La trenza roja bailaba agarrada al árbol. En la rama más alta que había podido alcanzar para que nadie se la llevara y el deseo se cumpliera. Se subió al coche mirándola fijamente. Las cigüeñas habían llegado y dormían en el campanario. Todos desaparecieron en la primera curva. Abrió la ventana. Los árboles aceleraban tras cada derrape. "Traspasando la locura mecánica", solía decir él. El quitamiedos voló dejándoles paso. El viento se coló en el coche. Estarían juntos por la eternidad. Los deseos de marzo siempre se cumplen.
jueves, 19 de marzo de 2009
Atardecer
Me apoyo en la barandilla del mirador. Los nudos de la madera rascan mi estómago. La cuña rosada al fondo del valle se va apagando. El embalse en el horizonte se difumina en una mancha gris. Los pájaros callan. Sobre mí ya está oscuro y empiezo a notar el frío. Un brazo me cubre para darme calor. El mundo se paraliza. Veinte segundos vacíos y empiezan los ruidos nocturnos. Una estela blanca corta el cielo. Mis ojos la siguen. Una segunda línea aparece por la derecha de repente. Las trayectorias se unen. Un foco se ilumina y explota en nubes de humo. Silencio alrededor. En mi cabeza mil voces muertas gritan
Etiquetas:
Christine
Suscribirse a:
Entradas (Atom)