Domingo 12 de octubre de 2008, 19 horas.
Escritura automática para una sincronía provocada:
Me preparo: “si no vivo, no tengo nada que contar”. Voy a apuntarlo en el móvil pero encuentro un sms que no sale con nombre de remitente. “¿iremos al Bukowski?”. Llamo, es Ana. No puedo ir. Me recuerda esta sincronía. Lo sé, estoy pensando en ella desde hace tiempo. No sé qué tengo que escribir. Me da igual lo que se espere de mí. Escribo. Llevo enfadada desde el viernes, no podré ir hoy al Buko. Blanca celebra su cumpleaños hoy por nosotros, porque ayer tuvimos una boda, el miércoles taller de escritura creativa, etc. Y el domingo, que es mi día sagrado, lo sacrificaré.
Me río, porque enfadarme, si, me enfadé como lo hago yo, por unos instantes, pero luego soy incapaz de pasarme tanto tiempo enfadada. A veces se me va la mano con el énfasis al contar las cosas. Suena la alarma de las siete de la tarde: “Recordatorio para la sincronía”, y un beso en la oreja:
-“¿qué es eso?”
- ”nada, aún no se que es”.
Entra poca luz, el cielo está de un color gris rata aunque hay nubes marrones, como un nesquick diluido en demasiada leche.
Cuando quiero escribir, cuando de verdad quiero escribir, tengo que hacerlo a mano. No sé por qué. A veces la mano se pone sola a juntar letras en el papel, sin presión, y da igual lo que ponga. Ya se le encontrará sentido. Me fijo en la caligrafía que tengo en cada momento. No la cuido. Creo que es así, complicada porque soy coqueta y pretenciosa. Lo asumo.
El tic tac del reloj de la cocina me acompaña, así como el sonido de los coches. No me imagino viviendo en una calle pequeña y estrecha del centro, no porque no quiera, es que no me veo. Necesito altura. Como los buitres. Tras este pensamiento, me tengo que levantar, dar un beso a Santi y dejarme abrazar.
ZFL
martes, 21 de octubre de 2008
Domingo 12 de octubre de 2008, 19 horas.
miércoles, 15 de octubre de 2008
Domingo, 7 de la tarde.
ESPERAS.
Christine
El teléfono enfría mi mano, y espero. El mundo es silencio en el portal.
Salgo a la calle y despierta. Al principio son rumores indecisos que enseguida se aclaran
Ritmos de percusión guían a una voz que canta ópera.
Los pájaros encerrados en el semáforo pían, los coches, las motos, los dos niños que gritan, todos esperan, la señal, como yo.
Me doy cuenta de que todos van en sentido contrario al mío, y no hay jóvenes.
La tienda nueva está abierta, moda y complementos al estilo chino. En el escaparate brilla un traje de novia, en la estrecha franja entre el palabra de honor y la minifalda, brillantes falsos deslumbran sobre encajes y volantes. Dentro huele a moqueta sintética y pican los ojos. Los hijos del dueño corren entre la ropa y una señora se queja de que le han dado el bolso equivocado.
Vuelvo a la calle, el cielo está cubierto de champiñones grises. Ojalá llueva…
Llego a la plaza, los ruidos aturden pero el teléfono sigue sin sonar.
EL DESFILADERO
Paloma
Un camino de piedra. Un camino empinado de piedra que trepa ladera arriba y los pies no quieren ver como a su paso la tierra se va desmoronando. A mi derecha el precipicio se hace cada vez más alto, cada vez más doloroso. El valle, allá en lo hondo, es de una belleza insufrible. El sol acaricia mis hombros. Sin consuelo, sin honor. El corazón se encoge y el aire, tan puro, se niega a entrar en mis pulmones. La sangre me golpea las sienes y un mar lejano brama detrás de mis párpados. Obligo a mis piernas a seguir caminando pero el miedo las ha vuelto pesadas, desobedientes. En cada curva el camino se estrecha y me lleva al terror de la infancia, a la soledad de la caída, al sueño del vuelo roto contra el suelo. En el centro, toda la belleza del otoño. El valle, allá en lo hondo se eleva hasta mi frente y tengo que apoyar mi espalda contra la roca y soportar con vergüenza el lamento de mis alas rotas.
