HALLAZGO
Lo que más le esclandian eran las mañanas rubelosas y fúlidas, cuando la playa estaba juripada solamente por las gaviotas y podía currifarla entera sin encontrarse con nadie. Entonces, le gustaba oscurarse en las gréfulas que dejaba la marea baja, rubirar funcas gomosas y perligas de colores delicados. Imaginaba que era una súbila arcaica, una durisia encargada del culto de un antiguo lurín, protector de trusos y peces. También le gustaba recolectar crubias, pequeñas arbusias y ásperos érgulos de tamaños dispares, que ordenaba turilosa y prudente sobre la grubia húmeda. A veces, se quedaba vorinosa y lasmida, sintiendo el calor del sol y la lemura frunida de la brisa en su piel. Una de esas mañanas, ajurigada y lumbida por el feliz paseo, encontró entre unas rocas el mágico crustilio.
JURAMENTO
Aquella noche él llegó escarduso, ahito de runglios y empapado en arfel barato. Cerró de un blunso y comenzó a rufar por todas las habitaciones, esturándola como un trusco rabioso. Ella, amusarada, se acurruscó bajo las súribas, se hizo la morfa. Le dio igual. Él, descubriéndola, la musó, la desyuzó, la obligó a peridarse y cuando la tuvo así, convertida en apenas un jurinque, comenzó a eslibarle las runfias con una aspereza dulce que la trascoló los segúpetos y la ablandó el reyín. No quería, no podía dejarse trusar de nuevo por sus érsidos blufos, por sus ornes regupios que la escuraban y la velupaban hasta hacerla olvidar quien era. Pero él seguía allí, amurándola despacio, exurvirándola poco a poco, tan ocupado en despertar sus jinfias que a ella le pareció absurdo seguir resistiéndose y se dejó esgrufir hasta el límite de una pendiente rúmbida y trefuda a la vez. Cuando, horas después, la esturifó el blunso de una puerta cerrándose, y sintió la turfez del arfel en sus súribas, volvió a jurarse que mañana cambiaría la cerradura.
miércoles, 23 de abril de 2008
GIGLICO
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Paloma G. Poza
domingo, 20 de abril de 2008
Llamadas
La primera llamada fue hace tres semanas, a las once de la noche. Estaba encogida en el sofá, como siempre, viendo la tele, un programa de seres rubios entre brumas de sueño. Me levanté de un brinco, espantando al gato y tirando el teléfono al suelo. Al otro lado sólo oí una respiración profunda y un clic.
La segunda ocurrió al día siguiente, exactamente a la misma hora. Esta vez alguien se agitaba, luchando por respirar. Al fondo empezó a sonar una melodía atenuada levemente evocadora. Y de nuevo se cortó.
Desde entonces todas las noches el teléfono suena y una voz sin palabras respira, jadea o tose, flotando entre retazos de otros ruidos que vienen y van, nada más. Pero yo los distingo, sé que son distintos, y resuenan en mi cabeza en ecos familiares. A las once un imán me fija al sofá, y mi brazo se estira casi sin querer, la tensión duele.
Hace dos días la voz empezó a gimotear, un lloriqueo fingido, creo que en realidad se reía de mí.
Ayer. De nuevo un ritmo lento, creo que es una mujer, súbitamente se para, y tras segundos de muerte vuelve. Detrás distingo un silbido rallante, cuchillo sobre metal y un gemido, otra vez esa música, ¡no quiero oírla! Corro a la cocina, abro el cajón y cuento, están todos menos uno, como debe ser. Es imposible que lo encuentren y además lo limpié todo…
Hoy espero sentada, mirando fijamente las grietas de la pared que fluctúan y parecen abrirse. Detrás hay manos que quieren cogerme, es ella, quiere atraparme pero yo sé que viene y no me pillará desprevenida
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Christine
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