La misma escena que la semana pasada. La misma mujer mira a través de la ventana ese mismo cielo plateado, con sombras que lo oscurecen. La misma lluvia que cubre de brillante patina el rojo ladrillo. La misma música de ayer la envuelve de nostalgia al recordar como había ido abriendo lentamente su puerta a ese desconocido.
El azar de la vida le había conducido hasta él; ese teléfono que sonaba de vez en cuando, le permitía escuchar la melodía de su voz, la firmeza de sus palabras, hasta convertirse en bruma de curiosidad y deseo por aquel hombre que nunca había tenido frente a ella pero que iba calando en su interior sin ella darse cuenta.
Los días transcurren en espera del momento para poder encontrarse, la impaciencia hace su presencia unida a la fantasía que corre, vuela para intentar crear un ligero esbozo de él; pero el tiempo se vuelve traicionero y comienza oscurecer la ilusión hasta que de pronto un día sin ya esperarlo, él traspasa el umbral de esa puerta abierta y aquella impaciencia se convierte en mezcla de inquietud y satisfacción.
Cuando está frente a él, siente el mismo vértigo que le produce estar subida en la montaña rusa con la sensación de flotar y en cualquier momento salir disparada hacía la nube. Derrotada por olas de sensaciones, se rinde, deja su lucha interna y se abandona a esa mirada, a esa quietud que él muestra. Lentamente se va acercando con ternura hacia sus labios y él con suaves y lentas caricias la transforma en deseo, llevándola hasta cumbres desconocidas no conquistadas hasta entonces.
Habían pasado ya siete días de ese encuentro y el recuerdo le trae las dulces caricias de unas manos que recorren su cuerpo, y que van descubriendo esas ocultas sensaciones que erizan su piel. A kilómetros de distancia, intenta atrapar esas manos ausentes, que se esfuman y desaparecen con las sombras. Esas sombras que ocultan los retazos y pinceladas que han quedado dibujadas en su cuerpo.
No, no es la misma escena, aunque el cielo, la lluvia y la música sean los mismos elementos de la escena; ella no es la misma mujer, no tiene su mirada, ni sus manos, siente la ausencia de él.
Marisa