Mi origen está dentro de una caja de cartón, al fondo del todo. Yo estoy ahí. Pequeña, muy pequeña, y dormida. Puedes verme si miras bien, cuando sacas algunos trastos:
-los vasos envueltos en su papel de periódico de ayer
-las fotografías enmarcadas
-un candelabro quizás.
-una cortina de baño plegada. Demasiado grande o pequeña para la bañera de la nueva casa.
- y al fondo Ana. 11 veces Ana, las 11 casas distintas que veo desde dentro de mi guarida de cartón.
Recuerdo tener un cúter en la mano. No sé si mi madre me daba instrucciones o era yo la que miraba cómo lo hacía y la imitaba.
Meter la cuchilla en la ranura, perforar el plástico. Entonces, rasgar de un extremo a otro. Durante horas. Durante años.
Meter los dedos uno a uno dentro de la ranura y presionar, luego estirar la solapa para abrir.
Nunca tuve manos de niña. Mis manos siempre han sido grandes. Abriendo una a una las cajas de cartón marrón.
Dentro: mis cosas.
Fuera: una nueva casa. Unos niños distintos para jugar. Unos columpios parecidos. Una chica diferente para cuidar de mí.
La sensación es: esto ya lo he vivido.
La reacción es: buscar un lugar nuevo para cada objeto, un lugar parecido al anterior. Los platos en el armario de la cocina a la derecha de la nevera. El mismo sitio, no es el mismo armario.
Mi madre y yo durmiendo en una cama en medio de un mar de cajas de cartón, en una habitación. Mi madre y yo dentro de una caja de cartón, respirando.
A los 7 años es divertido. Me río y juego. Mi madre esconde regalos dentro de las cajas para que yo los encuentre. No son grandes regalos pero sirven como sorpresa.
-unos calcetines nuevos
-una bolsa de caramelos
-unos cromos de gatitos y estrellas
A los 9 años será mi madre llorando. Mi padre saliendo tarde de trabajar. Mi hermano en casa de algún amigo. “Siempre nosotras, joder”- dirá mi madre.
Luego dormiremos en la única cama que nos ha dado tiempo a montar y la notaré llorar sin hacer ruido, acurrucada en el otro extremo. La primera noche temblaremos. Yo, mi madre, la cama vieja, la casa nueva.
Metida dentro de mi caja voy al colegio andando. En coche. En autobús.
Encerrada dentro de mi caja escucho a alguien que se va.
Desde mi escondite oigo a los que serán mis nuevos amigos jugar en el parque. Les veré fumando en la puerta del instituto. Apoyados en sus motos.
Desde el fondo de mi mundo de cartón veo como la mujer que me cuida entra a escondidas en mi habitación y cambia las cosas de sitio.
La veo meter una pulsera suya en mi cajón, para luego decir que se la he quitado yo.
Y desde mi refugio grito que Ana no quiere salir, no quiere jugar, no quiere comer. Y cuando digo que no comeré todos paran de hacer lo que están haciendo y vienen y se lo creen. Pero es mentira, como a escondidas:
-papeles
-caracoles vivos
-césped
-patatas del fondo de la bolsa
-tofu
Mi encierro huele a ropa de invierno, a libro leído. A tinta de periódico. Intento almacenar ese olor en un bote de cristal de la cocina. Tiro los macarrones para hacer sitio al olor, y miro todo lo que hay dentro de mi caja esta vez:
-Un vestido hippie, una edición ilustrada de Memorias de Adriano, una chaqueta 50% lana, 30% viscosa, 20% poliamida.
Nunca guardamos todos los libros en una caja, toda la ropa en una caja. Me dice mi madre. Así es más fácil hacerlas, más divertido deshacerlas, más “sorpresa”. Siempre nosotras, ¡ay!
Miro las cosas y el bote y como no cabe todo tengo que arrancar una página de Memorias de Adriano y recortar un trozo del vestido jipi ( el que más me gusta, verde y dorado en la manga) y un puño de la chaqueta. Según la etiqueta también llevará 50% de lana, 30% de viscosa y 20% de poliamida. No sé lo que significa “poliamida”.
Y lo meto todo en el bote y meto también las tijeras porque aún queda sitio y corro a enseñárselo a mi madre.
Castigada dentro de la caja no me siento distinta. Desde el interior me veo jugar a torturar muñecas. Me veo hacer los ejercicios que me mandó el médico, pasillo arriba, pasillo abajo, para dejar de andar de puntillas. Me veo hacer un mohín a mi madre que me dice: “Nena, apoya el talón, que siempre parece que estás robando”.
Todo cabe aquí dentro. Todo lo que recuerdo. Todo lo que intenté capturar y domesticar: mariposas, pajaritos, una abuela, gatos, chicos. Nadie tan fiel como los chicos. Tan enjaulado como yo y mis animales, yo, con mi cara de niña bonita en una casa de cuatro plantas. Yo en el cuarto del sótano haciendo las cosas que no se pueden decir. Haciendo cajas, abriendo cajas. Una vez y otra, y otra.
Todo cabe en esa casa de cartón oscuro para mí, y cuando no quiero que nadie me mire me meto dentro de mi caja.