El Desfiladero de las Xanas. 12 de Octubre de 2008
En el Cabo
Son la siete ….y me siento…. y observo…. y escribo….. la gente se va yendo.. despacio …. arrastrando los pies como si quisieran que se alargara el día … mirando
con tristeza hacia atrás para recordar estos últimos momentos . Aparece la arena mojada a medida que se vacía la playa.
Los últimos coches se abandonan en el camino entre las montañas ocres y reverdecidas por la ultimas lluvias Palmitos, pitas, acebuches y adelfas sacan sus brotes en pleno otoño .El castillo corona las dunas fosilizadas …crestas y rocas… piedras y cortados
Tras la tormenta, la bahía descansa ..las solas suavemente se van acercando hacia la orilla levantando espuma de forma sincronizada como búfalos corriendo.
Poco a poco las rocas se van llenando de cañas de pescar que como alfileres dibujan lineas y van cubriendo los recovecos y grietas. Los hombres se sientan al lado o se tumban y miran ..y no hablan y callan …rindiendo homenaje al final de la tarde.
Unos cobertizos de madera descuidados y descoloridos guardan los hilos, los anzuelos y cebos en donde antes había barcas y redes. Se mantienen en pie, firmes para mostrarnos que una vez existieron,
Ya no hace frío, ha pasado el temporal pero me estremezco y respiro. Miro hacia abajo … el agua hace remolinos en mi honor, sin dirección ..ni rumbo fijo vagando perdida buscando dónde estrellarse
Atardece.. el sol ya esta en mi espalda….quiero tirarme, y volar, y correr por la espuma.
Bajo la manta
Graciela
.
19hs.- Sangro. La gata ha estado durmiendo sobre mi vientre en una simbiosis perfecta. Yo acaricié su lomo esperando la lluvia. Ahora vigilo el movimiento de los olmos tras la ventana. Ayer el viento los cimbreaba hasta el cansancio. Hoy están quietos sobre un plano gris. Sangro y un pequeño dolor acompaña la tarde. He estado leyendo el final de Tokio Blues, mirando el afuera, comiendo uvas y reconociendo los sonidos que agitan el silencio de la casa.
19:08hs.- Enciendo un cigarrillo y pienso en todos los que escriben a estas horas, en sus direcciones personales, en este compromiso. Pienso e imagino. Imagino, fumo y pienso. Mi mente voladora sobre vuestras casas, entrando en los bares, subiendo a autobuses, llegando tarde…Mi mente viajera en un cuerpo que sangra. Mi cuerpo tranquilo, herido de salud.
Y Madrid
A. Mañas
Si por lo menos hubiera una gaviota en este mar
podría tratar de alimentarla
con cosas partidas en trozos pequeños y muertas.
Y con ese olor.
Pondría mis ojos a la altura de sus ojos oscuros, y vacíos y tan negros y le diría: quédate conmigo, aprende a no volar.
Si hubiera semáforos, si hubiera tráfico, si hubiera música dentro de un solo coche de esta ciudad,
Lo buscaría con mi olfato.
Lo rastrearía como una perra sucia y sola y con el pelo lleno de humo y de lluvia.
Me pondría delante y le pediría (bajito y por favor)
"atropéllame"
(gemido)
"por favor, atropéllame".
Si hubiera un despertador.
Entonces,
me despertaría.
Pero Madrid no tiene ni mar, ni perros perdidos, ni un despertador que sepa cuántos minutos y horas y cuatros de hora y días llevo así: ni muerta,
ni sucia
ni sola, ni atrapada
ni dormida.
Ni despierta.
QUIRÓFANO 41:
Dicen: escribe sobre lo que conoces. Y entonces aparece el ojo. Imagino que la cosa debió suceder así: el primer día se creó el paño verde. Cuadrado, tamaño mantel; con un gran agujero central. Sólo con uno, rodeado de ese tipo de muerte que llamamos esterilidad. Luego vino el equipo diseñado para niñas. Tijeritas. Pinza. Aquella paradoja semántica en forma de aguja con punta roma. Y sólo entonces fue el paciente; fue el accidentes facial; fue la mirada.
Más del 90% de la información que captamos nunca llega. Prefiere entregarse a los cantos de sirena que empiezan donde la pupila ya no ve. En cada desvío hacía la corteza occipital se aleja un trozo de lo imperceptible. El movimiento del índice al partir nueces. El pestañeo del profesor; el pestañeo del aula. El charco en la rueda del autobús. Se van todos.
