lunes, 27 de noviembre de 2006

Una puerta abierta

La misma escena que la semana pasada. La misma mujer mira a través de la ventana ese mismo cielo plateado, con sombras que lo oscurecen. La misma lluvia que cubre de brillante patina el rojo ladrillo. La misma música de ayer la envuelve de nostalgia al recordar como había ido abriendo lentamente su puerta a ese desconocido.

El azar de la vida le había conducido hasta él; ese teléfono que sonaba de vez en cuando, le permitía escuchar la melodía de su voz, la firmeza de sus palabras, hasta convertirse en bruma de curiosidad y deseo por aquel hombre que nunca había tenido frente a ella pero que iba calando en su interior sin ella darse cuenta.

Los días transcurren en espera del momento para poder encontrarse, la impaciencia hace su presencia unida a la fantasía que corre, vuela para intentar crear un ligero esbozo de él; pero el tiempo se vuelve traicionero y comienza oscurecer la ilusión hasta que de pronto un día sin ya esperarlo, él traspasa el umbral de esa puerta abierta y aquella impaciencia se convierte en mezcla de inquietud y satisfacción.

Cuando está frente a él, siente el mismo vértigo que le produce estar subida en la montaña rusa con la sensación de flotar y en cualquier momento salir disparada hacía la nube. Derrotada por olas de sensaciones, se rinde, deja su lucha interna y se abandona a esa mirada, a esa quietud que él muestra. Lentamente se va acercando con ternura hacia sus labios y él con suaves y lentas caricias la transforma en deseo, llevándola hasta cumbres desconocidas no conquistadas hasta entonces.

Habían pasado ya siete días de ese encuentro y el recuerdo le trae las dulces caricias de unas manos que recorren su cuerpo, y que van descubriendo esas ocultas sensaciones que erizan su piel. A kilómetros de distancia, intenta atrapar esas manos ausentes, que se esfuman y desaparecen con las sombras. Esas sombras que ocultan los retazos y pinceladas que han quedado dibujadas en su cuerpo.

No, no es la misma escena, aunque el cielo, la lluvia y la música sean los mismos elementos de la escena; ella no es la misma mujer, no tiene su mirada, ni sus manos, siente la ausencia de él.

Marisa

domingo, 26 de noviembre de 2006

Abriendo puertas

Christine

Abrió la puerta y se sentó en el asiento del copiloto. Apretó las rodillas hasta que la tensión hizo temblar sus muslos. Estaban solos, sin el abrigo reconfortante de las voces, el tintineo de vasos y la música del bar. No sabía que había pasado. Todo había empezado como una charla corriente y de repente aparecieron la rabia, el rictus y el silencio. Odiaba ese silencio atroz, que la castigaba volviéndola invisible y hacía brillar sus ojos con lágrimas de angustia y culpa injusta, pensando hasta el mareo que era lo que habría hecho mal esta vez, que frase anodina él habría decidido malinterpretar.

Él seguía mirando al frente, con los labios apretados, y la cara inmóvil. Ni siquiera desvió la vista para poner la radio. Una voz invadió el pequeño espacio, y por una vez, las noticias de guerras lejanas sonaron a tregua agridulce. En la calle, la noche se puso a llorar suavemente.

Empezó a mover la pierna derecha sin darse cuenta, baile de san vito que no podía controlar cuando le invadía la ansiedad, hasta que percibió el martilleo rítmico rápido del tacón en el suelo y paró con brusquedad.Durante los veinte minutos interminables que duró el trayecto se esforzó en no mirarle, y fijar la vista en las calles desiertas iluminadas únicamente por la luz mortecina y naranja de las farolas, pensando en cómo un color que siempre le había parecido tan alegre podía resultar tan poco acogedor. Casi ni notó como el coche se paraba delante del portal.

Y entonces ocurrió ese clic habitual que hacía que él se calmara de repente, y oyó la voz masculina súbitamente amable pidiendo perdón y dando excusas, y su mano rozó su barbilla y acarició su cuello de camino hacia su escote. Pero la voz sonaba lejana y la sonrisa falsa, como si no fuera él quien le estuviera hablando, sino ese desconocido cuyo roce en el metro resulta incómodo.

