martes, 6 de febrero de 2007

El soplo en el corazón

Mesas separadas

No me gusta ir sola al cine. Ya lo sé, todo está oscuro y tienes que fijar toda tu atención en una pantalla, pero me siento mejor si tengo el calor de la compañía compartiendo una historia. Cuando entro en la sala voy encogida, como intentando esconderme para que nadie me vea. Hoy en el cine de reestreno toca clásico en blanco y negro, personajes solitarios y mentes estrechas. No puedo evitar escrutar disimuladamente a los que se sientan a mi lado. Y ahí estás, rígido y serio, vestido con chaqueta y pantalones informales pero tan solemne como si llevaras chaqué, con un aire al David Niven de la pantalla, digno y vulnerable, y me pregunto si tú también serías capaz de tocarme en la oscuridad.

Los pájaros

El miedo a lo incomprensible. Una descarga de adrenalina durante dos horas y la esperanza de que todo sea ficción al salir del cine, que los pájaros no se hayan rebelado contra la estúpida humanidad. Hoy has vuelto, al mismo sitio, un mes después. Y a pesar de que con toda seguridad todos en la sala ya conocemos la película, sigues sin pestañear las aventuras de la rubia protagonista, estilizada y elegante como no seré jamás. Estoy inquieta, ¿es razonable este interés por alguien que nunca te ha dirigido la palabra?

Blade Runner

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Pregunta errónea. Los sueños te hacen humano. Esa es la cuestión y ese es mi problema. Sueño contigo desde hace semanas, con esa forma de guiñar los ojos cuando la película te pone nervioso o de moverte y suspirar cuando te aburres. Pero hoy algo ha cambiado, y como el mundo de los dos protagonistas deja de ser lluvioso y negro mientras desaparecen en un zig-zag boscoso, salgo ligera del cine porque me has sonreido al salir.

Desayuno con diamantes

Nunca seré capaz de pasear por la Quinta Avenida sin pensar en Audrey Hepburn descalza mirando un escaparate enjoyado después de una noche de fiesta. Y su rendición a las ataduras del amor abrazada a un gato sin nombre bajo la lluvia. Cuando las luces se encienden me miras y me preguntas si conozco Nueva York. Tu nunca has estado allí y pareces disfrutar el camino a la salida mientras te cuento alguna anécdota de mi viaje a la Gran Manzana. Cuando te despides con un "hasta la próxima" despreocupado, pienso en cómo convencerte para tomar un café cuando volvamos a vernos.

Estación Termini

Hoy he llegado antes de tempo, sin ni siquiera haber mirado en el periódico la película que ponen. La puerta está cerrada y las luces apagadas. No hay, ni habrá, más sesiones. En los paneles olvidados de la entrada Jennifer Jones y Montgomery Clift se abrazan, la americana infiel y su amante italiano, recordando el pasado y decidiendo su futuro en la cafetería de la estación. No sé como te llamas ni como encontrarte y el puente que nos unía se ha evaporado de repente. Y veo como tu silueta desenfocada por las lágrimas se aleja en un travelling imparable hasta desaparecer.

Fundido en negro...
Christine

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