Los que creían en el olvido conocieron el mórfico. Su nombre viene “del que hace dormir”, y su sitio se encuentra entre dos fronteras: la esclera ocular y el nervio óptico. El lugar donde empieza la pérdida. Allí trabajo: exactamente donde la imagen se hace pensamiento. Se abre el ascensor por la mañana, y me trae una enfermedad con nombre de persona. Los siento en fila, el glaucoma al lado de la catarata, o quizá separados por el estrabismo. Las gotas de anestesia tópica han hecho ya su efecto, y ellos lo saben porque no hablan, porque hay algo nauseoso en los ojos quietos. Te miran con insistencia enfermiza. Por mucho que se agiten estúpidamente las manos, las palabras o el pelo, queda siempre la cañería inmóvil que lleva al cerebro, observándote. Entonces me acerco a esa presa mansa donde nace la memoria y con mi inyección le arranco de un golpe movimiento y deseo. Y sólo ahora el chorro de luz entrando en la pupila abierta ya no duele; sólo ahora no cierras los ojos siquiera a esa cámara posada en la conjuntiva que te mira dentro. Es sólo ahora que, por primera vez , lo ves todo.
ANDREA ROMERA
David
Más luz. Las diecinueve del doce de octubre, a cuarenta grados de latitud norte, son una hora tardía, y mis pupilas se dilatan para dejar entrar más luz. No, yo dilato mis pupilas. Decir "se dilatan las pupilas" es como intentar hacer trampas en un solitario.
Necesito más luz y enciendo la lámpara. Mi habitación blanca se vuelve anaranjada, y mi pupila ya no bebe luz destilada a 149 millones de kilómetros, sino mi propia cosecha. La mayoría de los fotones escapan de ella, pero no importa dónde acaben estrellándose (en la colcha blanca pero manchada, en la barandilla al otro lado de la calle, en una molécula de ozono en la estratosfera, en una mota de polvo en el cinturón transneptuniano), siguen siendo míos. Los he enviado yo. La lámpara no sólo produce luz, sino que irradia mi pensamiento. Me extiende por la habitación, por la calle, por la Tierra, por el éter.
En la ciudad hay otra habitación que también fue mía. Desde aquí, la luz la alcanzaría en siete millonésimas de segundo si las paredes fueran transparentes. Muy lento. Mi pensamiento puede llegar antes. Y tengo otras habitaciones que visitar. Están lejos y dispersas, por esta meseta, por este continente, por esta biosfera. Si la luz de mi lámpara pudiera correr paralelamente a la circunferencia del planeta, tardaría casi una milésima de segundo en legar a la habitación donde he pasado más días. La que está a cinco milésimas me agria el humor; la que está a casi ocho, la primera habitación blanca, me produce demasiada nostalgia para expresarlo. Cuando mis pensamientos están en ella, el inquilino debe de pedir socorro en sus sueños.
A esta misma hora, en esta misma ciudad, hay otra docena de personas intentando pensar y hacer lo mismo que yo intento pensar y hacer. Linda apuesta. Mi pensamiento les acompaña un segundo. Pero me canso de estar inmóvil, así que tomo carrerilla y salto por la ventana.
Alcanzo la velocidad de escape, sigo acelerando, la velocidad de la luz, acelero más, y alcanzo mi velocidad. Echo un vistazo fugaz a Mercurio, me aburro otra vez y salto a Ceres, pero me desvío antes de llegar. Me sumerjo en la nube de los asteroides troyanos. Y choca en mi retina un fotón de mi habitación blanca. ¡Corro!, y me arrojo por el acantilado de Kuiper. Dejo atrás los filamentos brillantes hechos de miles de galaxias. Más allá sólo queda el fondo, y también lo atravieso. Llego a donde no hay un más allá, a la curva einsteniana del espaciotiempo, al final. Lo cruzo sin dificultad y salgo fuera, a través de un agujero circular de borde irisado. Una pupila.
Releo lo que he escrito y me parece oír, desde la habitación contigua, que está vacía, a una mujer que ríe con una risa ronca. Hace sólo un año que no escucho esa risa.