Le oyó venir calle arriba. Canturreaba una salmodia incomprensible que le llevaba de un extremo a otro de la calzada. Los pocos peatones que se apresuraban a esa hora por las aceras, cerraban oídos y volvían la cabeza cuando estaban cerca de él. También la nariz. De sus ropas de color indescifrable, se desprendía todo el tufo de la miseria: una mezcla de orines, vino barato y soledad.Cuando estuvo a su altura, ella también intentó fingir que no le veía, distraer la mirada hacia el escaparate de telas que estaba a su derecha, pero antes de que pudiera hacerlo, unos ojos azules, con un brillo absurdo de alegría en la pupila se quedaron detenidos en los suyos. Una boca mellada le sonrió y con una voz tan rasposa como era de esperar le dijo: - ¡Puta vida, desde que vivo en la calle, me estoy volviendo invisible!
viernes, 8 de enero de 2010
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