viernes, 19 de marzo de 2010

Y entonces, apreté el botón.

Oí una vez que tan sólo un pequeño cambio en tu vida podía ser como abrir de par en par las puertas a la mismísima felicidad. Pero claro, cuando quieres darte cuenta de esto, se te ha ido la mitad del tiempo en otros asuntos. Ahora que todo en mi vida parecía no tener arreglo, vi perfectamente dónde estaba mi felicidad: Y es que siempre había necesitado una máquina como aquella.

El asiento no era demasiado cómodo. Había tenido que ocuparme de tantas cosas que volví a olvidar ese pequeño detalle. Por lo demás, todo estaba en su sitio. El espectacular cinturón de seguridad forrado en piel de vaca, aquella super-resistente pintura metalizada, a juego con el volante de acero cromado, y unas carísimas luces tipo LED que respondían perfectamente a toda la información que llegaba desde el alucinante cuadro de mandos chapado en platino. Había empleado bien cada minuto invertido y ahora no lamentaba que me hubieran largado del trabajo hace un mes y que mi mujer no me hiciera ya más caso que a un Madrid-Barça. Afuera, el tiempo libraba una feroz batalla con todos los demonios del universo y parecía lanzar brazos y piernas desmembrados contra la puerta cerrada del garaje. Una tormenta memorable. Era hora ya de probar aquel cacharro. Y entonces, apreté el botón.

De no ser porque soltó la bolsa para darse el impulso necesario con la mano derecha y poder así saltar hasta el césped, me hubiera llevado por delante a María con el coche. No tuvieron mejor suerte esas naranjas que llevaba en su interior, que exprimieron hasta la última gota de su zumo bajo las ruedas de aquel trasto que acababa de comprar en el desguace de la esquina.

-¿Qué te parece? –dije orgulloso- ¡Funciona! –y echando un vistazo desde mi asiento de conductor al amasijo anaranjado que se acumulaba ahora en las ruedas- esto, con un par de retoquitos ahora que por fin tengo tiempo...

-Tiempo, tiempo… -María, retirándose unas molestas y pegajosas gotas de su cara, permanecía en el suelo, junto al camino de piedras que llevaba hasta el garaje- si no lo perdieras tanto en bobadas como esta, tendrías todo el tiempo del mundo.

-¿Estás bien? –grité decepcionado-. Sube. Vamos a meter todo esto dentro.

María ni siquiera hizo el intento de recoger sus bolsas. Ya no miraba cuando la vi cerrar de un portazo la puerta de la entrada.

-A ver cuando encuentras ya un puto trab… –me pareció oír esta vez.

Esperaba esa reacción, pero me extrañó ver las naranjas. Cogí el periódico del día que aún permanecía en mitad del jardín. ¿Qué demonios era una ciclogénesis explosiva? Entré en casa pensando en cómo explicarle a María todo lo que había sucedido, aunque no iba a ser fácil, teniendo en cuenta el histórico de los últimos días. Tenía claro que ella aún no entendía mi especial empeño en aquel coche. Y estaba claro que su primera experiencia no había sido lo que se dice una cordial bienvenida. Para ella, aquella maravillosa máquina no era más que un montón de chatarra que sumaba doble puntuación para su premio especial al marido menos marido del barrio. Pero ya tendría tiempo de manejar aquello, no sería la primera vez. Debía ocuparme ahora de algo más importante: lograr que aquella máquina funcionara correctamente de una vez por todas.

No resultó nada fácil decirle a María que la European Quantic TM prescindía de mis once devotos y leales años de servicio al frente de su proyecto más ambicioso. Un pequeño ajuste en la plantilla y un gran recorte en el presupuesto no parecían ser suficientes razones para lograr de ella un mínimo de empatía. Y no la culpaba. Quizá un profesor de instituto, o un cartero, o un abogado en su hogar habrían dispuesto del tiempo suficiente para ocuparse de sus fantásticos hijos, de sus entretenidísimos compromisos sociales o de sus cada vez más apagadas ganas de conocer Sidney. Era ya tarde para cambiar una desacertada colección de zapatos, bolsos y abrigos, comparable sólo a otra desacertada colección de ramos de flores y tarjetas de disculpa.

Poco productiva resultó ser la semana siguiente. María se la pasó encerrada en el cuarto sin parar de llorar y tuve que encargarme personalmente de obligarla a comer algo. No hablaba, no comía, pero me aseguré de que siempre tuviera cerca una botella de agua. Yo sabía que un ser humano puede sobrevivir casi un mes con un sólo vaso de agua al día. Y también sabía ya todo lo que tenía que hacer para solucionar todo este asunto, así que, una vez que toda aquella rutina fue haciéndose más soportable, empecé a poner en marcha cuanto tenía en la cabeza. Apenas me quedaban tres semanas, y era importante que todo funcionara a la perfección. Cualquier mínimo error provocaría de nuevo un cambio de consecuencias imprevistas.

Tres semanas después, todo estuvo listo. Afuera, el tiempo libraba una feroz batalla con todos los demonios del universo y parecía lanzar brazos y piernas desmembrados contra la puerta cerrada del garaje. Era hora ya de probar aquel cacharro. Y entonces, apreté el botón. Aquel cacharro comenzó a vibrar bajo mi asiento y el cuadro de mandos empezaba ya a escupir chispas justo donde una aguja marcaba las 13:30 del día 3 de mayo de 2009. Aquel día María, volvía a casa con una bolsa de fresas en la mano.

De no ser porque soltó la bolsa para darse el impulso necesario con la mano derecha y poder así saltar hasta el césped, me hubiera llevado por delante a María con el coche. No tuvieron mejor suerte esos limones que llevaba en su interior, que exprimieron hasta la última gota de su zumo bajo las ruedas de aquel trasto que acababa de comprar en el desguace de la esquina.

4 comentarios:

Virginia dijo...

Genial¡
Lo que hablamos ayer. Despista primero naranjas, luego fresas y limones.. En algun momento mejor indicar que se ha equivocado . Y tambien dejarlo en dos frutas El resto se entiende bien

Aña dijo...

Naranjas o limones, eso es! Está muy bien, iPablo

Zomas Osborn dijo...

me voy a comer un kiwi...

Christine dijo...

Me gusta!