Entorno los ojos.
Y sonrío.
-los vasos envueltos en su papel de periódico de ayer
-las fotografías enmarcadas
-un candelabro quizás.
-una cortina de baño plegada. Demasiado grande o pequeña para la bañera de la nueva casa.
- y al fondo Ana. 11 veces Ana, las 11 casas distintas que veo desde dentro de mi guarida de cartón.
Recuerdo tener un cúter en la mano. No sé si mi madre me daba instrucciones o era yo la que miraba cómo lo hacía y la imitaba.
Meter la cuchilla en la ranura, perforar el plástico. Entonces, rasgar de un extremo a otro. Durante horas. Durante años.
Meter los dedos uno a uno dentro de la ranura y presionar, luego estirar la solapa para abrir.
Nunca tuve manos de niña. Mis manos siempre han sido grandes. Abriendo una a una las cajas de cartón marrón.
Dentro: mis cosas.
Fuera: una nueva casa. Unos niños distintos para jugar. Unos columpios parecidos. Una chica diferente para cuidar de mí.
La sensación es: esto ya lo he vivido.
La reacción es: buscar un lugar nuevo para cada objeto, un lugar parecido al anterior. Los platos en el armario de la cocina a la derecha de la nevera. El mismo sitio, no es el mismo armario.
Mi madre y yo durmiendo en una cama en medio de un mar de cajas de cartón, en una habitación. Mi madre y yo dentro de una caja de cartón, respirando.
A los 7 años es divertido. Me río y juego. Mi madre esconde regalos dentro de las cajas para que yo los encuentre. No son grandes regalos pero sirven como sorpresa.
-unos calcetines nuevos
-una bolsa de caramelos
-unos cromos de gatitos y estrellas
A los 9 años será mi madre llorando. Mi padre saliendo tarde de trabajar. Mi hermano en casa de algún amigo. “Siempre nosotras, joder”- dirá mi madre.
Luego dormiremos en la única cama que nos ha dado tiempo a montar y la notaré llorar sin hacer ruido, acurrucada en el otro extremo. La primera noche temblaremos. Yo, mi madre, la cama vieja, la casa nueva.
Metida dentro de mi caja voy al colegio andando. En coche. En autobús.
Encerrada dentro de mi caja escucho a alguien que se va.
Desde mi escondite oigo a los que serán mis nuevos amigos jugar en el parque. Les veré fumando en la puerta del instituto. Apoyados en sus motos.
Desde el fondo de mi mundo de cartón veo como la mujer que me cuida entra a escondidas en mi habitación y cambia las cosas de sitio.
La veo meter una pulsera suya en mi cajón, para luego decir que se la he quitado yo.
Y desde mi refugio grito que Ana no quiere salir, no quiere jugar, no quiere comer. Y cuando digo que no comeré todos paran de hacer lo que están haciendo y vienen y se lo creen. Pero es mentira, como a escondidas:
-papeles
-caracoles vivos
-césped
-patatas del fondo de la bolsa
-tofu
Mi encierro huele a ropa de invierno, a libro leído. A tinta de periódico. Intento almacenar ese olor en un bote de cristal de la cocina. Tiro los macarrones para hacer sitio al olor, y miro todo lo que hay dentro de mi caja esta vez:
-Un vestido hippie, una edición ilustrada de Memorias de Adriano, una chaqueta 50% lana, 30% viscosa, 20% poliamida.
Nunca guardamos todos los libros en una caja, toda la ropa en una caja. Me dice mi madre. Así es más fácil hacerlas, más divertido deshacerlas, más “sorpresa”. Siempre nosotras, ¡ay!
Miro las cosas y el bote y como no cabe todo tengo que arrancar una página de Memorias de Adriano y recortar un trozo del vestido jipi ( el que más me gusta, verde y dorado en la manga) y un puño de la chaqueta. Según la etiqueta también llevará 50% de lana, 30% de viscosa y 20% de poliamida. No sé lo que significa “poliamida”.
Y lo meto todo en el bote y meto también las tijeras porque aún queda sitio y corro a enseñárselo a mi madre.
Castigada dentro de la caja no me siento distinta. Desde el interior me veo jugar a torturar muñecas. Me veo hacer los ejercicios que me mandó el médico, pasillo arriba, pasillo abajo, para dejar de andar de puntillas. Me veo hacer un mohín a mi madre que me dice: “Nena, apoya el talón, que siempre parece que estás robando”.
Todo cabe aquí dentro. Todo lo que recuerdo. Todo lo que intenté capturar y domesticar: mariposas, pajaritos, una abuela, gatos, chicos. Nadie tan fiel como los chicos. Tan enjaulado como yo y mis animales, yo, con mi cara de niña bonita en una casa de cuatro plantas. Yo en el cuarto del sótano haciendo las cosas que no se pueden decir. Haciendo cajas, abriendo cajas. Una vez y otra, y otra.
Todo cabe en esa casa de cartón oscuro para mí, y cuando no quiero que nadie me mire me meto dentro de mi caja.
Entorno los ojos.
Y sonrío.
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