Oí decir un día que una historia no nace, se hace. Pero eso no es del todo cierto. No me entra en la cabeza cómo alguien puede ser tan osado como para incorporar a su vida la compañía de semejante necedad. Me parece una falta de respeto para con esas pequeñas y sensibles criaturas que son las historias, tan vivas como nosotros o tan nuestras como la vida y, añadiría además, que demuestra una carencia preocupante del conocimiento y la destreza necesarios para saber detectar a estos seres.
Yo puedo contar que mis historias sí que nacen y crecen y, que me parta un rayo si al final no terminan teniendo vida propia. Lo que pasa es que las historias no saben que son historias hasta que nadie las mira. Eso y, todo hay que decirlo, que son un poco escurridizas. Pero si uno se fija bien, lo cual requiere la necesidad de un buen ojo, puede verlas por ahí, muy quedas, a la espera de algún estímulo externo que las haga reaccionar. Son tímidas al principio, pero si tienes la suerte de no asustarte con ellas y la bendita paciencia para observarlas, descubres cómo poco a poco consiguen ir soltándose. Asoman primero su cabeza para llamar la atención. Luego sacan sus bracitos y los estiran desperezándose, creciéndose. Es entonces cuando empiezan a ponerse algo nerviosas. Aún no saben lo que son. Aún les queda mucho para ser. Pero ahí estás tú frente a ellas, con esa pasmosa quietud que la sorpresa le planta a uno en la mirada. Detectarlas te otorga la ineludible responsabilidad de cuidar de ellas pues en este momento crucial, en que salen de su letargo, su estructura es todavía frágil y, sin la debida atención, corren el riesgo de desvanecerse y morir.
A veces te las encuentras por la calle, otras te buscan hasta chocar contigo y en ocasiones, las he descubierto incluso viviendo conmigo en mi propia casa. A una de mis pequeñas historias me la encontré un día hurgando en un escaparate junto a decenas de extraños zapatos, a otra la vi en una fotografía, no fue fácil pero acabé viéndola, y hubo hasta una que adquirió la increíble capacidad de multiplicarse en muchas otras y no me quedó más remedio que regalarla. Al final uno logra divisarlas fácilmente, aunque esto no quiere decir que, una vez hecho aquello la tarea se vuelva más sencilla. Es más, una vez detectadas es cuando todo empieza a ser realmente delicado.
Estas criaturas no dejan nunca de sorprenderme. Su educación es compleja. Las hay que, obedientes aprenden rápido todo lo que deben hacer y, sin demasiados problemas definen su carácter concupiscente y comienzan, sin mayor esfuerzo, a ser dueñas de su propia vida. Pero están también las rebeldes y, aunque parezca una irresponsabilidad, confieso que más de una vez he recogido a alguna que me ha salido excesivamente terca y protestona sin dejarme otra opción que castigarlas sin más y encerrarlas. Y a veces ocurre que ese encierro las excita sobremanera y terminan como locas mezclándose unas con otras, como queriendo readaptarse hasta que el desenfreno las reforma por completo en un nuevo y único ente.
Así son las historias, y nadie que haya tratado con ellas, puede negar línea alguna de lo que aquí os he contado. Esta pequeña historia me la encontré el otro día, muy cerca de aquí. Dos personas salían del bar de la esquina, enganchados en lo que parecía más bien un atropello de palabras que una conversación. Ensimismados, casi me llevan por delante. Discutían acerca de lo que es una historia, sin percatarse siquiera, que en ese mismo momento, de sus propias palabras, unos bracitos comenzaban a estirarse. Estaba naciendo una. Yo no hice nada más que recogerla y traérosla, para que pudierais verla.
Yo puedo contar que mis historias sí que nacen y crecen y, que me parta un rayo si al final no terminan teniendo vida propia. Lo que pasa es que las historias no saben que son historias hasta que nadie las mira. Eso y, todo hay que decirlo, que son un poco escurridizas. Pero si uno se fija bien, lo cual requiere la necesidad de un buen ojo, puede verlas por ahí, muy quedas, a la espera de algún estímulo externo que las haga reaccionar. Son tímidas al principio, pero si tienes la suerte de no asustarte con ellas y la bendita paciencia para observarlas, descubres cómo poco a poco consiguen ir soltándose. Asoman primero su cabeza para llamar la atención. Luego sacan sus bracitos y los estiran desperezándose, creciéndose. Es entonces cuando empiezan a ponerse algo nerviosas. Aún no saben lo que son. Aún les queda mucho para ser. Pero ahí estás tú frente a ellas, con esa pasmosa quietud que la sorpresa le planta a uno en la mirada. Detectarlas te otorga la ineludible responsabilidad de cuidar de ellas pues en este momento crucial, en que salen de su letargo, su estructura es todavía frágil y, sin la debida atención, corren el riesgo de desvanecerse y morir.
A veces te las encuentras por la calle, otras te buscan hasta chocar contigo y en ocasiones, las he descubierto incluso viviendo conmigo en mi propia casa. A una de mis pequeñas historias me la encontré un día hurgando en un escaparate junto a decenas de extraños zapatos, a otra la vi en una fotografía, no fue fácil pero acabé viéndola, y hubo hasta una que adquirió la increíble capacidad de multiplicarse en muchas otras y no me quedó más remedio que regalarla. Al final uno logra divisarlas fácilmente, aunque esto no quiere decir que, una vez hecho aquello la tarea se vuelva más sencilla. Es más, una vez detectadas es cuando todo empieza a ser realmente delicado.
Estas criaturas no dejan nunca de sorprenderme. Su educación es compleja. Las hay que, obedientes aprenden rápido todo lo que deben hacer y, sin demasiados problemas definen su carácter concupiscente y comienzan, sin mayor esfuerzo, a ser dueñas de su propia vida. Pero están también las rebeldes y, aunque parezca una irresponsabilidad, confieso que más de una vez he recogido a alguna que me ha salido excesivamente terca y protestona sin dejarme otra opción que castigarlas sin más y encerrarlas. Y a veces ocurre que ese encierro las excita sobremanera y terminan como locas mezclándose unas con otras, como queriendo readaptarse hasta que el desenfreno las reforma por completo en un nuevo y único ente.
Así son las historias, y nadie que haya tratado con ellas, puede negar línea alguna de lo que aquí os he contado. Esta pequeña historia me la encontré el otro día, muy cerca de aquí. Dos personas salían del bar de la esquina, enganchados en lo que parecía más bien un atropello de palabras que una conversación. Ensimismados, casi me llevan por delante. Discutían acerca de lo que es una historia, sin percatarse siquiera, que en ese mismo momento, de sus propias palabras, unos bracitos comenzaban a estirarse. Estaba naciendo una. Yo no hice nada más que recogerla y traérosla, para que pudierais verla.
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