FIMEDINDRE
Marta decía que su Beni había sido siempre un gato de instinto suicida. Lo que le pasó al animal es que ya no pudo aguantar más la desazón que ella misma había instalado en casa y saltó por la ventana de la cocina. Yo fui más listo y, cuando vi que al gato no le quedó más remedio que salir de aquella manera, metí mis recuerdos en la maleta y me eché a la calle corriendo. Eso sí, yo elegí la puerta de entrada. En esta ocasión, de salida. Qué raro, que la misma puerta por la que dices hola un día, sea también por la que dices adiós, otro. En cualquier caso, a los dos nos dio un ataque de fimedindre.
IRSUMADO
Se me perdió el corazón ese día y me di la vuelta para buscarlo en todos los lugares por los que había pasado. No estaba en mi calle, ni en la tienda de la esquina. Tampoco lo encontré en el cajero de la plaza. Bajé por la calle principal que sube hasta mi casa. Me metí en el parque y fui hasta el lago de los patos. Conté cuatro árboles y me senté en el banco que hay justo al lado de la fuente de mármol. Y desde aquí, ya no pude recordar más. Como no tenía corazón no pude ponerme triste, así que cerré los ojos. Y de pronto, alguien me besó los labios. “Toma, se te olvidó esto al marcharte”. “Gracias, estaba completamente irsumado”. Y es que, a veces, uno se vuelve tan loco que se deja el corazón en cualquier parte.
PEMENDRERA
Y siempre me pasa lo mismo. Que se me aparece delante algo que llevo tiempo buscando y cuando voy a cogerlo, de pronto me hago pequeño y no consigo alcanzarlo. Maldita pemendrera.
TASPÁRUJA
Me preguntaron primero por mi madre y luego por mi padre. La historia de que era imposible localizarlos porque habían muerto no pareció convencerles. Me tuvieron encerrado en aquella comisaría durante una hora más, hasta que finalmente me puse a llorar y conté toda la verdad. Cuando llegaron mis padres no podían creer que hubiera estado tirando piedras a los coches que pasaban bajo el puente de la M30. El mismo puente por el que ellos habían pasado apenas treinta segundos antes de aquel accidente y desde donde yo intentaba sacar de mi cabeza esta terrible taspáruja que me provocaban sus continuas discusiones.
ULGADESTRE
Tres cosas me gustaban de ella, su voz, sus ojos y esa manera loca y desatada de enfrentar su propia vida como si fuese a morirse en cada respiración que daba. Andrea era todo pasión, o como a mí me gustaba llamarla, ella era ulgadestre. Y esto era así porque se me hacía necesaria una palabra única que la definiera, porque excepcional fue cómo se apareció ante mí e insólito cómo quiso desaparecerse luego. Y porque ulgadestre es esa frenética forma de acercarse a todo y esa dudosa manera de alejarse de nada.
REMEFIDIO
“¿Cómo andas hoy de pureza?” me decía el cura que solía confesarme cuando yo creía en el pecado. Y yo le daba un remefidio, que es eso que uno responde cuando no entiende muy bien aquello que se le está preguntando. “Creo que me la he gastado toda en esta última semana”.
MOSFIDARIO
Ella no se marchó, se fue arrebatada. Se le acabó el trabajo, se le acabó el amor, se le acabó la paciencia. Y tuvo que irse al único lugar que a uno le queda cuando se le gasta el alma y no tiene fuerzas para volver a llenarla: el mosfidario. Porque siempre hay un sitio al que ir cuando se te despista el rumbo y ves que andas por la vida como queriendo torcerte un tobillo. Un sitio donde empezar a pensar de nuevo que esta vez será la buena. Qué ahora sí, vas a quedarte.
BAMELIGADO
“No has parado de ofrecer cosas a los demás en toda la noche, deja que por lo menos alguien te ofrezca algo a ti”. Y dejándose agarrar por aquel hombre, la camarera recibió un beso que decidió dar por terminado con un bofetón “Gracias, caballero, pero todo lo que a usted le falta de humildad, a mi me sobra en frivolidad y orgullo. Por cierto, acabo mi turno a las 2. Seguro que sabrá donde encontrarme”. El caballero se quedó absolutamente bameligado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario