La primera de las chicas que se dio cuenta de su presencia fue Piedad. Las vio a primera hora de la mañana y silenciosamente, cerró la puerta dejando que se quedaran. Esperó unas horas para anunciárselo al resto y lo hizo a escondidas, en corrillos pequeños. La cara de todas al conocer su existencia fue de sorpresa que se convirtió al segundo en un gesto de contrariedad. Sabían lo que ocurriría si no actuaban en seguida pero no tenían las ganas para hacerlo.
Cada día alguna de ellas las veía pero sigilosamente se daban la vuelta mirando a otro lado. Ninguna hacía nada, esperando que fuera otra quien tomara la iniciativa .El sopor veraniego incitaba a la quietud y desidia.
El primer cadáver apareció a las dos semanas. Lo dejaron allí, Nadie se atrevió a quitarlo. El temor fue inundando el ambiente cargado por el sonido de teclados y ventiladores. No sabían cuantas había, ni en donde se escondían. Cada vez serían más.
Las chicas decidieron reunirse para hacer algo y eligieron a Elena e Inés para que fueran ellas quienes echaran el veneno. No se atrevieron y lo dejaron encima de la mesa, cerrando la puerta que se quedaría cerrada durante días. La cocina dejó de existir. Para ir al baño, todas daban la vuelta atravesando el corredor. Después de una semana volvieron a reunirse. Tenían que acabar con ellas. Habían venido con la nevera, tímidas y pequeñas, sin querer salir al principio reconociendo poco a poco en donde se encontraban. Ahora ya no se irían.
miércoles, 9 de septiembre de 2009
Relato de verano
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