Y ella se dio cuenta de que ya no le importaba, no podía romperse algo que simplemente ya no estaba allí, el miedo desapareció y mirándole a la cara le dijo “nos vemos”, una mentira que la ayudara a moverse. Y dejando atrás la decepción del deseo interrumpido en la cara del otro, salió del coche, cerró la puerta y sin prisas, dejó que la lluvia fría y limpia mojara su cuello y su pelo mientras buscaba las llaves en el bolso.

Te diré unas palabras.

FIMEDINDRE
Marta decía que su Beni había sido siempre un gato de instinto suicida. Lo que le pasó al animal es que ya no pudo aguantar más la desazón que ella misma había instalado en casa y saltó por la ventana de la cocina. Yo fui más listo y, cuando vi que al gato no le quedó más remedio que salir de aquella manera, metí mis recuerdos en la maleta y me eché a la calle corriendo. Eso sí, yo elegí la puerta de entrada. En esta ocasión, de salida. Qué raro, que la misma puerta por la que dices hola un día, sea también por la que dices adiós, otro. En cualquier caso, a los dos nos dio un ataque de fimedindre.

IRSUMADO
Se me perdió el corazón ese día y me di la vuelta para buscarlo en todos los lugares por los que había pasado. No estaba en mi calle, ni en la tienda de la esquina. Tampoco lo encontré en el cajero de la plaza. Bajé por la calle principal que sube hasta mi casa. Me metí en el parque y fui hasta el lago de los patos. Conté cuatro árboles y me senté en el banco que hay justo al lado de la fuente de mármol. Y desde aquí, ya no pude recordar más. Como no tenía corazón no pude ponerme triste, así que cerré los ojos. Y de pronto, alguien me besó los labios. “Toma, se te olvidó esto al marcharte”. “Gracias, estaba completamente irsumado”. Y es que, a veces, uno se vuelve tan loco que se deja el corazón en cualquier parte.

PEMENDRERA
Y siempre me pasa lo mismo. Que se me aparece delante algo que llevo tiempo buscando y cuando voy a cogerlo, de pronto me hago pequeño y no consigo alcanzarlo. Maldita pemendrera.

TASPÁRUJA
Me preguntaron primero por mi madre y luego por mi padre. La historia de que era imposible localizarlos porque habían muerto no pareció convencerles. Me tuvieron encerrado en aquella comisaría durante una hora más, hasta que finalmente me puse a llorar y conté toda la verdad. Cuando llegaron mis padres no podían creer que hubiera estado tirando piedras a los coches que pasaban bajo el puente de la M30. El mismo puente por el que ellos habían pasado apenas treinta segundos antes de aquel accidente y desde donde yo intentaba sacar de mi cabeza esta terrible taspáruja que me provocaban sus continuas discusiones.

ULGADESTRE
Tres cosas me gustaban de ella, su voz, sus ojos y esa manera loca y desatada de enfrentar su propia vida como si fuese a morirse en cada respiración que daba. Andrea era todo pasión, o como a mí me gustaba llamarla, ella era ulgadestre. Y esto era así porque se me hacía necesaria una palabra única que la definiera, porque excepcional fue cómo se apareció ante mí e insólito cómo quiso desaparecerse luego. Y porque ulgadestre es esa frenética forma de acercarse a todo y esa dudosa manera de alejarse de nada.

REMEFIDIO
“¿Cómo andas hoy de pureza?” me decía el cura que solía confesarme cuando yo creía en el pecado. Y yo le daba un remefidio, que es eso que uno responde cuando no entiende muy bien aquello que se le está preguntando. “Creo que me la he gastado toda en esta última semana”.

MOSFIDARIO
Ella no se marchó, se fue arrebatada. Se le acabó el trabajo, se le acabó el amor, se le acabó la paciencia. Y tuvo que irse al único lugar que a uno le queda cuando se le gasta el alma y no tiene fuerzas para volver a llenarla: el mosfidario. Porque siempre hay un sitio al que ir cuando se te despista el rumbo y ves que andas por la vida como queriendo torcerte un tobillo. Un sitio donde empezar a pensar de nuevo que esta vez será la buena. Qué ahora sí, vas a quedarte.

