Tengo tu nuca ante mi, como el pequeño y delicado cofre donde tantas veces soñé que depositaba mis besos frios de muchacho harapiento. Tengo tu nuca y huele como yo imaginaba, a soledad y vainilla, y me parece mentira que después de todo, la vida nos haya reunido hoy aquí.
Octubre en París suele ser un mes triste. La oscuridad acecha desde el mediodia escondida entre las grietas de los edificios, baja por los regueros de lluvia mezclada con orines que corren entre sus calles y parece querer instalarse en el ánimo de todos los que cada mañana jugamos a inventarnos un futuro que sabemos inexistente.
Esta vieja ciudad sacudida por el odio, vive de espaldas al campo. Yo también. No podría soportar ahora la imagen de las viejas cepas dobladas por el oro. Las viñas de mi infancia, pobladas durante este mes por seres mitológicos con cabezas de mimbre cargadas de uva. Hoy dieciseis de Octubre de mil setecientos noventa y tres, nada de eso existe ya. Los campos están arrasados, los pueblos saqueados. La tierra es negra y está llena de sangre. Yerta como mi corazón.
Octubre, Vendimiario. Así quieren que lo llamemos ahora. Para mi es solo el mes de la infamia.
Hoy, en el día del horror, tengo tu nuca ante mi.
Tu no lo sabes, pero a veces te veía jugando en tu jardín. Ayudaba a mi padre a podar los macizos de rosas, a enderezar los arriates de glicinias, a recoger las hojas que se desprendían de la noria del otoño.
Te veía, siempre rodeada de damas mentirosas y caballeros petulantes. Marionetas torpes que se plegaban a tus mañas de niña caprichosa que juega a ser reina.
Una reina adolescente de apenas diecinueve años.
Te veía y te odiaba. Te odiaba por mi camisa sucia y deshilachada que nunca me atrevería a mostrar delante de ti. Te odiaba por mis manos llenas de cortes y de sabañones que jamás osarían rozar tu piel de musgo. Te odiaba por el oscuro agujero que se abría a la altura de mi sexo, cuando un rastro de tu olor se quedaba prendido entre los nenúfares del estanque pequeño, las tardes de verano en las que contra toda convención, empujabas la diminuta flota de juguete con tus arrogantes pies.
Pero sobre todo, te odiaba por tu nuca. No me puedo quejar de mi vida, puede decirse que he tenido suerte. De los ocho hijos que parió mi madre, solo dos hemos sobrevivido. Ayer cumplí treinta y nueve años y pocas veces he estado enfermo. Nunca fuí rico, pero en la época en la que mi padre y más tarde yo mismo, trabajamos como Jardineros de la Corte, en mi casa se comía al menos una vez al día. No, no me puedo quejar de mi suerte, pero tu nuca...
Solías llevar complicados peinados, en los que a veces el cuello quedaba al descubierto. El nacimiento de tu pelo se bifurcaba formando un valle abierto hacia tu espalda. He espiado, acechado, escudriñado, observado, vigilado tu sombra, para poder acunar mi mirada en ese pequeño hueco. Cuando el vino era amargo y cruel conmigo, soñaba incluso con posar mis labios en tu nuca y dejar resbalar mi lengua hasta esa prominencia dura donde acaba tu cuello.
Durante casi veinte años he adivinadado los colores que querías contemplar en primavera, he inventado los aromas que deseabas que llegaran a tu nariz, he dibujado
las formas que soñabas para tus paseos y avenidas. Durante casi veinte años, te he servido, te he buscado, te he adorado, te he odiado y tu jamás has sabido de mi existencia..
Aquel mes de Julio de 1789 las rosas se ahogaban de calor y al anochecer emitían un perfume tan penetrante, que algunas de tus damas fingían marearse bajo los parterres iluminados. Nunca el Palacio había estado tan animado. Las fiestas se sucedían cada semana. Los manjares en las mesas, los vinos en las copas y los afeites en las caras de los nobles eran excesivos hasta la nausea. Aunque en las cocheras y en las cocinas se murmuraba que el rey estaba preocupado, la Corte despilfarraba la décima parte de las rentas del reino.
Un dia de calor sofocante el mundo se volvió del revés “¡Han tomado la Bastilla”! La noticia se extendió por cuadras y bodegas, por salones y estancias. Las siemprevivas se estremecieron dudando de su nombre. Tu familia y tu tuvísteis que dejar Versalles para instalaros en Las Tullerías. Yo tambié me marché. ¿Qué es un Jardinero Real en un Palacio sin Rey?
Llegué a Paris y me uní a los revolucionarios. Con ellos o contra ellos. Aprendí que el olor de la sangre es más penetrante que el de las rosas que mi padre me enseñó a cultivar. Creí en palabras que jamás había oído: Libertad, Igualdad, Fraternidad, Mas tarde descubri que iban prendidas a otras que sí me eran familiares: Odio, Venganza, Muerte.
Soñé con un mundo justo donde todos los cuidadanos serían iguales. Un mundo sin nobles ni vasallos. Sin privilegios de cuna, donde yo podría acercarme a tu nuca de igual a igual. Jamás pensé que sería de esta manera.
Me instruí, volví a la escuela que había tenido que abandonar de niño para entrar a tu servicio. Descubrí que había palabras para cada una de mis ideas y sentimientos .
Y seguí el rastro sombrío de tu nuca. Oí decir que habías traicionado al pueblo, que tu influencia sobre el Rey era maligna, que buscabas alianzas con tu familia austríaca contra Francia. Todo era culpa tuya. Las intrigas contra los girondinos, la vergonzosa huida a Varennes, el asalto final a las Tullerías, en el que una multitud enloquecida arrasó todos los símbolos de la corona que encontró a su paso. La flor de lis fue pisoteada.
Paris era una cloaca maloliente y tórrida ese día de Agosto de 1791 en el que para protegeros de ser despedazados por las turbas, el Ayuntamiento os confinó en la Torre del Temple. Cinco meses después la cabeza de tu marido, el Rey de Francia, rodaba en una plaza pública ante los ojos enfebrecidos y atónitos del pueblo de Paris.
Fue entonces cuando descubrieron mi pasado como Jardinero Real, y para acallar algunas voces que ponían en duda mi fidelidad revolucionaria, me vi obligado a trabajar como verdugo.
En las guerras se mata, y en estos años mi mano ha segado vidas, no voy a negarlo ahora. Pero la guillotina es otra cosa. En estos últimos meses el espanto se ha fundido con mi sangre y mis huesos, y ya no se quién soy. En las madrugadas atroces, cuando el sueño me rinde, veo mi cabeza bajo la cuchilla del cadalso y un frío alivio se apodera de mí. Pero jamás, ni en mis peores pesadillas hubiera pododo imaginar que en esta oscura mañana de Octubre, el perfume a soledad y vainilla que exhala tu nuca me haría desear con tanta ansia mi propia muerte.
viernes, 11 de mayo de 2007
Vainilla y Soledad
Etiquetas:
Paloma G. Poza
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