el suelo y me abraza el lomo. Me habla tan bajito que apenas la oigo. Está llorando y sus palabras suenan a despedida. Ya no tengo miedo, pero no me gusta verla llorar. Le chupo la mano. Ha sonado la llave en la puerta, ha llegado él con esa chica de la bata que ha veces me hace daño pero que luego me da una galleta. Se agachan los dos sobre mí. Él también me habla bajito y suave. La chica de la bata me ha puesto una inyección que casi no me ha dolido. Parece que mi costado ha dejado de ser de corcho. Quiero levantarme pero el cuerpo no me obedece. Mis párpados se cierran. Tengo mucho sueño. Quizá vuelva a soñar que vuelo.

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