Habitar un cuerpo como un pozo
es saber que el eco de la piedra está muy por debajo del número cuarenta y tres de mis zapatos.
Que cuando me habitas, entrando y saliendo por los largos túneles que son mi cuerpo
Buscas viajar por un laberinto que te lleve al táctil espejo donde se ve la bestia.
Pero entras y penetras por la imagen apenas sólida en apariencia.
Oscura por demás, como todos los túneles.
Viajes de la ebriedad por el filo del miedo a nuestra muerte.
Aunque se y sabes,
como todos los que prostituyen su miedo para vestirlo, al modo de los niños con los muñecos, de apariencia.
Que todo cuanto se ve es mentira y también cuanto se toca y hasta cuanto se piensa.
Que cada vez que te llamas por tu nombre, o por uno de esos muchos con que te nombra el olvido.
Es el ladrillo que hace el túnel de lo que hablas.
De esa cascara vacía en que nada pasa al deshabitarla.
Por eso, por cada vez que mis ojos se abren tras las muertes cotidianas,
se que no hago más que repetir la historia del mundo,
anteceder a un derribo que como la luz de las estrellas, tan lejanas,
no es más que el ser el instante de paso en un camino.
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