BAMELIGADO
“No has parado de ofrecer cosas a los demás en toda la noche, deja que por lo menos alguien te ofrezca algo a ti”. Y dejándose agarrar por aquel hombre, la camarera recibió un beso que decidió dar por terminado con un bofetón “Gracias, caballero, pero todo lo que a usted le falta de humildad, a mi me sobra en frivolidad y orgullo. Por cierto, acabo mi turno a las 2. Seguro que sabrá donde encontrarme”. El caballero se quedó absolutamente bameligado.

domingo, 19 de noviembre de 2006

Me gusta, No me gusta


No sabría decir cual de los dos mundos me gusta mas..pero si sé…en cual de los dos prefiero vivir.

Me gusta el olor a carne asada en la calle al atardecer. Siguiendo al olor, están ellas .. con sus delantales blancos de volantes, reinas, controladoras del espacio, rodeadas de los baldes de plástico con el maduro, tajadas, ensalada y las tiras de carne que van poniendo en la brasa ambulante que cada día montan en el mismo lugar.

No puedo dejar de sentir impotencia e indignación cuando miro a mi alrededor, en cada calle, camino, esquina, semáforo o casa. La indignación inicial se va calmando, la impotencia nunca desaparece.

Me encanta sentir la alegría que envuelve el ambiente los días de paga… puntuales cada quincena., o en cualquier momento .. Siempre hay algo que celebrar. Me gusta su sabiduría, su filosofía de la inmediatez, las discusiones circulares eternas porque el tiempo no es medida de nada, el realismo mágico que no es mas que una forma de vivir en la cual no ha habido una programación lineal. Me gusta la intensidad con que se vive cada segundo del día, y la no existencia de dos palabras: imposible y rutina.

Me gusta el ruido ensordecedor que hace la lluvia cuando cae sobre el techado de zin No me gusta el polvazal que desde febrero hasta abril, entra por cada hueco de la casa sepultando cada objeto que va encontrando a su paso.

Tampoco me gusta el dominio del cemento que va sepultando poco a poco esta ciudad.. esta ciudad abierta en sus profundidades con agujeros que nunca terminan de cerrarse. pero me gusta sentir la tranquilidad de que nada va a pasarme, dormir sin rejas, sin pensar que nadie va a estar rondando la casa intentando entrar. Poder comer teniendo la tranquilidad de que los parásitos se quedaron en mitad del atlántico, abrir el grifo y que salga agua que puedo beber, tener luz, y poder comprar en la tienda de la esquina cualquier cosa que necesite . Me gusta poder tener acceso a la información de cualquier tipo.., poder ir al medico si estoy enferma, estudiar, comprar un libro, ir a un museo, y poder tener el derecho de quejarme cuando algo no funciona, … elegir a donde quiero ir, y como quiero vivir. No me gusta la uniformidad del pensamiento, de la cultura o del ocio, la estandarización de la forma de vivir creciente en la forma de vida…

Pero me gusta sentir la amplitud del páramo ,los colores ocres y anaranjados saturados por la humedad de un cielo cubierto sintiendo el frío viento en todo el cuerpo, los encinares en otoño, la sombra que sobre el agua fría de la pozas rocosas reflejan las hojas de los avellanos, serbales, y abedules. Me encanta sentir el olor del aceite entre olivares y ver como las dunas son sepultadas por los pinares en el mediterráneo a medida que van avanzando.

Quisiera poder unir los extremos de cada uno de los mundos,.. pero he tenido que elegir donde quiero vivir.

miércoles, 15 de noviembre de 2006

El binomio fantástico: azul-exasperado

Christine

Miércoles 3 de mayo.

Levantó la cabeza y volvió a examinar la enana azul, exasperado. Las enanas podían ser blancas, amarillas, rojas y hasta café, ¡pero nunca azules! Un escalofrío recorrió su espina dorsal, hacía tan solo doce horas únicamente era visible con el telescopio. No sabía por qué, pero no podía apartar los ojos de ella. Irradiaba una tenue luz azulada que empañaba el sol, como si de repente hubieran envuelto éste en celofán, convirtiendo el soleado día de mayo en una sombra crepuscular.

La gente por la calle caminaba cabizbaja, y con los hombros caídos, como si una melancolía general se hubiese posado sobre el mundo, ligera, como el polvo, pero imposible de limpiar, dejando a su paso solo apatía e indiferencia.

Jorge no podía entenderlo, nunca había visto nada igual en sus 12 años de carrera de astrónomo, y esa exasperación que sentía desde que descubrió el fenómeno e intentó inútilmente darle explicación se iba tiñendo más y más de tristeza, como un blues desesperado. La mesa del despacho estaba llena de hojas revueltas, un caos de fórmulas girando en un callejón sin salida. Con la cabeza vacía, se sentó frente a la ventana y miró a la gente pasar durante horas.

Domingo 14 de mayo.

Once días azules y fríos, y parecía una eternidad. Jorge se levantó de la cama y miró el reloj sin interés. Eran las dos de la tarde pero bien podrían haber sido las siete. Incluso los potos del salón, esos que crecían sin descanso y parecían no morir nunca e invadirlo todo caían pálidos y fláccidos.
Al día siguiente tendría que ir a trabajar, de nuevo la angustia de no saber qué pasa y la presión de quienes sabían aún menos que él. No tenía respuestas, y ninguno de sus colegas parecía en mejor situación. Debería hacer como esa gente que cada vez faltaba más al trabajo, en un absentismo que crecía de manera exponencial desde hace días.

Cerró las ventanas y persianas y se sentó frente a la televisión, buscando el programa más superficial y vacío, para no tener que pensar. Prefería imaginar que era de noche, una noche corriente como las había vivido sin valorarlas durante años.

Viernes 2 de junio.

Las noticias en la televisión eran cada vez más inquietantes: nuevos profetas prediciendo el principio de algo, otros prediciendo el fin de todo, gente desorientada por las calles, suicidios anormalmente numerosos. Y nadie parecía poder parar la desintegración del mundo conocido.
Jorge llevaba tres días encerrado en casa, sin hablar con nadie, no se sentía con fuerzas de aguantar más delirios exhaltados o lamentos apagados. De repente notó algo anormal, un cambio en el aire viciado de los últimos días. Tardó unos minutos en darse cuenta de que el silencio era total y salió al balcón esperando ver la calle vacía. Lo que vió fuera le cortó la respiración: una multitud silenciosa observaba un círculo negro en el cielo. No podía ser un agujero negro, era imposible, no había perturbaciones, sólo una brisa suave y tibia. ¿Era aquello el fin que predecían los apocalípticos?

Sábado 3 de junio.

Llevaban más de 6 horas en la calle esperando, todos casi en silencio, nadie se atrevía a hablar, los ojos fijos en el hipnótico vacío sobre sus cabezas, esperando no sabían muy bien qué, una explosión, un huracán que les aspirara sin merced hacia otro mundo o hacia la nada. Y cuando más oscura era la noche, apareció un rayo anaranjado, débil al principio, pero cada vez más intenso, iluminando la mañana. Las caras cenicientas se ruborizaron. Y tras la desesperación llegó el alivio de una segunda oportunidad de vivir la luz, un segundo comienzo bajo un segundo sol.

martes, 14 de noviembre de 2006

Si tú me quisieras.

¿… Y si pudieras oír todo lo que estoy pensando. Y si estuvieras sintiendo todo lo que yo siento. Y si supiera hechizarte y comprender lo que sientes. Y si te digo te quiero por temor a que te marches. Y si te digo no quiero por temor a que te quedes. Y si de repente el día se me llena de ilusiones. Y si de repente el día se llena de bruma, me nubla. Y si me dieras más tiempo, antes de que hoy te vayas. Y si quisieras quedarte otro segundo, un minuto, una hora más, y otra, y otra. Y si mi amor fuera cierto. Y si mi amor fuera incierto. Y si luego quiero verte. Y si después tú me ignoras. Y si tu amor fuera cierto. Y si quisieras besarme y yo quisiera quererte. Y si quisiera cogerte y tú quisieras marcharte. Y si decido acercarme, tocarte, abrazarte, amarte. Y si todo esto es mentira y yo no pudiera mirarte. Y si todos mis deseos fuesen tus mismos deseos. Y si tan sólo con verme pudieras obedecerme. Y si me acerco a tu boca y la rozo con mis labios. Y si camino con ellos lentamente por tu cuello. Y si cojo esa vereda que me descubren tus pechos. Y si me agarro a tu cuerpo. Y si te encierro en mis brazos. Y si te doy ahora un beso. Y si despiertas ahora y me descubres mirándote. Y si despiertas ahora y te descubro mirándome…? Te diría, susurrando, que voy a perderme contigo otro día más en mi cama, que quiero robarte el cuerpo si tú me robas el mío.