Color de verano
Azul y apacible fue aquel verano de mis diez años en el que me ahogué. Tan feliz, que ni siquiera los gritos exasperados de mi madre desde la orilla, en las mañanas de playa, consiguieron estropearlo.
Agosto vino cálido y dorado, sin nubes y sin nieblas y yo estiraba el día jugando hasta el anochecer con los niños del pueblo, por los prados cercanos a la casa del pueblin de Asturias que había alquilado mi familia. Después de cenar, mis hermanos y yo jugábamos al teatro, disfrazándonos con las ropas encontradas en un baúl del desván, o me enfrascaba en la lectura de los libros que tapizaban las paredes de la biblioteca. “En una noche oscura, en ansias de amores inflamada, ¡Oh dichosa ventura, salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada “. Esos versos me embriagaban... Apacible y feliz fue aquel verano. También azul.
Hacía poco que mi padre me había enseñado a nadar, y el mejor momento de las mañanas en la playa, muy por encima de los helados, los castillos de arena y los chapuzones con mis hermanos, era cuando él, distinguiéndome de todos los demás, me hacía una seña diciéndome: - “Venga Laura, a ver como nadas hoy...”- Y nos adentrábamos juntos en el mar, mirando al horizonte, dejando atrás las salpicaduras de la gente que se bañaba en la orilla y los gritos de mi madre: - “¡Antoniooooo, Laura....No os vayáis tan lejos....Un día os vais a ahogar...!”-
Nos quedábamos solos, con el mar y el cielo para nosotros dos. Cuando dejaba de hacer pié, me atacaban oleadas de miedo, pero miraba a mi padre nadando sonriente a mi lado y de pronto todo estaba bien. Con él siempre estaría a salvo.
Pero una mañana espléndida, quizá (y solo por una vez en mi vida) para darle la razón a mi madre, me ahogué.
Nadaba con mi padre hacía una rocas que había muy cerca de la playa y que para mi eran islas plagadas de aventuras en mitad del océano. El mar ante nosotros era intensamente azul. Me tumbé boca arriba en el agua, sobre mí, el cielo era también azul. De repente, no se que pasó, pero mi padre estaba muy lejos, una fuerza que provenía del fondo, me llamaba mar adentro. No tuve miedo. Me sentía trastornada, extrañamente feliz, más de lo que recordaba haberlo sido nunca. El azul estaba en todas partes, rodeándome, envolviéndome, disolviéndome en él. Sentía como si un rincón escondido de la piel de mi alma estuviera siendo acariciado hasta la exasperación.
“Salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada”... Creo que perdí el conocimiento y me hundí. Por las aletas de mi nariz y por mi boca entreabierta, entró todo el azul.
Cuando, al cabo de más de una hora y tras los inútiles esfuerzos del socorrista, volví a abrir los ojos, supe que todo estaba bien. Ahí seguía, envolviéndome toda, ese azul apacible.
Desde entonces, aunque a veces lo intento, no consigo oír los gritos de mi madre cuando me adentro en el mar.
OTRO FINAL
Cuando, al cabo de una media hora y tras los esfuerzos del socorrista volví a abrir los ojos tumbada en la arena de la playa, la incipiente nostalgia por algo impreciso que acababa de perder, desapareció de golpe. Todo estaba bien. Sobre mí, llenando todo el cielo, estaba el azul.
Hola amigos. Como en el anterior relatillo que colgué, este es el "deshechado". Esta vez del binomio fantástico AZUL/EXASPERADO. El que leí en clase fué "Dos ángeles azules" y quizá tenga mas fuerza que éste, pero aquí hay mucho de mi, porque es verdad que un verano en Asturias "me ahogué". Lo de los dos finales lo dejo para que si quereis, elijais uno.
miércoles, 27 de diciembre de 2006
COLOR DE VERANO .
Etiquetas:
Paloma G. Poza
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1 comentario:
Esta bien esto de que multipliques por dos (y con variantes como la loto) tus ejercicios. Éste me gustó, como siempre muy bien contado, aunque yo me quedo con el que llevaste al taller; es mucho más... exasperadamente azul. NABRAZO.
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