La boca absorbe el latido de los labios, el cuerpo se estremece. Ella le mira a los ojos por última vez, enormes las pupilas llenas de noche. Quiere que dure para siempre, pero tiene que irse. Aguanta la respiración, suelta su mano y dobla la esquina.
El taxista le pregunta si es agua o nieve lo que cae lentamente sobre el cristal. Ella imagina una estatua de hielo, los músculos fríos, en la esquina en la que tantas veces le dijo adiós. “Ésta es para siempre”, piensa, y con la manga del abrigo se limpia las manchas de sangre, aún caliente, de las manos.
miércoles, 14 de abril de 2010
Es para siempre
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